Política nacional

Un año a espaldas

Ricardo Acosta

A casi un año de asumido el nuevo gobierno, el balance político deja más silencios que respuestas y más expectativas frustradas que rumbos claros.

El primer año de gobierno siempre tiene algo de tregua. Se perdonan errores, se entienden demoras, se acepta que no todo puede hacerse de inmediato. Pero esa paciencia no es infinita. Y cuando se mira el año político que se va, desde marzo hasta hoy, la sensación que queda no es de expectativa, sino de desgaste prematuro.

Yamandú Orsi llegó a la presidencia con un capital político enorme. Propio y heredado. Con una imagen moderada, dialoguista, casi amable. Para muchos, incluso fuera del Frente Amplio, representaba una forma distinta de ejercer el poder. Menos gritos, menos épica, menos confrontación. El problema es que, con el correr de los meses, esa moderación empezó a confundirse con otra cosa: falta de conducción política.

No se trata solo de cómo comunica el Presidente, sino de qué transmite. Y hoy cuesta encontrar una línea clara. Orsi no confronta, no incomoda, no marca límites. Y cuando un presidente no lo hace, otros ocupan ese espacio. La política no tolera el vacío.

Este año mostró un gobierno que administra, pero no entusiasma. Que gestiona, pero no ordena. Que habla poco, pero no siempre cuando debería. Y eso, en un contexto regional complejo y con una base electoral exigente, empieza a pasar factura.

Porque el descontento no viene solo de la oposición. Viene, sobre todo, desde adentro. Muchos votantes del Frente Amplio, los mismos que militaron, defendieron y empujaron este proyecto, hoy están incómodos. No necesariamente enojados, pero sí decepcionados. Y esa decepción es más peligrosa que el enojo.

El presupuesto del quinquenio fue un punto de quiebre. Especialmente en educación. Allí donde se habían depositado expectativas enormes, el golpe fue duro. Promesas que se relativizaron, prioridades que se corrieron, discursos que ya no coincidían con los números. La educación, otra vez, pagando el costo del pragmatismo. Y eso, para una fuerza política que hizo de ese tema una bandera histórica, duele. Duele mucho.

A eso se suman los silencios. Silencios que no son ingenuos. Silencios frente a temas incómodos, frente a aliados incómodos, frente a realidades que exigen algo más que gestos diplomáticos. El caso de Venezuela es el ejemplo más evidente. No alcanza con matices ni con declaraciones tibias. Hay momentos en los que la ambigüedad no es neutralidad: es complicidad.

Orsi parece elegir siempre el camino menos conflictivo. El problema es que gobernar no es evitar conflictos, sino administrarlos. Y un presidente que no incomoda a los propios termina perdiendo autoridad frente a todos.

Este primer año dejó la sensación de un gobierno que todavía no termina de asumir el peso del poder. Como si siguiera en campaña, como si el costo de gobernar aún no se hubiera asumido del todo. Y el tiempo, en política, no espera.

No se trata de pedir resultados inmediatos ni milagros. Se trata de pedir señales claras. De saber qué se defiende, qué no se negocia, dónde están los límites. Porque cuando esos límites no están claros, la vara moral se mueve. Y ya vimos demasiadas veces a dónde conduce eso.

El cierre de este año político deja una pregunta incómoda, pero necesaria: ¿está dispuesto este gobierno a ejercer el poder, o solo a administrarlo? ¿Está dispuesto el Presidente a incomodar, o va a seguir apostando a que el tiempo ordene lo que la política no se anima?

El 2026 va a encontrar a este gobierno con menos crédito y más exigencia. Ya no alcanza con la herencia, ni con el contexto, ni con la paciencia inicial. Va a ser el año en que Orsi tenga que decidir si quiere ser solo un administrador prolijo o un presidente que marque rumbo.

Este texto no es un balance definitivo. Es una advertencia. Y también una constatación: el primer año dejó más preguntas que certezas.

A quienes leen, gracias por acompañar durante todo este año intenso, cargado de política, discusión y opinión. Nos reencontramos en febrero, con el mismo espíritu crítico de siempre, porque el país no se toma vacaciones.

Feliz año.

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