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Trump: los primeros pasos de un liderazgo imprevisible

Julio María Sanguinetti

En muy pocos años se nos ha desvanecido aquel esperanzado tiempo en que, caído el Muro de Berlín en 1989, florecían la democracia liberal y la economía de mercado, sin competidores a la vista. La globalización informativa se asociaba a la libertad comercial, incluso institucionalizándola. Paso a paso, se fue deteriorando todo, hasta que se desatan dos guerras antihistóricas: una replica el viejo conflicto de la religión musulmana con la civilización judeocristiana-grecorromana y otra nos retrotrae al siglo XVII, con un nuevo Zar de las Rusias invadiendo impunemente a su vecina Ucrania. De ahí nuevos alineamientos geopolíticos, Naciones Unidas superada, el derecho internacional deshilachado y la democracia en asedio por corrientes populistas en que, desde la inicial legitimidad del voto, se instauran líderes mesiánicos autoproclamados salvadores de la patria.

Así se sintió cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sin remilgos, aludió a un atentado contra su vida afirmando: “Fui salvado por Dios para hacer grande de nuevo a Estados Unidos”. Su sola presencia asume que cambia la historia: “A partir de este momento el declive de EE.UU. ha terminado”.

Todo esto define a un líder populista. Que incluso, en una escena de estirpe chavista, firma decenas de decretos en un estadio con un público vitoreando; o indulta a los 1500 golpistas que invadieron el Congreso el 6 de enero de 2021.

Felizmente, los EE.UU. poseen una institucionalidad fuerte y su régimen, aun en tensión, pondrá límites a ese providencialismo personalista. Estados Unidos fue y sigue siendo una gran democracia y posee un enorme rol a cumplir en la defensa de esos valores de civilización que nos unen. Desgraciadamente, para ser respetado hay que ser respetable y no actúa así quien amenaza gratuitamente a Panamá y anuncia que va a “retomar el control” del canal. Hiere la conciencia de un país que desde el Tratado Torrijos-Carter recuperó algo más que un canal: la dignidad nacional. Del mismo modo, es provocar por el gusto de provocar afirmar que el Golfo de México, así llamado desde hace cuatro largos siglos, cambiará su nombre por una decisión personal. En un plano aún más general, ¿por qué decir sobre América Latina, despectivamente: “Nosotros no los precisamos, ellos nos precisan…”.

Estos gestos, en sustancia gratuitos, adquieren una resonancia política incuestionable que está muy lejos de servir al propósito de retornar a ese gran EE.UU. que en tantos momentos de la historia fue la admiración del mundo. Esos resentimientos que va produciendo, lejos de fortalecer su posición, abren aún más espacio a la China con que rivaliza.

En el orden económico, su actitud de rechazo a las medidas de cambio climático tendrá repercusiones aún difíciles de evaluar. EE.UU. basará el esplendor de su nueva etapa en el petróleo. “Vamos a perforar” sonó como un grito de guerra. “Volveremos a ser una nación rica y es ese oro líquido bajo nuestros pies el que ayudará a conseguirlo”. Es un real cambio de paradigma, cuando el mundo entero hoy realiza enormes inversiones para sustituir los combustibles sólidos. El presidente Trump considera que “la crisis inflacionaria fue causada por el gasto excesivo masivo y la escalada de los precios de la energía”. De ahí su anuncio de la salida del Acuerdo de París y el drástico corolario de que la industria automovilística norteamericana seguirá a combustión y desalentará por todos los medios a su alcance el automóvil eléctrico.

Otra arista del tema: ¿y Venezuela? En una de sus tantas declaraciones, el presidente norteamericano insinuó que no le comprarían más petróleo, pero en todo caso se requeriría una estrategia orientada a favorecer el desarrollo democrático de ese gran país hoy destrozado.

En sintonía con lo anterior, se abre una nueva etapa de proteccionismo. El gran tiempo de la libertad comercial y la globalización profundiza su eclipse: “En lugar de poner impuestos a nuestros ciudadanos para enriquecer a otros países, impondré aranceles e impuestos a países extranjeros para enriquecer a nuestros ciudadanos”. A la hora de escribir estas líneas (miércoles de noche) no estaba claro cuales serían esos gravámenes en general ni cuánto golpearían a sus socios Canadá y México, a quienes amenaza con ellos si no colaboran con detener el flujo inmigratorio y el narcotráfico. Es otra orientación de enormes repercusiones económicas y aun políticas. Los EE.UU. se asumen libres de todos los compromisos asumidos internacionalmente. Da la impresión de que los aranceles los terminarán pagando los norteamericanos (la mayor parte del flujo importador se mantendrá) y que, en esta ley de la selva que lanza, China tiene una flexibilidad mucho mayor para adaptarse y competir.

Un gran capítulo de sus medidas refiere a la inmigración, tema central de su campaña que no le restó votos hispanos, pero que puede llevar a consecuencias humanas penosas. Enviar “tropas a la frontera sur para repeler la desastrosa invasión de nuestro país”, como dijo, suena muy agresivo. En especial, si le añadimos que derogó la norma que impedía redadas en hospitales, escuelas y refugios y se pone fin al reconocimiento de ciudadanía a toda persona que nazca en Estados Unidos, cualquiera sea el estatuto inmigratorio de sus padres.

Más allá de todo, Estados Unidos es el líder de Occidente y tiene enfrente dos conflictos en que su actuación es imprescindible. Trump se proclama un hacedor de paz y su actitud agresiva quizás le atribuya una ventaja psicológica que Biden no tenía. Si usa bien ese poder, podría acelerar el proceso en Medio Oriente que –objetivamente– no estaría tan lejos de una solución, cuando solo Irán sostiene a los terroristas y el resto desea tanto la paz como Israel. En la guerra Rusia-Ucrania, el tema es muy confuso. Está envuelta Europa, a la que Trump le reclama más apoyo militar. Una solución que deje a Rusia con apariencia ganadora, por la conquista de territorios, fortalecería a su alicaído socio iraní. A la distancia, ayudaría más a China que a un EE.UU. de apariencia débil si no logra una solución digna para Ucrania.

Estamos en los primeros pasos de un liderazgo imprevisible. Lo único cierto es que dejará una huella honda. Si contribuye a un mundo en paz y su pulseada con China se reduce al terreno comercial, sobre ese surco podrá haber buena siembra. Si las intemperancias marcan el compás de un mundo en vilo, a la distancia sufriremos mucho los latinoamericanos que añoramos el impulso progresista de Franklin Delano Roosevelt, la lúcida visión estratégica de Dwight Eisenhower y el frustrado sueño kennediano.

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