Editorial

Historias de diván

César García Acosta

Desde 1985, cuando voté por primera vez, invariablemente lo hice en el Partido Colorado. Siempre, –y sin sentirme conservador-, nunca me inspiró confianza la izquierda ni la derecha. Las ideas que sí movilizan mis expectativas son las de la socialdemocracia. Quizá por eso el dilema de la política lo resolví con mi pertenencia al batllismo. No censuro las ideas de los otros; y mucho menos rechazo al que pretende buscar su batllismo cruzando las fronteras partidarias. Consciente o no es así como me auto percibo. Nada me sienta mejor que el batllismo. El `sobretodo´ de don Pepe es un símbolo y sus reformas han sido las mejores que el país tuvo. En absoluto adoptar este comportamiento podría significar un freno para el concepto de república. En este contexto, las coaliciones son el mejor instrumento de gobernanza para la democracia. Y que conste que bajo estas formas –todos- quedamos expuestos a la negociación como `leit motiv´. Los únicos que quedan afuera de estas bases son los radicales y los extremistas: y convengamos, justo es reconocerlo, que de estas especies los hay en todos los bandos. Hoy los “programas” de gobierno están a disposición de quien los quiera leer: como dijo Pedro Bordaberry es hora de leer los programas, analizar las propuestas, evaluar sus conveniencias, y decidirse por los mejores equipos. En lo personal el programa de la Coalición Republicana quedó impregnado de batllismo. Eso denota que el Partido Colorado es la garantía ideológica para la Coalición Republicana, y su límite, como en los tiempos de Batlle y Ordóñez, son los bordes de la socialdemoicracia.

TODOS EN EL BARCO El viernes pasado bajo el título `Todos en el barco´ (edición Nº 1014 del semanario Correo de los Viernes), Julio María Sanguinetti, sin ambages, sentenciaba: “La elección del domingo pasado nos ha dejado una carga fuerte de conclusiones y desafíos. Para empezar, la Coalición Republicana revalidó su mayoría de la segunda vuelta de la elección anterior y de la LUC, tercer tiempo de aquel proceso electoral. No es poca cosa, porque aunque la calidad del gobierno merecería otro apoyo, el hecho es que todas las encuestas –salvo una– estaban asumiendo una supremacía frentista que no apareció. Es justo decir ante todo que la fórmula colorada hizo honor a la tradición partidaria como una renovada expresión generacional. Ojeda es la grata novedad de un abogado brillante y un comunicador novedoso, que lució no solo por su propaganda disruptiva sino por su capacidad dialéctica y su empatía con la gente; Robert, la reafirmación de una figura política que si ha configurado un perfil propio en la educación, luce hoy en el escenario mayor. Mucho puede esperarse de ambos, de su consolidación hacia el futuro. Como también de la presencia de Pedro Bordaberry, que encabezó el Partido en dos elecciones, fue un relevante parlamentario y continúa vocacionalmente empeñado en ser un factor de propuestas. Tabaré Viera es el cabal portavoz del interior, pero, mucho más allá, también la autenticidad batllista que sigue latiendo con fervor en la masa partidaria y debemos hoy afirmar en una juventud que ha reaparecido en la militancia. El Dr. Zubia, por su parte, es un perfil definido en la seguridad jurídica y la afirmación del Estado de Derecho. No es poco aporte a la vida del país.”

Nadie como Sanguinetti (autor de la entonces coalición multicolor), para pincelar el rumbo de lo que vendrá. Ser gobierno es el objetivo, y en esa tarea, los colorados, deben constituirse en la garantía para el diseño del nuevo perfil de la seguridad pública, de la vivienda, de la seguridad social y, en definitiva, del estado de bienestar.

Y para eso, justo es decirlo, alcanzaría con el rol de Tabaré Viera en el tablero político, porque como decía Sanguinetti, su actitud batllista es como una fina estampa necesaria para que el gobierno adopte nuestra filosofía, enfoque cultural y práctica política. Después de todo fue el propio presidente Luis Lacalle Pou quien no vaciló en cruzar de vereda, desde el herrerismo, para defender este pensamiento. Un ministro como Tabaré Viera, cuando lo fue –tanto cuando se lo veía o entre bambalinas- lo que puso de manifiesto fue su perfil de constructor de las ideas de don Pepe.

CREÍ QUE HABÍA UN PROGRAMA ÚNICO El pasado 14 de octubre, en lo que podría calificarse como un hecho `íntimo´, en el whatsapp de Opinar, varios compañeros políticos en alusión a la campaña llamada `las 10 ideas´ de Pedro, sostenían que es llamaba la atención, que habiendo “un programa único con todos los grupos que participaron en la interna” estas ideas se difundieran con más énfasis que el propio programa. Y agregaban: “La confusión de mensajes conspira contra el resultado de octubre….”

Otro correligionario agregó: “… el Programa de gobierno es una base, así como lo será el compromiso País de la Coalición Republicana…”

Finalmente, uno de los escribientes, retrucó: “hubiera sido muy bueno aclararlo antes, así no trabajábamos al santo botón.”

Yo que veo al Partido Colorado desde afuera, y bastante lejos de la competencia sectorial, me siento en paz para comentar estos hechos evitando el silencio conveniente.

No se trata de sentirse ajeno al coloradismo para poder hacerlo: todo lo contrario. La idea es organizarse y acercarse a la sociedad militando del modo que a cada uno le quede mejor. Hacerlo supone generar empatía para entender a los colorados, y así fue en el 2002 cuando la banca nos deshizo como portavoces políticos, o cuando asumiendo lo inevitable Jorge Batlle –liberal y líder de la desarticulación ideológica del batllismo clásico- defendiendo sus verdades enfrentó desde un pedido de default del Frente Amplio, hasta el descrédito de muchos blancos que lo habían llevado a la presidencia en un balotage. Jorge tenía razón: en 2002 nació otro Uruguay; a partir de esa crisis nada fue igual. Desde ese momento la institucionalidad bancaria empezó a afinarse sobre la base del control de su gestión en busca de transparencia. Los capitales empezaron a controlarse y el país dejó de ser una aparente `tacita de plata´, para finalmente ser el vaticinado `país de la cola de paja…´

EL DILEMA DE LA IDENTIDAD No es la primera vez que desde estas páginas de Opinar, y en columnas que apenas solo opiniones personalísimas, he reiterado que necesitamos adecuarnos a la forma política e institucional de las coaliciones modernas. Si seguimos resistiéndonos a ubicarnos en un mismo pie de igualdad ante la ciudadanía que el Frente Amplio, y no adoptamos la institucionalidad política más conveniente, el límite de lo posible siempre estará sujeto al designio del más organizado.

Para los que observan las cuestiones de la identidad filosófica como un trancazo para organismos mejor, sólo digo que aquella rase de ataque hacia la izquierda de que eran “una colcha de retazos”, lo superaron recreando las estructuras organizativas del batllismo. El desvelo frentista en 1989 cuando Tabaré Vázquez llego a la Intendencia de Montevideo, fue desintegrar la base batllista de los clubes seccionales y las organizaciones de fomento de la sociedad organizada, sustituyéndolos por los comité de base, y los concejos vecinales como antesala de una descentralización política que derivó en la creación de los 130 municipios actuales, donde de un modo u otro logran participar con alcaldes y concejales absolutamente profesionales en el discurso local.

Y la regla, sea cual sea el ámbito, siempre es la misma: ellos juntos, nosotros divididos.

En estos whatsapp a los aludí en esta crónica personal, y en esa especie de historia de diván de sicoanálisis que se fue construyendo con la oposición de ideas, Tabaré Viera defendía su unión política a Vamos Uruguay, con el mismo espíritu que el partido lo hace con quienes se coaliga: “Si las diferencias ideológicas no permitieran hacer acuerdos electorales o de gobierno, qué haríamos con la Coalición Republicana? Si no se permitieran hacer acuerdos,  debería cada integrante de los diferentes Sub lemas hacer una declaración de su fe ideológica. Es realmente absurdo…”

Lo que queda de estos episodios de confrontación son algunas conclusiones interesantes: por un lado, el Partido Colorado esta saliendo definitivamente de las sombras de la crisis del 2002; por otro lado, el batllismo mantiene sus ideas reformistas sin claudicar más allá de las fronteras partidarias.

Y como si todo esto fuera poco, en el plano de lo político, ni al lector más desprevenido le pasará por alto que este `affaire´ simplificado de “juntos sí, rejuntados no”, tiene más un aroma a diván de sicoanalista, emparentado con el resultado electoral del coloradismo tanro en lo nacional como en lo interno, que con otra cosa.

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