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Educación integrada

Antonio Pippo

No me interesa inmiscuirme en el debate retórico y a mi juicio inútil de si, por efectos de la pandemia, el año pasado fue un año perdido para la enseñanza y éste volverá a serlo.

Sólo diré que, en las condiciones en que estamos, lo único comprobable sería cierto desorden en las formas de mantener viva la relación entre educadores y alumnos y, ya en el terreno hipotético si hablamos de consecuencias, los avances y retrocesos sufridos por la enseñanza en todos los niveles, causados por los vaivenes inesperados de la pandemia: virtualidad, actividad presencial, mezcla de ambos sistemas y cambios que irrumpen sin tiempo de adecuación en la realidad docente y de los educandos.

Por otra parte, es verdad que nadie sabe a cuándo y de qué forma se podrá salir de esta extendida emergencia sanitaria. Es decir, para el caso de que eso ocurra, cuál sería o cómo funcionaría la sociedad y, en particular, la enseñanza en todos sus niveles.

Sin embargo, aun en el contexto de riesgo y desconcierto en que nos hallamos, siento que en la docencia no hay muchas autoridades responsables pensando –para aprovechar el tiempo perdido en otras discusiones sobre aspectos que cambian con rapidez- en algunas cuestiones que, cualesquiera vayan a ser las circunstancias futuras, y siempre que la humanidad sobreviva, paga la pena la reflexión y el aporte de ideas.

Por ejemplo, sentar aunque sea mínimas bases de un cambio esencial que necesitamos desde hace décadas.

Pasar de los saberes separados a los saberes integrados.

Nadie ignora que la enseñanza es como una sucesión de cuadrados cerrados, pegados a la fuerza en eso llamado “programas”. Cada cuadrado es un saber, un conocimiento, una materia que no se relaciona constructivamente con las otras: o sea no se unen en una especie de matrimonio para provocar en cada alumno el despertar de su imaginación, su libertad creativa, quizás el amanecer de su vocación, ni menos que menos la formación de una personalidad ansiosa de búsquedas, alimentada de dudas que la impulsen a seguir aprendiendo, con tendencia al trabajo en equipo, con responsabilidades a asumir pero sin la apariencia de corsés estilo siglo XIX, y con una conducta basada en la benevolencia y la libertad de pensamiento crítico.

Aquí es necesaria una precisión. Desde hace unos años, entre muchos docentes este concepto es combatido y, en los hechos, aunque por casos aislados, ha nacido el intento de modificarlo y buscar esa integración que existe y es practicada. Para probarlo tengo el ejemplo y la información de mi nieta, profesora de Secundaria. ¿Entonces? Está claro que esa corriente no responde a una política oficial planificada y general ni ese impulso nace ni es alimentado desde donde residen y supuestamente piensan las autoridades competentes, sino en el propio campo de acción educativa.

¿La prueba? No está presente de modo sistemático en los programas de formación docente, ni es recomendación sostenida de quienes los crean y ejecutan.

Hace poco regresó a nuestro país, y ha sido noticia recurrente con justa razón, el físico uruguayo Rodolfo Gambini, primer compatriota miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias. Es un académico especializado en Física y, dentro de ella, Física, en la relatividad general y la gravedad cuántica. Como soy ignorante de todo eso, no intentaré explicarlo al lector como si supiera; apenas diré que la cuántica es la rama de la Física que estudia la naturaleza a escalas espaciales pequeñas y se basa en la observación de que todas las formas de energía se liberan en unidades o paquetes minúsculos llamados “cuantos”.

Pero Gambini, en declaraciones recientes, ¡oh, casualidad bendita!, se ha preocupado de repetir que su mayor inquietud –y sigue trabajando en eso- es unir lo científico con lo filosófico.

En otras palabras, un ejemplo espléndido de saberes integrados.

¿No sería buena cosa que las autoridades de la enseñanza nacional, desde Primaria al nivel terciario, charlaran con él para comprender su estimulante hipótesis y su eventual aplicación en nuestra educación, incluyendo a la escuela, desde la pre escolaridad, a los liceos, a la UTU, a la Udelar y a las universidades privadas, tomando en cuenta, queda claro, todas las diferencias sociales y económicas que inciden en estas áreas de la educación?       

¿Qué? ¿Suena tal vez ingenuo?

Estoy persuadido que no lo es, sino una oportunidad, acaso inesperada, de sumar un aporte inestimable a la solución de un problema con el que la enseñanza de este país lleva tropezando un tiempo desmesurado.

Por supuesto que nadie puede extender una garantía que dé certeza a los resultados, entre otros motivos porque ignoramos cómo será el nuevo mundo en que nos moveremos, en caso de que podamos hacerlo. Pero, esto es seguro, habremos hallado mejores armas, mejores ideas, lejos de los choquecitos de trenes que hoy van y vienen sin rumbo, para estar preparados y abiertos al cambio imprescindible, incluso si lo acordado o reformado debiera sufrir correcciones ante una coyuntura no prevista, porque, en esencia, la integración de los saberes o conocimientos, y lo aseguran las experiencias que pueden encontrarse en otros sitios del planeta, es elástica.

Elástica e irrompible.

Y se retroalimenta para modificar su estructura, nunca su esencia.

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