Editorial

Cultura vs. Cultura

César García Acosta

La única forma para lograr los cambios necesarios proviene de la cultura.

En lo político, social, deportivo o educativo, la cultura es el instrumento necesario y excluyente capaz de generar esos cambios por sí misma. Sin observarlo directamente la sociedad es quien va cambiando sus propios formatos de vivir, pensar sentir y hasta morir.

Es tan simple de entender como decir que la cultura es idiosincrasia, alegrías y tristezas, logros y fracasos, propuestas y alternativas, formalidad y hasta marginalidad.

El concepto de lo prohibido es intrínsecamente propio de la cultura. Por ejemplo: la sinrazón del sentimiento futbolero que nos hace fanáticos por una camiseta, o abúlico detractor de la política militante, también son parte de una cultura.

Por eso para algunos las tradiciones “están más muertas que un faraón”, mientras que para otros (entre los que me incluyo) un símbolo como -un sobretodo- es bastante más que ropa, es la razón suficiente para entender por dónde deberían transitar los rumbos de “este pequeño país modelo”.

Y para entender cuánta cultura hay en este gobierno multicolor, es bueno reflexionar, aunque con espíritu crítico, para ir moldeando una idea colectiva, sobre si se perciben o no cambios culturales que puedan llegarle a la gente.

Decía José Batlle y Ordóñez en el diario EL DIA, allá por el año de 1915, que «lo que se emplea en la generalización de la cultura intelectual, por ejemplo, no es un gasto reproductivo. Son capitales que no dan intereses en dinero, pero es un aspecto de progreso moral, que no debe quedar fuera de la iniciativa de los hombres de gobierno».

Dicho esto, auscultar sobre cómo vemos a la cultura en lo que va del actual tramo del gobierno, es un imperativo que debe llamarnos a la reflexión sobre ¿cuánta cultura como país tenemos y si estamos siendo capaces de observar en el Uruguay del siglo XXI, en el país de Zorilla, Figari, José Pedro Varela, Onetti, Horacio Quiroga o Mario Benedetti, la trascendencia de los movimientos culturales ya no de otras épocas, sino de ahora?

Si algo brilla por su ausencia en los ámbitos culturales oficiales es la crítica. Eso es sabido. Y no me refiero a la exacerbada ni la nacida de una columna que apunte a un arte determinado, sino a la falta de opiniones sobre valores, sobre la creación sin más cortapisas. La crítica con las circunstancias vividas, las condiciones no sólo de explotación o desigualdad, sino aquellas limitativas del crecimiento humano, necesitan en el marco de la acción cultural creadora de voces que les den vida.

Pensemos en una cultura como conciencia crítica, superpuesta a lo cotidiano, donde lo concreto o lo emocional respecto del saber, de la ideología y hasta de los valores, sea un canal ineludible para la libertad. Debemos cuestionarnos empecinadamente el mundo como su representación, y debemos hacerlo en el contexto de los valores de libertad, igualdad y solidaridad.

No se trata de pretender una acción cultural ajena al común de la gente o generadora de desesperanzas. Debemos ser un farol que eche la luz suficiente sobre la sociedad como para confiar en el cambio, en que otra realidad puede ser posible.

Transformarse es someterse a la libertad de la visibilidad de las acciones, y el Gobierno solo parece mostrar su lucha contra la pandemia o el control del déficit fiscal. Pero la gente más allá de esto siente otras necesidades que son impostergables: requiere de utopías.

La cultura transformadora es aquella que ayuda a comprender y actuar críticamente en la sociedad en la que vivimos, para superar sobre todo la desigualdad. Es la que conecta la reflexión con la acción, y es lo que queda después de cada experiencia transformadora que aumentando el bagaje de lo que vendrá.

Si hay Museos -con pinturas y cuadros- debemos poder verlos; si hay actores en el teatro -para la comedia o el drama- debemos poder sentirlos en su actuación; si tenemos orquestas sinfónicas debemos poder escucharlas, y si hay gente dispuesta a crecer entre versos y narrativas, debemos poder disfrutar de sus lecturas en texto y contexto.

Pero, claro está, usted, como lector circunstancial de esta columna, podría preguntarse: ¿cómo hacer esto en tiempo de pandemia encerrados para no aglomerarnos?

Pues bien: podemos y debemos hacerlo del mismo modo que casi con naturalidad hemos adoptado el teletrabajo: utilizando las plataformas electrónicas mediante videos que bien podría producir el Estado con sus servicios de difusión.

La Comedia Nacional y la Filarmónica de Montevideo, ambas fraccionadas y en “burbujas”, bien podrían crear productos capaces de ser trasmitidos en las redes sociales y en plataformas virtuales con estrategia de masividad, y sus obras, críticas en contenido, hasta podrían provenir de la historia del país como también de su presente transgresor.

Sin embargo, mientras la Filarmónica espera que la “inmunidad de rebaño” le permita regresar al Teatro Solís, la Comedia Nacional ensaya sin público, y todos sabemos que actores sin público, son parte de un vacío.

Volvamos a la esencia, pero convengamos que el Estado es quien debe dar el primer paso, por eso, aquellos de “tanto Estado como sea necesario y tanto Mercado como sea posible”, es el punto exacto del equilibrio social con que el encierro interpela hoy al gobierno.

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