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Mamá trascendió

César García Acosta

El miércoles 15 de junio, después de que sus 92 años nos lo advirtieran casi con impertinencia, mamá trascendió. Voló alto para reunirse con papá, su querido Lenin, con quien compartió las luces y las sombras de una larga vida muy uruguaya.

María del Carmen Acosta Alaniz era mi mamá.

Nació un 22 de setiembre de 1929 en el barrio Palermo de la ciudad de Montevideo.

Jamás pensé que podría estar escribiendo estas líneas.

Jamás creí que mamá partiría, porque para mí era (y sigue siéndolo) invencible.

Sabía reformularse a cada instante detrás de una simple excusa.

No necesitaba mucho para ser feliz. Le alcanzaba con pintar un cuadro (como los que aquí reproduzco) para equilibrar su alma. Ese era su mayor placer y constante desafío: comunicarse pintando.

Para mamá la libertad era filosóficamente el sentido de la vida; como también lo fue su fe católica –que mucho más que una cultura arraigada- fue la fina consagración con la eternidad.

La última vez que abrió sus ojos -a sabiendas de lo que hacía- fue para escuchar al cura Bernardo, de la Catedral de Montevideo, apenas unas horas antes de partir cuando le dio su bendición final. Estoy convencido que en ese momento mamá rezó y decidió irse.

Pasadas ya algunas horas de ese desenlace, cierro los ojos y me veo de su mano en la esquina de las calles Cebollatí y Salto, rumbo a Gonzalo Ramírez, para tomarnos otra vez el viejo ómnibus de la Amdet, rumbo al Parque Rodó.

Gracias mamá por la vida y la familia.

Hasta siempre.

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