Don Justo
Kim Gómez Parentini
En política, como en la vida, pocas frases encierran tanta verdad como esta: “lo más injusto es tratar por igual a lo desigual.”
Y no se trata de una simple máxima moral. Es, en esencia, la base misma de la equidad.
La igualdad, cuando se vuelve ciega a las diferencias reales, termina siendo una nueva forma de injusticia.
Un gobierno que aspire a la justicia no puede actuar como si todos los ciudadanos partieran del mismo punto. No todos tienen las mismas oportunidades, ni los mismos recursos, ni las mismas condiciones. Por eso, gobernar con justicia no es dar a todos lo mismo, sino lo que se necesita para estar en igualdad de condiciones. Esa es la diferencia entre igualdad y equidad, entre la teoría y la sensibilidad, entre el cálculo y la humanidad.
Cuando se gobierna, no se puede tratar a todos por igual.
El que menos tiene, necesita más.
El que más esfuerzo ha hecho, merece reconocimiento.
El que quedó atrás, debe tener prioridad.
Esa es la justicia del equilibrio. La que reconoce que la verdadera igualdad no está en repartir idéntico, sino en ofrecer las condiciones para que cada uno pueda alcanzar su propio desarrollo.
Y esta idea no solo atraviesa la política. También define las relaciones humanas, las organizaciones y el trabajo cotidiano.
No se puede mirar igual a quien se entrega con compromiso, a quien asume responsabilidades a quien se juega por una causa y busca superarse, a quien simplemente cumple un horario o se refugia en su rutina sin pensar en los demás.
Hay quienes entienden que el trabajo es servicio y quienes lo viven como carga; quienes empujan el barco y quienes esperan que otros lo hagan navegar. Tratar a ambos por igual sería tan injusto como negar el mérito, el esfuerzo y la vocación de los que realmente construyen.
El pensamiento batllista siempre entendió esa diferencia. Supo que el progreso no se impone, se construye con justicia, con esfuerzo y con oportunidades para todos, pero reconociendo los distintos puntos de partida.
Por eso, Vamos Uruguay se esfuerza en una política que no reparte uniformemente, sino que mira a cada uruguayo con sentido de equidad y responsabilidad.
Creemos en un Estado que promueva, pero también que exija; que apoye al que lo necesita, pero que premie al que trabaja con honestidad, dedicación y pasión por el país.
Porque al final, la justicia no está en dar lo mismo, sino en dar lo justo.
Y eso Don Justo — en la vida, en el trabajo y en la política — es lo que diferencia a los que gobiernan de los que simplemente administran.
A los que lideran, de los que se conforman. De los que trabajan con los que solo navegan.
A los que piensan en la República feliz y justiciera, de los que solo piensan en sí mismos.
¡Arriba Corazones!