Historia

HABLEMOS DE LA DERECHA URUGUAYA

El orden

Jorge Nelson Chagas

Hay un dato histórico real: la sociedad uruguaya durante un largo período de tiempo no sufrió convulsiones de entidad. Tras la guerra civil de 1904, la violencia política pareció desterrada definitivamente de la vida nacional. La sociedad vivía en un marco de estabilidad política y paz.

Podría pensarse que el inicio de una crisis económica de larga duración generó tensiones sociales que fueron degenerando en una espiral de confrontación cada vez más agudos. Esto es verdad pero, ¿necesariamente una crisis económica deriva en la violencia?  Tomemos como ejemplo el terrible año 2002: no se produjo ningún episodio similar al “caracazo” o los saqueos en Argentina. La clase política con apoyo de los grupos sociales logró conjurar la crisis sin que peligrara la institucionalidad. O sea que no parece existir un determinismo histórico al respecto.

No viene al caso analizar por qué la clase política uruguaya no pudo resolver la crisis del modelo de sustitución de importaciones. Lo cierto es que aquel mundo aparentemente idílico en que vivían los uruguayos en los años cincuenta comenzó a tambalear. Acaso las movilizaciones universitarias en pos de la aprobación de la Ley Orgánica – que socavaron al batllismo gobernante – hayan sido el punto de partida  para que las calles dejaran de ser un lugar seguro para una parte importante de los ciudadanos de a pie.

El concepto del estudiante como un revoltoso irredento, un perpetuo alterador del orden,  quedó marcada en la mentalidad de no pocas personas. Esto empeoró cuando, ya en los años ’60, las revueltas estudiantes se extendieron al ámbito de Secundaria y de la Universidad de Trabajo (UTU).

Hay un factor sociológico en esto que va más allá de rebeldía juvenil y las protestas: hasta avanzados los años cincuenta no existía propiamente una cultura juvenil ni una cultura adolescente independiente del mundo adulto. Los jóvenes no tenían un modelo cultural propio. Cuando se pasaba a la mayoría de edad se adoptaban las costumbres, hábitos, gustos,  modas e incluso lenguaje, de los mayores. En cambio hacia fines de los cincuenta y principios de los sesenta se produce una ruptura. La “nueva ola” o los “jóvenes iracundos”, representan este fenómeno. Los valores del pasado – léase: los valores de los adultos – dejaron de ser prioritarios para esta nueva generación que construyó su propio mundo. (Este fue un fenómeno a nivel mundial, por cierto)        

Al margen de eso, en el caso uruguayo hay que sumarle dos factores más: la fundación de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) que implicó la existencia desde 1966 de un movimiento sindical unido, organizado y con alta capacidad movilizadora. Los gobiernos anteriores no habían tenido que lidiar con una central sindical poderosa que ahora actuaba en el marco de una crisis económica aguda. 

Y, por supuesto, estaba la aparición de los tupamaros y otros movimientos armados inspirados en la Revolución Cubana.   Puede resultar asombroso, pero en 1972 había un total de seis organizaciones guerrilleras en el Uruguay. (Al margen de su potencial – muchas veces, casi insignificante- llama la atención su proliferación en un país como éste)

Hombres y mujeres que vivían en aquel Uruguay experimentaron un miedo que nunca habían sentido antes. Toda su vida cotidiana se alteró.  Los disturbios en los centros de enseñanza, los asesinatos, secuestros, tiroteos, bombas, huelgas y paros, peajes, pedreas, barricadas con gomas ardientes, crearon una sensación de impotencia y desasosiego que, en algún momento, les hizo pensar que el país avanzaba sin remedio hacia un abismo sin fondo.

Es en este contexto que la palabra “ORDEN” adquirió un valor casi sagrado para ese sector de la población. Y esta es una de claves del éxito – no la única – del discurso político  que pone su énfasis en la dicotomía  orden/caos u orden/subversión. Se podrá argumentar que es simplificador, porque equipara a un guerrillero a un estudiante rebelde o a un trabajador movilizado. Sí, es verdad. Pero, capta acertadamente  una sensibilidad social que abarca, incluso, a las clases más humildes

Lo diré de otro modo: el discurso de derecha de los años ’60-70, principalmente,  no le impuso ideas a una masa importante de ciudadanos, sino que reafirmó sus percepciones de la vida diaria: en Uruguay reinaba un caos sin fin.

De ahí que consideraran que se necesitaba, en forma perentoria, el restablecimiento del orden por la vía autoritaria.

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