Politica Nacional

El Discurso Vacío

Vivimos en una era en la que las palabras parecen haberse vaciado de significado. Los discursos políticos, mediáticos y hasta deportivos se han convertido en un desfile de frases hechas, lugares comunes y gestos calculados, destinados más a dar la sensación de autoridad que a comunicar verdad.

La pandemia, los conflictos internacionales, las crisis sociales, todo se resume a un parloteo incesante que rara vez entra en el fondo de los problemas. Y esto no es un fenómeno aislado: lo vemos reflejado en distintos ámbitos, desde la política hasta los medios, y hasta en la forma en que figuras públicas se relacionan con el público.

En el plano internacional, la situación de Gaza es un ejemplo paradigmático. Mientras los titulares se multiplican, los líderes hablan, las declaraciones se encadenan, la realidad sobre el terreno se deteriora sin pausa. La tragedia humanitaria y la violencia cotidiana no parecen mover más que la retórica, las condenas forma

les y las promesas de solución que nunca llegan. La distancia entre la palabra y la acción se hace abismal, y lo que debería ser un llamado urgente a la justicia y la paz termina reduciéndose a un intercambio superficial de frases que suenan correctas, pero no cambian nada. Es el vacío de la diplomacia convertida en espectáculo, la impotencia disfrazada de elocuencia.

Ese mismo vacío se manifestó recientemente en Uruguay, cuando Yamandú Orsi,

 tuvo la oportunidad de dirigirse a la ONU. Su discurso completo fue errático, disperso y a ratos casi cantinflesco. Se quedó sin decir nada durante largos segundos, divagaba y titubeaba, dando la impresión de improvisación y falta de rumbo. Lo que podría haber sido un mensaje firme y coherente para todo su gobierno terminó siendo un cúmulo de frases vacías. Sus propios votantes quedaron desconformes: esperaban una postura más clara a favor de Palestina o una denuncia del genocidio, y no la obtuvieron. El vacío de su discurso dejó en evidencia la fragilidad de hablar mucho sin comunicar nada realmente.

En paralelo, otra figura pública mostró nuevamente la peligrosidad de palabras irresponsables. Milca Melgar, directora del Mides, respondió a un tweet de la embajada de Israel con la frase “desde el río hasta el mar”. Para quienes no lo sepan, es una expresión utilizada por grupos árabes y terroristas para afirmar que el Estado de Israel debería desaparecer. Es ofensiva y peligrosa, y demuestra cómo palabras dichas desde un cargo público pueden generar daño real y confusión. No se trata de un debate ideológico abstracto: negar el derecho a existir de un país no es un error menor, sino un acto que merece crítica y condena.

En ambos casos se evidencia un patrón común: el discurso vacío. Hablar sin decir nada, reaccionar sin pensar, emitir palabras que no construyen ni orientan. Mientras tanto, la tragedia en Gaza continúa: civiles inocentes sufren y necesitan atención urgente.

Pero la claridad política también importa, reconociendo, al mismo tiempo, la urgencia de proteger a la población civil.

La lección es simple y humana.

Las palabras pesan.

La responsabilidad de quien habla desde un cargo público o desde un podio internacional no puede ser reemplazada por gestos vacíos, divagaciones o frases sueltas en redes.

La comunicación sin contenido genera confusión, daña la confianza y convierte la política en un espectáculo mientras la realidad sigue golpeando sin pausa.

Hablar bien, con sentido y claridad, es también un acto de respeto: hacia quienes escuchan, hacia quienes sufren y hacia el país que se representa. El discurso vacío, ya sea por inseguridad, improvisación o ignorancia, no cumple con ninguno de esos deberes.

Y la historia, como siempre, recuerda a quienes desperdiciaron la palabra y a quienes la usaron para construir claridad y compromiso.

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