El batllismo en debate permanente.
Miguel Lagrotta
Se dice que el Uruguay tiene una suerte de ADN batllista. En parte es verdad. En parte, también, todo proyecto político de cambio, digamos desde 1946 a la fecha tiende a tratar de desbatllistizar la política y el Estado social y redistributivo construido lentamente desde fines del siglo XIX y que en parte aún perdura. El historiador británico marxista Eric Hobsbawn sostuvo en su trabajo «Políticas para una izquierda racional» lo siguiente: » Las coaliciones amplias de grupos y partidos, incluyendo los frentes populares, son necesarias sólo cuando el partido de la clase obrera no es suficientemente fuerte para vencer por si mismo: pocas veces lo es. Pero cuando tales coaliciones o frentes son necesarios, consisten por lo tanto en una variedad de grupos y organizaciones con puntos de vista muy diferentes (…) estan unidos contra un enemigo común(…) (Bado, S/F). La realidad, por lo menos, siguiendo esta línea de interpretación nos muestra que en esas dos décadas desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta el final del primer Colegiado «blanco» se produce el punto culminante del final del batllismo como ideología hegemónica en nuestro país. También es cierto que el batllismo luisista de la vieja 15 y el ruralismo de Nardone quiebran su crecimiento y presencia fuerte en la política nacional por diferentes motivos. La sociedad uruguaya, criticada usualmente como estática y sin vocación de cambios va a entrar profundamente en su rol de búsqueda de soluciones a una realidad económica, social y política compleja. Los antiguos grupos de presión tradicionalmente vinculados al universo de los grandes productores rurales, ahora se presenta la resultante social batllista de pequeños productores y asalariados que se enfrentan a los obreros industriales y sectores medios que veían en el Estado batllista su soporte principal. La verdad es que hay un cambio radical y profundo de la visión batllista con el triunfo del herrero-ruralismo en 1959.. Que si más trámite se enfrenta violentamente a la visión batllista con una política pro rural y anti industrial, liberalización del mercado de cambios y destrucción a la política de protección industrial y como contrapartida apoyo irrestricto al productor rural lo que implicaba una contención del gasto público, léase salarios y empleos públicos. La visión política quincista mal denominada neo batllismo tenía como eje un proyecto industrial urbano que sostenía una redistribución del capital excedente del universo agropecuario. En 1960 la política anti industria llega a su punto culminante con el desmantelamiento del modelo, desocupación creciente de obreros industriales y descontento popular. El Uruguay entra rápidamente en un caos económico muy fuerte para la estabilidad que acostumbraban disfrutar las sectores medios uruguayos. La verdad, vista a la distancia, nos muestra que aun hoy resulta complejo compatibilizar el modelo económico de base agraria con la base social urbana construida desde el primer batllismo hasta la actualidad. Fue y es el rol del Estado tratar de limar esas diferencias para que el modelo ejemplar de sociedad integrada, con crecimiento social permanente siguiese funcionando. El rol estratégico de la Educación Pública, las Empresas del Estado y una gran seriedad en Políticas de Relaciones Exteriores nos permiten ser hoy una excepción en el universo latinoamericano. Sin embargo, el modelo actual, el Estado como representación política de las necesidades de nuestro país tiene problemas de representatividad. Debido a la evolución de un modelo bipartidista pero de coaliciones. Esto tensa el sistema democrático dentro de las mismas y fuera hacia las decisiones del electorado que ve en muchos casos la biblia y el calefón como propuestas consensuadas. Y allí pierden los sectores de ideas, entre ellos el batllismo. Cuya identidad se ve diluida entre visiones populistas o liberales que auguran un «derrame» económico que el votante no percibe con claridad. No olvidemos que el batllismo siempre propuso la alternativa de un nuevo horizonte, un futuro innovador, un proyecto renovador donde el eje es avanzar socialmente atendiendo las necesidades del pueblo, del votante en definitiva. Ver: Cuadernos de Ciencias Politicas. FCU 1995.