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Artigas, los abuelos y la patria que todavía nos llama

Pablo Caffarelli

Hay gestos que trascienden lo simbólico para convertirse en parte de nuestra identidad. Uno de ellos —quizás el más noble— es que Uruguay haya decidido conmemorar el Día de los Abuelos el 19 de junio, día del natalicio del General José Gervasio Artigas. Porque hay algo profundamente verdadero en ese gesto: Artigas no solo es nuestro prócer máximo, sino también el abuelo de nuestra nación.

Los abuelos, como Artigas, son quienes lucharon antes que nosotros. Nos legaron no solo una historia, sino una forma de ser. Un país no nace de la nada: se forja con esfuerzo, con principios, con sueños que a veces parecen imposibles. Artigas fue eso: un soñador inquebrantable. Y en tiempos donde el cinismo quiere reemplazar a la esperanza, necesitamos más que nunca volver la mirada hacia quienes, como él, creyeron que un país justo, libre y solidario era posible.

Se ha intentado, en algunas corrientes revisionistas, reducir su figura. Decir que no fue tan heroico, tan determinante, que su gesta fue menos épica de lo que aprendimos en la escuela. Pero hay una forma certera de medir la grandeza de un hombre: por la huella que dejó. Y Artigas dejó una enorme.

Su proyecto de la Liga Federal (Provincias Unidas de la Banda Oriental) no fue un simple anhelo federalista. Fue la propuesta más avanzada y generosa de su tiempo. Aún hoy, en ciudades de las ex provincias en las que aún hoy se erigen estatuas en su honor. Y no es casualidad. Allí, donde la patria grande que soñó tuvo su mayor eco, el recuerdo de Artigas sigue vivo, como un faro de lo que pudo haber sido —y que por un tiempo logró ser.

La historia no fue amable con él. Desde el centralismo porteño, aquel mismo que traicionó los ideales de libertad e igualdad, se aplastó su proyecto y se exilió su figura. Pero el pueblo no lo olvidó. Y si algo nos caracteriza como uruguayos es esa memoria terca, serena y persistente. Artigas no murió en el exilio. Volvió con cada generación que eligió ser libre, honesta y digna. Y hoy, en cada abuelo que nos cuenta cómo se forjó este país, hay un pedazo suyo.

El Uruguay no es solo el que habitamos hoy. Es también el que nos soñaron. Y no se puede entender lo que somos sin mirar cómo nacimos y bajo qué principios crecimos. La libertad, la justicia social, la unión de los pueblos, el respeto por los más humildes: eso era Artigas. Y eso, si no lo defendemos, lo olvidamos.

Levantemos su bandera —no solo la que flamea en los mástiles—, sino esa otra, más profunda, que nos recuerda que el pasado no está muerto si seguimos caminando en su misma dirección.

Porque si honrar a los abuelos es reconocer el valor de quienes vinieron antes, entonces el mayor homenaje que podemos hacerle a Artigas, nuestro gran abuelo patrio, es no olvidar jamás para qué luchó.

Nada podemos esperar si no es de nosotros mismos”

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