Herencia y futuro de la República
Luis Marcelo Pérez
El bicentenario de la Independencia Nacional no es solo una efeméride protocolar. Es un llamado a mirar el pasado con gratitud y sentido crítico, y el futuro con coraje y responsabilidad. Uruguay nació entre 1825 y 1830, en un cruce de gestos épicos, batallas sangrientas y pactos políticos que unieron arrojo militar y sabiduría institucional. La nación actual es fruto de aquella tensión que empezó con la sola certeza de “Libertad o Muerte” entre guerra y paz, entre rebeldía y organización.
En ese proceso, la figura de Fructuoso Rivera ocupa un lugar central. Estratega militar, primer presidente y constructor de la institucionalidad, supo encarnar la transición entre guerra y república. Con él nació también una tradición política que marcaría al país, el Partido Colorado.
El Partido Colorado fue columna vertebral de la modernización. Impulsó la educación pública y gratuita, la separación de la Iglesia y el Estado, las reformas sociales que hicieron del Uruguay un país adelantado en el continente, y la consolidación de una democracia que resistió embates internos y externos. No se trata de complacencia, sino de historia, la república moderna tuvo en la tradición colorada un soporte esencial.
El bicentenario también obliga a pensar el presente. ¿Qué significa hoy defender la república? No alcanza con custodiar instituciones, hay que renovarlas y hacerlas inclusivas. La desigualdad, la fragmentación social y la pérdida de confianza en la política son señales preocupantes. Si en 1825 el desafío fue derrotar al dominio extranjero, en 2025 el desafío es derrotar la exclusión, la indiferencia y la incultura.
La tradición colorada vuelve a ser guía. No nació para conservar, sino para transformar, apostar por educación, ciencia, cultura y justicia social. La república admirada en el siglo XX se construyó sobre esos pilares. El bicentenario nos exige una tarea semejante, renovar la promesa republicana con audacia.
La democracia uruguaya necesita recuperar credibilidad y ambición. No basta con sostener los rituales institucionales, hay que devolver confianza en que la política puede mejorar la vida de las personas. Y allí el legado colorado sigue vigente, educación pública de calidad, apertura al mundo, laicidad, respeto a la diversidad e innovación social.
Pero la historia no asegura el futuro. Ser herederos no significa habitar pasivamente esa tradición, sino actualizarla. Así como Lavalleja y Rivera entendieron que sin unidad no había patria, hoy debemos comprender que sin justicia social no hay democracia real. Así como la Constitución transformó insurgentes en ciudadanos, hoy necesitamos transformar ciudadanos desencantados en protagonistas.
La república no es un monumento intocable ni un recuerdo solemne. Es una tarea diaria que se defiende en cada escuela que abre, en cada familia que accede a oportunidades y en cada ciudadano que confía en la transparencia del Estado. También en una política que no se limita a administrar, sino que imagina lo necesario.
En este bicentenario, el Partido Colorado reafirma su vocación de ser pilar de esa república en movimiento. No por nostalgia, sino por convicción. Porque si la independencia fue una gesta de coraje y unidad, la independencia del siglo XXI debe ser una gesta de justicia, innovación y confianza democrática. Esa es la herencia que recibimos y esa es la tarea que nos toca entregar a las próximas generaciones.