Editorial

Se fue Larrañaga: un perfecto defensor de las leyes

César García Acosta

Entender la idiosincracia es entender a la genteo, es aceptar forjar una conducta colectiva sobre la individual, es apasionarse por las mismas cosas, y sobre todo, es no temer a querer lo que se hace del mismo modo que se quiere a la vida. Es cierto que cuando una persona se va del mundo de los vivos, se construyen estereotipos que se afincan en el imaginario social y todos «somos buenos». Pero cuando se generaliza la reflexión de que una persona es un republicano abierto a las ideas de los otros, asumiendo y entendiendo a quienes no piensan igual que él, la cosa es diferente y el respeto por ese ser se instala definitivamente en la mejor historia, ya no de un partido político,sino de la política de un país. Jorge Larrañaga tenía mucho para dar: cuando imaginó que el desarrollo local de un Estado semifederal debía resaltar la impronta de las Intendencias como gobiernos locales, de cercanía, asumió que hacer aquellas cosas de todos los días con otra impronta que planificar la vida desde escenarios sociales, culturales y hasta políticos definidos con otra magnitud. Pero él prefería «la Intendencia», sabía que en las cosas de la cotidianeidad estaban la alegría de vivir, el drama individual, las conquistas y las frustraciones. Como Intendente se forjó para estar en cada momento de la etapa de una persona: al nacer con la asistencia primaria de la salud y la partida de nacimiento; al emprender una empresa o una actividad gestionando y obteniendo una habilitación comercial o industrial; dignificando la vivienda rural a partir del Mevir cercano a la planta urbana de las ciudades; higienizando la metrópoli ordenando y levantando la basura; o asistiendo a la muerte prestando los servicios finales a quien se va de este mundo. Hay papeles para nacer y papeles para morir. Larrañaga conocía eso y bastante más: manejaba su auto y andaba a caballo, sabía pisar la tierra y disfrutar del asfalto. Tenía claro quien era y qué hacía. Por eso lideró en solitario la campaña «vivir sin miedo» y se puso del lado de la gente para combatir el narcomenudeo, la indigencia callejera, apoyando al orden en su verdadero texto y contexto. Por eso llevó en alto la máxima nacionalista «del partido de las leyes», transformándose en la ley y el orden en un tiempo de desasociegos inevitables. El respeto al caudillo que siempre reivindicó no estar ante un circunstancial gobierno blanco, sino ante uno de coalición de claro corte socialdemócrata, liberal y republicano. Quizá por eso y por mucho más sabía tan bien administrar las diferencias. Para el ex presidente Luis Lacalle Herrera: «Jorge era un personaje muy particular, muy querible, porque, detrás de ese exterior un poco rudo y fuerte, era un hombre muy sentimental, tierno y afectuoso», dijo el expresidente blanco Luis Alberto Lacalle Herrera. Agregó que su vida fue guiada por «tres amores a tres caudillos»: José Artigas, Aparicio Saravia y Wilson Ferreira Aldunate.

El expresidente recordó que luego de las elecciones internas de 2009, cuando le ganó a Larrañaga, se encontraron en una oficina y para armar la fórmula «no hubo ningún trámite», se dieron un abrazo y dijeron «vamos juntos». «Lo vamos a extrañar mucho, porque era muy criollo. Sentía mucho todo el país, lo conocía. Cuando íbamos en el ómnibus en nuestra candidatura, siempre íbamos desafiándonos: ‘Ahí, en Cerro Colorado, ¿a quién conoces? Allí hay un árbol, una estancia’. Porque competíamos en lo que yo he llamado alguna vez ‘beberse al país con los ojos’. El partido también se nutre de recuerdos, y el de Jorge va a ser siempre un fogón para que los blancos nos refugiemos a su calor», finalizó.

Al decir del también ex presidente Julio María Sanguinetti, Larrañaga «fue un gladiador» de la democracia y de la república.

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