Editorial

Libertad o muerte

César García Acosta

A modo de ensayo literario o de columna de opinión entremezclada con información y doctrina, el periodista y economista Fernando Esponda, tituló en LA DIARIA “y muriendo también libertad: el exitoso fracaso de la libertad responsable y su futuro pospandémico”.

Esta columna revela lo que buena parte de la izquierda pretende construir: culpar al Presidente Lacalle por las muertes que pudieron evitarse a consecuencia del COVID.

De este modo se pone al concepto de “libertad responsable” en el centro de un debate imaginario, sin advertir que la sociedad uruguaya está lejos de saberse triunfante ante la COVID-19, y sí sabe, en cambio, que está en una encrucijada por la vertiginosa guerra por las vacunas (mantenerlas y producirlas también es un desafío), y la incertidumbre de su efectividad por la mutación viral.

Pero el tiempo no ha transcurrido en vano. Lacalle y sus socios en el Gobierno no se resignaron a perder un pasado reciente en libertad, frente a la queja cansina e impertinente de la necesidad de un confinamiento obligatorio como solución para las llamadas “muertes evitables”. Como si solo eso fuera la panacea para todos los males.

Lo de la izquierda uruguaya y la búsqueda de un confinamiento obligatorio pasa por muchas aristas: una pretende reforzar los vínculos rotos con una sociedad que dejo de creer su discurso político a partir de sus propias luchas y desavenencias intestinas. No reconoce que esas luchas interiores fueron las que pusieron fin al hijo del Rey de los tupamaros, el inicialmente electo vicepresidente de la República, cuasi destituido por acusaciones vinculadas a su gestión en Ancap de cuando ejerció su presidencia, las que no resistieron ni siquiera para él la apelación de la sentencia judicial que lo procesó. Prefirió no impugnar el juicio penal que lo condenó, y dejar la basura debajo de la alfombra, en vez de defender su honor con el único fin de que el silencio pusiera a todo ese lío un manto de olvido.

Nada de eso permitirá que pase inadvertida la desastrosa capacidad laboral del país al asumir Luis Lacalle su presidencia, y mucho menos podrán minimizar con adoctrinamientos adversos el golpe que ha sido para el país la caída del empleo precario. Y todo eso sin adicionar conceptos más complejos como el aporte de más fondos sin soporte real de la economía para pagarlos cuando las cosas mejoren. La dicotomía renta básica versus olla popular fue una estrategia en respuesta al modo sobre cómo encarar los efectos de la crisis y el peso fiscal sobre cada uno de ellos uruguayos.

En su argumento el articulista que seguramente logrará un eco ideológicamente compartido en la estructura intelectual de la izquierda, decía en su nota: “La larga ola uruguaya de covid-19, que en estos días está cediendo, entrará en los libros de historia de la pandemia mundial. Dos datos de Our World In Data permiten dimensionar la excepcionalidad del tsunami. Primero, Uruguay es el único país del mundo que se mantuvo por encima de los 650 casos confirmados por millón de habitantes durante 80 días consecutivos. Segundo, sólo cuatro países estuvieron dos meses seguidos por encima de los 13 fallecimientos diarios por millón de habitantes; Uruguay es uno de ellos.”

Parafraseando en el imaginario los gustos deportivos del presidente Lacalle, sostenía el periodista en su opinión: “Durante estos meses el presidente uruguayo surfeó esta ola de más de 4.000 muertos proclamando desde la tabla su particular forma de encarar la pandemia, convenciendo a muchos compatriotas con su discurso. Mientras la bandera de la libertad responsable ondea orgullosa entre camillas y ataúdes terminamos de darnos cuenta de que, paradójicamente, su fracaso sanitario es la muestra más cabal de su profundo éxito ideológico.”

Ubicar en estos términos el debate recrea el modo de pensar en tiempos de campaña: atacar para estar primero y debilitar al oponente con verdades a medias apelando a la confrontación de lo sentimientos más caros para una sociedad: la muerte de sus iguales.

Y de este modo no analiza el efecto devastador de la pandemia sino que repara sólo en las muertes que a sabiendas que ocurrirían, acontecieron como producto del virus sobre personas con morbilidades o patologías muy específicas. Sostener esto es como culpar al Gobierno de las muertes por cáncer.

Este contexto sólo amerita que desde la otra vereda de la República reivindiquemos el concepto de “libertad o muerte”, sea como sea y ante cualquier escenario. 

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