Despedida al último pequeño gran quijote
del Boom de la Literatura Latinoamericana
Luis Marcelo Pérez
A Mario Vargas Llosa lo conocí personalmente en el Parque del Retiro, durante la Feria del Libro del año 2002, donde él era una de las estrellas del calendario y yo un simple viandante que venía de exponer en las jornadas poéticas de Casa de América.
Mario -le grite- que pasaba sin agente editorial. Se dio vuelta, nos presentamos entre un cálido choque de manos y le conté que hacía unos días, antes de mi vuelo a Madrid, había estado hablando con Losa Aguerrebere sobre él y ahora, este inolvidable (para mi) encuentro. Me tomó del brazo y empezamos a caminar hasta el estand de Alfaguara, donde lo estaba esperando una legión de lectores de todas las generaciones. Entre medio de brazos que se alzaban, manos que se estiraban y voces de todos los colores que lo iban saludando, nosotros íbamos entrecruzando alguna oración entrecortada por donde se deslizaba alguna cosa sobre Juan Carlos (Onetti), Ruben (Loza Aguerrebere) y su entrañable Montevideo que adoraba y recordaba al detalle. Al llegar al estand la turba lo encerró con respeto, entre abrazos y palabras de aprecio, me dijo, -elije un libro de los que se exponen y me dices.
Elegí uno de tapa amarilla con una imagen de un muñeco de madera tallada que usan los artistas plásticos (para sus ejercicios) con un libro en las manos: «La verdad de las mentiras». Ese le señalé con un gesto. Se dio vuelta, se lo indicó al dependiente de la editorial, lo tomó y se puso a dedicármelo, iniciando: Para Luis Martínez Pérez, inmediatamente con presteza le indiqué el error, cruzó al Martínez con dos líneas, puso Marcelo y continuó con el cortés escrito. Lo salude agradecido y nos despedimos.
Él siguió con las dedicaciones, yo, retorné pletórico a la Residencia de Estudiantes.
En mi ciudad, Montevideo, fue donde cruzamos saludos por última vez. Le llevaba un mensaje privado de su colega y amigo Carlos Germán Belli. El encuentro se realizó en la Asociación de la Prensa de la calle 18 de Julio. Fui con el querido Aníbal Barrios Pintos y Diego Caballero, un joven veinteañero que llegó a emocionarse con las palabras del premiado escritor peruano.
Concurrir a sus presentaciones como la del cine Plaza o la que hizo en la carpa de la Feria del Libro de Buenos Aires era todo un reconfortante estímulo al saber.
Ayer, nos dejó sin despedidas pero con unos cuantos inolvidables recuerdos y una decena de libros para releer.