La defensa del campo. El ruralismo en debate: aportes y aproximación.
Miguel Lagrotta
“Este movimiento comenzó a gestarse a fines de los años treinta… la intención era revigorizar el gremio, forjar una herramienta que incidiese en el diseño de las políticas públicas.” (Jacob, 1981, p. 63). Este trabajo analiza la evolución del ruralismo uruguayo desde su emergencia a mediados del siglo XX hasta su consolidación en el poder político con Juan María Bordaberry. A través de una perspectiva histórico-política, se examinan las transformaciones del agro, la crisis del modelo batllista y el surgimiento de una sensibilidad ruralista que combinó discurso moral, reivindicación productiva y nacionalismo conservador. El trabajo integra tres estudios de caso —Benito Nardone, el movimiento ruralista posterior a su muerte y la presidencia de Bordaberry— que revelan la continuidad de un ideario basado en la defensa del campo como núcleo moral del país. Desde el micrófono de Radio Rural hasta la presidencia, el ruralismo atravesó el siglo XX como una fuerza ambigua: popular y elitista, moral y autoritaria, profundamente enraizada en la cultura política uruguaya.
INTRODUCCIÓN El Uruguay del siglo XX es, en muchos sentidos, una república de transiciones. Desde la hegemonía batllista de comienzos de siglo hasta la crisis institucional de 1973, el país transitó del reformismo social al autoritarismo, de la modernización estatal al retraimiento del campo. En ese recorrido, el ruralismo fue más que un movimiento sectorial: constituyó una cultura política que sintetizó las tensiones entre tradición y modernidad.
El proceso comenzó a delinearse tras la consolidación del Estado batllista. Mientras las políticas sociales y urbanas ampliaban derechos, el campo —base económica y simbólica de la nación— se sentía desplazado del centro del poder. El ruralismo, en su dimensión discursiva, surgió como una respuesta identitaria: el intento de reubicar al productor como sujeto moral de la república. Su desarrollo coincidió con la difusión de la radio, medio que permitió un contacto directo con los sectores del interior profundo.
En las décadas de 1940 y 1950, el país experimentó un crecimiento económico sostenido, pero con tensiones distributivas crecientes. El sector agropecuario, afectado por la sobrevaluación de la moneda y la competencia industrial, buscó nuevas formas de representación. En ese contexto emergió la figura de Benito Nardone, quien transformó la comunicación rural en política de masas. Nardone inauguró un nuevo tipo de liderazgo: populista en el tono, moralista en la doctrina, profundamente conservador en lo ideológico.
Tras su muerte en 1964, el movimiento ruralista se fragmentó, pero su influencia persistió. La década del sesenta, marcada por la inflación, el estancamiento productivo y la radicalización política, ofreció un terreno fértil para que su discurso de “orden” y “moral” se integrara a nuevas expresiones del poder. La transición de Domingo y Juan María Bordaberry del ámbito gremial al político simbolizó esa continuidad: del micrófono a la presidencia, del campo a la conducción del Estado.
BENITO NARDONE: VOZ RURAL Y PODER POLÍTICO (1945–1964) En una época en la que el Uruguay comenzaba a debatirse entre la ciudad y el campo, una voz con acento firme y tono campechano comenzó a dominar las ondas radiales: la de Benito Nardone, “Chico Tazo”, periodista y político que convirtió el micrófono en arado de palabras.
Nacido en Montevideo en 1906, de origen humilde e influido por el batllismo reformista, Nardone inició su carrera en la prensa y luego en Radio Rural, propiedad de Domingo Bordaberry. Desde allí, con su programa “De nuestras cosas”, denunció los abusos del intermediario urbano y promovió una épica del productor. En 1951 fundó la Liga Federal de Acción Ruralista, consolidando un movimiento que unió comunicación, gremialismo y política.
«Nardone carece de los tres instrumentos que tradicionalmente abren las puertas de un futuro político. No tiene ni título, ni apellido, ni dinero» El mismo Nardone cuenta en un reportaje su historia:» En mis tiempos de estudiante tenía una pieza con balcón a la calle polvorienta llamada General Paz, del barrio Palermo bien al sur de Montevideo y a una cuadra corta de la costa. Hoy la barriada desapareció y apenas quedan unas canteras de yuyos en la Rambla Costanera.» Incursionó como jugador en Central F.C., en la creación literaria en panfletos universitarios y las letras de dos tangos. En su casa destacaba el retrato de José Garibaldi y lógicamente se definía como Colorado políticamente, fue estudiante de la Facultad de Derecho y lector de autores libertarios, asistía a las discusiones políticas a «tribuna abierta» en el Cerro. En otro reportaje sostiene: ¿Qué leía?- Proudhon, Marx, Saint Simon, Bakunin. Yo era un mero espectador de la polémica entre comunistas y anarquistas. Pero me interesaba el problema, Recuerdo que siendo muchacho solía ir a unas charlas libres que se organizaban en el Cerro en el Bajo de la Petiza. Había un cajón y cada cual se subía y decía lo que se le antojaba. A esas reuniones iban Servando Cuadro, Eugenio Gómez, María Collazo, Teotimo Maldonado y creo que Cerruti Crosa. Claro que no siempre terminaban bien y muchas veces las trompadas sustituían a los argumentos…»
Batllista por definición entró a trabajar en El Día como cronista policial. Allí conoció a Domingo Arena y profundizó relaciones con periodistas de otros medios. Amigo del terrorista Miguel Arcángel Rosigna del cual heredaría su biblioteca. En 1926 fue miembro de la Convención del Partido Colorado Batllista. En los años 30 colaboró con la revista «El Batllismo» que dirigía Ricardo Yanicelli. En todos sus escritos habla del problema social y sus probables soluciones bajo la » bandera roja del batllismo que encabeza la revolución progresista, que guía la legión de trabajadores que en orden y en paz avanza victoriosamente venciendo en las justas cívicas» Criticaba ácidamente a la » mayoría empresista» del Senado que se » afianza en el apoyo de las zonas rurales, donde el rancho humilde impera con su dolor de hambre»
En 1934 abandonó El Día como resultado de la gran huelga de los trabajadores gráficos contra la patronal de los diarios y pasó a trabajar en «El Pueblo» diario terrista. Ahí entró en contacto con el senador Domingo Bordaberry, director del diario, hijo del administrador de las estancias de Carlos Reyles, secretario de éste al fundarse la Federación rural, ganadero, abogado, figura prominente del ruralismo. Bordaberry lo convenció de que se candidateara a la diputación por el departamento de Durazno, no ganó, pero quedó atado a la causa gremial del campo. Se encarga de la redacción responsable del Diario Rural que financiaba y dirigía Bordaberry. En 1945 se funda Radio Rural y con el seudónimo de Chico Tazo comienza una carrera de agitador político que lo llevara al Gobierno»(http://profelagrotta.blogspot.com/2015/01/benito-nardone-resultado-de-un-uruguay.html)
Su alianza con el Herrerismo —el ala nacionalista liderada por Luis Alberto de Herrera— fue decisiva. En 1958, esa coalición alcanzó el gobierno, poniendo fin a la hegemonía colorada. Nardone presidió el Consejo Nacional de Gobierno (1960–1961) y se erigió en figura central de un país que transitaba del optimismo reformista al desencanto. Su discurso anticomunista y su defensa del campo marcaron un giro cultural en la política uruguaya.
Murió en 1964, dejando tras de sí un movimiento vigoroso pero dependiente de su carisma. Su legado se proyectó en el linaje Bordaberry, que retomó su ideario desde el poder.
EL ECO DEL MICRÓFONO: EL RURALISMO URUGUAYO TRAS LA MUERTE DE NARDONE (1964–1973)
La muerte de Nardone coincidió con el agotamiento del colegiado y el inicio de una crisis estructural. Sin embargo, el ruralismo sobrevivió como red de sociabilidad y pensamiento conservador. Radio Rural siguió siendo su centro espiritual, bajo la dirección de Domingo Bordaberry, y la Liga Federal se disolvió lentamente en los partidos tradicionales.
Durante los gobiernos de Óscar Gestido (1967–1968) y Jorge Pacheco Areco (1968–1972), el ideario ruralista halló eco en las políticas de orden y control social. La defensa del agro, el rechazo a la movilización sindical y el anticomunismo se integraron en la retórica oficial. El hijo de Domingo, Juan María Bordaberry, emergió como heredero político y símbolo de continuidad.
Entre 1965 y 1973, el campo vivió transformaciones profundas: tecnificación, apertura de mercados y nuevos actores sociales. Pero el ruralismo histórico, moralista y paternalista, ya no pudo adaptarse del todo a ese cambio. Su narrativa se desplazó hacia el Estado: el campo, de sujeto político, pasó a ser fundamento del orden.