Liberar al batllismo de la trampa coalicionista
Eduardo Fazzio.
El Partido Colorado está preso de la trampa coalicionista, amenazado por quienes quieren aniquilarlo adhiriendo a un Partido llamado Coalición Republicana, que no es otra cosa que un pobre arrebato reaccionario de quienes privilegian el pavor como instrumento de aglutinación política y el acceso al poder público por el poder en sí mismo, sobre la esperanza de pensar y actuar por una sociedad libre, fraterna, de progreso y justicia, sin instigar al enfrentamiento.
El coalicionismo, como proyecto político, es una iniciativa pobre intelectual y espiritualmente, antigua, hija del miedo, que promueve el odio entre uruguayos, que agita el fantasma de la izquierda, sin mostrar otras razones para su existencia que el acceso al poder, que renuncia a priori a asumirse como una oposición responsable y racional, privilegiando coaligarse desde la brutalidad de caricaturizar al gobierno electo, en vez de pararse con seriedad frente a su gestión y los temas del País.
El coalicionismo, tal cual como viene de funcionar, ha fracasado en logros y resultado electoral.
Aquí hablo de la trampa coalicionista departamental y la trampa coalicionista nacional, como filosofía y proyecto político. Que, si en algo coinciden ambas, es anidar dentro de sí la desnaturalización del Partido Colorado Batllista.
LA TRAMPA COALICIONISTA DEPARTAMENTAL Hace cinco años en Montevideo, fuimos obligados a ir detrás de una candidata única blanca; sólo dos o tres nos plantamos en la Convención Nacional frente a tal desacierto, promovido desde el espíritu coalicionista de algunos líderes. Hoy por hoy, intentando enmendar ese error y el daño identitario que provocó, y gracias a la perseverancia de varios compañeros, se aspira a encontrar de un día para el otro un candidato que refuerce la candidatura blanca, elaborada cuidadosamente durante cinco años. Control de daños.
¿Cuál es el sentido de comparecer en las próximas elecciones municipales de Montevideo, Canelones y Salto, absteniéndose otra vez más como Partido Colorado? ¿Cuántas derrotas, detrás de los blancos, en este formato se desean cosechar? ¿Será miopía, una trampa que se nos ha tendido o una estrategia negadora de identidades, para ver hasta dónde se puede provocar el olvido del ser colorado y batllista?
Estas decisiones de desmunicipalizar al Partido Colorado no son caprichosas, obedecen a la creencia que el poder local se reconquista mediante la suma mecánica de votos pretendidamente cautivos. Los resultados del balotaje nacional muestran que no todos los ciudadanos son embretables, ni por sistemas electorales embudo ni por discursos confrontacionales sin sustancia.
Tal vez sea el momento de primero definir, en algunos de estos departamentos, sino en todos, una o varias pautas programáticas, y reconsiderar si lo mejor no es volver a competir bajo nuestras propias banderas. La reconstrucción partidaria parece más factible desde el fortalecimiento de la identidad, en vez de la dilución detrás de candidatos ajenos.
Se ha adoptado un sistema dirigencial fracturado, por el que quienes más se juegan como candidatos a convencionales partidarios, no pueden ser candidatos a gobernantes departamentales.
Se instala un divorcio funcional entre partido político y ediles, se inventan repentinamente candidatos a Intendente, que suelen ser efímeras figuras fugaces.
Se fuerza la aparición de un conglomerado de ciudadanos, que no pueden comparecer en las internas partidarias, pero se reservan para las departamentales, sin ninguna dependencia institucional del Partido original ni sus Comités Departamentales, y sin más pertenencia formal que a un Partido virtual llamado Coalición, entre cuyas autoridades no hay pocos fusionistas, que sueñan con diluir al Partido Colorado Batllista dentro del Partido Nacional, para forzar la polarización entre el lema de izquierdas y una fuerza conservadora clásica, liberal en lo económico, obsesivamente antifrenteamplista y de derechas.
El sueño dorado del estratega frentista menos avisado.
LA TRAMPA COALICIONISTA NACIONAL El concepto de coalicionismo, por delante de ideas, propuestas e inserción política, ha mutilado la riqueza y vitalidad interna del Partido Colorado. Ha supeditado la crítica, maniatando políticamente a los dirigentes, a cambio de la participación tangencial en el gabinete. Le regaló la alternativa política al Frente Amplio, y le hizo el campo orégano a su crecimiento. Tanto a nivel nacional como a nivel departamental.
El coalicionismo, como profesión de fé, ha operado como un neutralizador, anestesiando la crítica de no pocos episodios turbios e inocultables que envolvieron al gobierno de Lacalle, de su incuestionable fracaso en la política exterior, de la pérdida de presencia y autoridad frente al florecimiento de la violencia del narcotráfico.
El coalicionismo antifrenteamplista es una fuerza centrífuga hacia las posiciones liberales más conservadoras, que si algo le ven de malo los derechistas es que es poco antifrenteamplista. Es el mar donde se ahoga el batllismo.
Porque una cosa es acompañar a un candidato a un balotaje, otra participar en su gabinete ocupando algunos cargos y otra es un contrato tácito de pérdida de personería política. Y eso es lo que ocurrió frente a los ojos de gran parte de la ciudadanía.
Luego de las elecciones internas, una vez resueltas las candidaturas únicas a las que fuerza la ley, los sectores colorados debieron reacomodarse detrás de un solo candidato.
La inteligencia política durante el extenso ciclo electoral recomienda ir ampliando las fronteras de ingreso de votantes, ganando una identidad que atraiga, que no se cierre a la masa flotante que en Uruguay define las elecciones. Pero se hicieron las cosas al revés.
En las últimas elecciones internas, el nítido ganador de ellas fue el Dr. Andrés Ojeda, quien declaró de antemano que su mayor propósito era evitar que ganara el Frente Amplio, declarándose para tales efectos como coalicionista, además de reconocer públicamente como su líder a Luis Lacalle.
En esa etapa inicial, en que también se jugaba una suerte de primarias simbólicas interpartidarias, cuyo resultado iba a influir indirectamente en quiénes pasaban al balotaje, se optó por omitir una diferenciación crítica con el gobierno de Lacalle, eligiendo una mimesis con ese concepto de oficialismo coalicionista de poco contenido sustancial, bautizado primero por los opositores como multicolor y luego como republicano por los espíritus más reaccionarios.
Durante las internas coloradas varios candidatos hablaron muy poco, pero muy poco de ideas propositivas que construyeran un perfil atractivo a nivel popular, y demasiado de antifrenteamplismo y coalicionismo. El resultado fue una votación colorada muy baja, frente a una votación blanca notoriamente superior. El único planteo disruptivo fue el del candidato de Batllistas Tabaré Viera, quien puso sobre la mesa el tema de la jornada laboral, que fue desestimado por el resto de sus competidores.
En octubre en cambio, ya con con las cartas vistas, se ajustó la estrategia, se nos sorprendió informándonos que ahora sí eran las verdaderas internas de una coalición que no existe y el propio candidato del Partido Colorado nos anunció que él era el único que podía ganarle al FA. Olvidando que si las tal interna había existido, ya se había dirimido a los ojos de la gente en tiempo de internas, en que se había declarado seguidor del líder blanco.
Pero obsérvese la disonancia frente a los votantes, llegado octubre quien había dicho que su líder era Lacalle, descalificaba a su otro yo, Álvaro Delgado, como forma de fortalecerse. Nos habíamos olvidado transitoriamente del coalicionismo, con el liderazgo confeso de Lacalle.
No se le ocurrió ni a nuestro candidato y probablemente tampoco lo consideraron así sus asesores, que no convenía debilitar a quien seguramente iba a terminar pasando al balotaje. Por el contrario, parecía que estábamos a un puntito y extemporáneamente se daba un repentino volantazo. La gente no lo vio así, ni siquiera lo vio con mayor seriedad, pero el daño al candidato que pasaría al balotaje ya había sido provocado.
Durante todo el recorrido de internas y elecciones parlamentarias hacia octubre, tampoco se apostó a otra cosa que a obtener adherentes dentro del espacio blanco, cabildante, colorado. Menos aún con un programa tan genérico como tardío, con gran esfuerzo valioso de dirigentes jóvenes, pero al que en ningún momento se lo privilegió en la estrategia comunicacional.
Se habló de muy pocos temas sociales y de porvenir, que pudieran encantar al electorado móvil. Sólo de antifrenteamplismo puro y duro, una y otra vez. Y cuando se habló de temas concretos, se eligió focalizarse en la inseguridad, iluminando así el más estrepitoso fracaso de una coalición que se decía querer defender, dejando de manifiesto la inoperancia brutal de un Poder Ejecutivo que día a día fue perdiendo control de los barrios de todo el país frente al narcotráfico.
El relativo éxito electoral en octubre de Pedro Bordaberry no sorprendió mayormente, y es fácilmente explicable ante la sensación de vacío, fragilidad y falta de liderazgo colorado, indistinguible del herrerismo oficialista y carente de argumentos para atraer el electorado de centro izquierda.
Finalmente, la crisis identitaria severa que se le ha infligido al Partido Colorado, tras cinco años de nula producción ideológica orgánica y pobre comunicación programática, arriado en este lustro hacia un coalicionismo complaciente, a cambio de la participación marginal en un gobierno que no alcanzó logros sociales relevantes y que se refugió en no más que el marquetineo de fantasiosos logros de un Presidente blanco durante la pandemia, y apoyado en una desnaturalizada doctrina de familias ideológicas que violentó la identidad histórica del batllismo, sigue forzando a miles de batllistas a votar fuera del Lema, en un desangramiento insoportable. Hay que comenzar a revertir ese flujo migratorio.
Es hora de parar, de empezar de nuevo, para el porvenir, respetando lo mejor de lo viejo, para no dejar de ser lo que fuimos y debemos ser para la República justiciera.