La guerra comercial que desdibujó el liderazgo global de Estados Unidos
Guzmán A. Ifrán
Durante décadas, Estados Unidos fue considerado el faro del orden económico global. Su moneda era el principal resguardo de valor, sus políticas comerciales guiaban los equilibrios multilaterales, y su rol como potencia estabilizadora era reconocido incluso por sus adversarios. Sin embargo, todo ese equilibrio comenzó a erosionarse de forma acelerada a partir del giro proteccionista impulsado por Donald Trump, quien convirtió el aumento de aranceles en una herramienta recurrente de presión política y económica.
La denominada ‘guerra comercial’ comenzó con China, pero rápidamente se expandió al mundo entero. Washington impuso aumentos arancelarios generalizados a productos provenientes de decenas de países, con el argumento de proteger la industria estadounidense y reducir el déficit comercial. No obstante, estas medidas generaron represalias inmediatas, con Pekín como protagonista: en respuesta a los aranceles estadounidenses sobre más de 360.000 millones de dólares en productos chinos, China impuso aranceles por más de 110.000 millones de dólares en bienes estadounidenses, escalando así una tensión bilateral sin precedentes desde la apertura de relaciones diplomáticas en los años 70.
Europa tampoco quedó indemne. Aunque intentó mantener una posición dialoguista, la Unión Europea fue también blanco de tarifas sobre productos clave como el acero, el aluminio y el sector automotriz. Las respuestas europeas fueron firmes pero cautelosas, apostando más a la diplomacia comercial que a la confrontación abierta. Aun así, la confianza en Estados Unidos como socio confiable comenzó a resquebrajarse.
Paradójicamente, algunos países no fueron afectados por esta ofensiva arancelaria. Rusia, por ejemplo, quedó al margen de las mayores sanciones comerciales en el periodo inicial, una situación que alimentó las sospechas sobre el vínculo personal entre Trump y Vladimir Putin. Aunque no hubo evidencias concluyentes de colusión económica, sí fue evidente un trato diferenciado que generó tensiones dentro del propio aparato diplomático estadounidense.
Lo cierto es que la estrategia de Trump no se limita a lo económico: detrás de su proteccionismo desbocado se encuentra una lógica geopolítica que busca reposicionar a Estados Unidos como la fuerza dominante en un mundo multipolar. Sin embargo, sus efectos han sido contrarios. Al debilitar el comercio global, minar la confianza de sus aliados y proyectar inestabilidad, Estados Unidos ha erosionado su propio liderazgo. La percepción de previsibilidad y racionalidad que caracterizaba su política internacional ha sido sustituida por una narrativa de confrontación e incertidumbre.
Hoy, los efectos de esta guerra comercial siguen latentes: cadenas de suministro alteradas, precios internacionales más volátiles, inversiones postergadas, y un debilitamiento del orden multilateral. Si esta tendencia continúa, las consecuencias serán claras: menor comercio, mayor recesión, más desempleo y un aumento de la pobreza global. Estados Unidos, en su afán por reafirmar su primacía, podría terminar cavando más profundo el pozo de su decadencia.
En América Latina, la guerra comercial ha generado un clima de incertidumbre que afecta tanto a los países exportadores como a los que dependen del comercio internacional para sostener su crecimiento económico. Las economías latinoamericanas, altamente sensibles a los vaivenes del comercio global, han tenido que adaptarse a un entorno más volátil y fragmentado.
Por un lado, algunos países como México y Brasil buscaron posicionarse como alternativas de abastecimiento frente al retraimiento de la relación comercial entre China y Estados Unidos. Por otro, el aumento de aranceles y la inestabilidad de las reglas del juego global afectaron la planificación de inversiones extranjeras directas en la región, que requiere certidumbre para desarrollarse sostenidamente.
Para Uruguay, el impacto ha sido más sutil pero igualmente relevante. En un país pequeño y abierto al mundo, el debilitamiento del sistema multilateral de comercio pone en riesgo la estrategia histórica de inserción internacional basada en normas claras y previsibles. La creciente fragmentación del comercio global puede derivar en mayores obstáculos para acceder a mercados relevantes, o en condiciones menos favorables al momento de negociar acuerdos bilaterales o regionales. Asimismo, Uruguay observa con preocupación cómo las tensiones geopolíticas se trasladan a los foros multilaterales, donde antes primaba una lógica más cooperativa.
Hago votos porque los actores más racionales, institucionalistas y de visión más amplia dentro de los Estados Unidos logren sobreponer sus posturas disidentes a las de Trump. No solo por el bien de dicha nación, sino por lo que Estados Unidos ha representado históricamente para Occidente: un faro de republicanismo y democracia.
Si Estados Unidos no logra reencauzar su rol geopolítico, el mundo quedará cada vez más expuesto a la influencia de regímenes autoritarios que, aunque totalitarios en lo político, han sabido ser hábiles gestores del capitalismo en lo económico. Esta paradoja les ha dado un poder financiero creciente que están utilizando con eficacia para expandir su influencia en países que ven su soberanía y calidad democrática erosionadas por la dependencia económica.
Nosotros, como batllistas, deseamos, aspiramos y anhelamos que en el mundo sean muchos más —y más poderosos— los países que defienden las democracias liberales, y no aquellos regímenes que violan sistemáticamente los derechos humanos y cercenan las libertades de sus ciudadanos.