Política nacional

Pescando adentro de un balde

César García Acosta

Algunos sectores del Partido Colorado en la previa a las elecciones internas pasadas, prendieron el señalero de los mensajes políticos para la izquierda y doblaron para la derecha. Eso más allá de confundir generó desazón a la hora de los resultados. Según el nicho social y político que se represente con las ideas, serán los votos que sobrevendrán en los comicios. La pesca debe ocurrir en el mar abierto y adentro de un balde.

Aunque aún incipiente, la evidencia del reacomodo político rumbo a las internas de los partidos, es un factor que inquieta como dato de la realidad y por sus implicancias corporativas, institucionales y de subsistencia personal de los actores del `mundillo´ sectorial de los partidos políticos. Si bien esto es consecuencia del proceso de las competencias democráticas, también es un generador de conflictos personales con muy altos costos económicos asociados, tanto para el profesional como para el vocacional de la actividad política.

Estas idas y venidas de los auto definidos `dirigentes´ es una moneda corriente en la democracia, que cuando sobreviene provoca casi siempre rupturas estructurales que hacen perder el tiempo en conflictos menores, que al momento de las elecciones, difícilmente se traduzcan en un importante caudal de votos a nivel de los partidos. El número que determina el lugar de preferencias en las internas ciertamente no es el mismo que el necesario para una diputación o para una banca en el senado, pero su inserción en estas instancias los cotiza mejor al momento de postularse.

También es justo decir que más allá de esta realidad, muchos de estos procesos recaen más en aspectos sustanciales que de formas, y casi siempre es el `ciudadano silencioso´ quien termina dirimiendo las cosas con su voto en las urnas.

Pero por más que pase el tiempo el factor de la fidelidad al líder se suma ciertamente a cuestiones de apego ideológico, fuerza por una idea, la implacabilidad de un estereotipo, su idiosincrasia y, por qué no decirlo, el anhelo por seguir detrás de una utopía.

Ese conjunto de cosas hace que sobre fines de 2021, y con la mira puesta en el 2024, la escena comience a perfilarse, observándose la predominancia en los medios de comunicación y en las -redes sociales- de muchos actores políticos que aunque secundarios por los votos que aportan, intentan mostrarse como formadores de opinión en un contexto donde por sí solos no podrían alcanzar ni siquiera un escaño municipal como concejales

Entre dirigentes y punteros

Los dirigentes (como se los conoce en Uruguay) o punteros (como se les dice en argentina), son postulantes que se presentan como `representantes´ de un pueblo indefinido: no se sabe cuántos votos podrían tener si se presentaran, por ejemplo, a una elección vecinal. Contrariamente a quienes sí compiten por escaños legitimados por el voto en los gobierno de cercanía, tienen mucho más arraigo social y personal que estos dirigentes que hoy se presentan como portadores de un sentir popular con una representación difusa mediante mensajes filtrados como noticia a los grandes medios.

Es por eso que en los últimos días se observan corrimientos como si se tratara de importantes escisiones ocurridas en los grandes sectores de los partidos, aunque de los que se trata no es más que de una suerte de reacomodo más mediático que real, que entremezcla para captar a algún distraído, imágenes que asociadas a viejos sentimientos y logos levantados en campañas pasadas.

`Logos sí e ideas no´ parece ser la consigna que por estas horas va transformándose en una constante de los tiempos de la precampaña electoral que se aproxima.

Pero como decíamos antes, objetivos, fines y estrategias empiezan a moldear escenarios y buscar perfiles que, en el fondo, lo que persiguen es la captación de voluntades internas más pensando en pescar adentro de un mismo balde, que en el océano abierto constituido por todo el espectro del cuerpo electoral.

Yendo a la esencia de una campaña –el perfil del elector- según sostenía hace 25 años el politólogo Oscar Botinelli, suponía preguntarse si `¿tiene validez la clasificación en derecha, centro o izquierda en Uruguay?, y cómo ¿los uruguayos se ven en esa clasificación?´

Este tema del posicionamiento político por cierto que no es un asunto menor, porque personalidades, ideología y afinidades son los factores de motivación a los que deberá apelarse en la campaña electoral, la que lejos de considerarse como un momento único, debería ser entendido como un proceso conformado por relatividades.

Precisamente por eso es que Botinelli decía tiempo atrás que “… en Uruguay, a diferencia de otros países, tuvo legitimación la palabra izquierda. Con legitimación no quiero decir que no haya gente foribundamente contraria a la izquierda. Pero fue muy clara la clasificación a favor o en contra de la izquierda y rara vez ha existido autoclasificación en derecha. Es muy raro que en Uruguay se entreviste a alguien, a una fuerza política que diga: `nosotros representamos la derecha´. Generalmente, figuras o grupos que en otros partes del mundo se ubican a la derecha, en Uruguay de autodefinen de centro”.

Los números 25 años después

Los números de hace un cuarto de siglo quizá se parecen mucho a los de ahora: 16% no se autoubica ni de derecha ni de izquierdas. En la izquierda pura se ubicaba un 8%, en la izquierda moderada el 14% y en el espectro de centro un 32% La derecha moderada era un 14% y en la derecha pura había un 15%. Si agrupamos un poco estos datos puede decirse que había 23% de gente ubicada a la izquierda, 29% en la derecha y 32% en el centro.

Yendo a los partidos políticos Botinelli concluía que: “39% de los frenteamplistas se autoubicaba en la izquierda moderada: 24% en la izquierda pura y el 23% en el centro. Acá queda claro que la izquierda moderada era el gran aglutinante con un alto porcentaje que se definía de izquierda de centro. En el Partido Nacional predominaba el centro con 35%, la derecha moderada 23% y la pura 22% y solo un 5% se autodefinía de izquierda. En el Partido Colorado era más fuerte el peso de la derecha: 28% registraba en el centro, 21 en la derecha moderada y 30% en la derecha pura, mientras sólo un 5% se definía de izquierdas.

De este modo la conclusión de aquella época era que los votantes del Partido Nacional y del Partido Colorado se ubicaban en una derecha moderada, casi de centro, mientras la izquierda, curiosamente también se ubicaba en una izquierda modera bastante próxima al centro.

El dato -de ayer y de hoy -sigue mostrando lo mismo: el `centro´ es el mayor espacio, y por ende es donde se avivará la competencia del espectro político en Uruguay.

Para enfocar esto debidamente hay que tener en cuenta las motivaciones de cambio que tuvo en cuenta la ciudadanía en las pasadas elecciones para cambiar el gobierno: fueron ellas y no otras las razones por las que se desembocó en la actual `coalición republicana´ y su versión de gobierno.

Decía el historiador Gerardo Caetano una vez conocidos los resultados electorales a BBC Mundo, que «el gobierno frenteamplista tenía un desgaste después de 15 años de gobierno», por lo que según él la transición hacia la centro-derecha de Luis Lacalle Pou “no debería ser motivo de asombro para el resto de América Latina.”

La actual `coalición republicana´ entró en juego en un escenario marcado por una pandemia mundial, y la antesala ideológica que constituía logros como la legalización de la marihuana, el derecho a decidir sobre la interrupción del embarazo, el matrimonio igualitario y las políticas sociales, como la mejora del salario y de las jubilaciones, la baja de la pobreza y los periodos de crecimiento del PIB de casi 8%.

Las razones del desalojo del Frente Amplio

Por eso los factores reales de rechazo que pueden explicar la salida del poder del Frente Amplio, deben sintetizarse claramente para no provocar dudas: la inseguridad pública y la economía «estancada» fueron los pilares de la debacle.

La delincuencia pesada –la de la rapiña- sumada al desempleo, incluido el sistema asistencialista del MIDES, tuvieron como prueba irrefutable los números jamás dados a conocer en la previa a los comicios por el Frente Amplio. No se sabía cuántos eran efectivamente los pobres en Uruguay, o cuál era la cantidad exacta de los asentamientos irregulares y sus poblaciones, o por qué tanta gente de un día para el otro entró a las cárceles procesada por la misma Justicia que nada podía hacer cuando el gobierno era frenteamplista.

A este proceso sobreviene la aplicación del programa del actual gobierno mediante la llamada ley de urgente consideración (LUC), que no es otra cosa que el instrumento de gestión gubernamental al que se apeló para concretar el programa político ganador en las últimas elecciones. Alcanza este motivo para que la LUC sea –como lo es- el objetivo de la oposición. No se trata de democracia directa, ni derechos individuales, se trata, sin excusas, de voltear a un gobierno. Por eso, sin espacio para probarla, a la LUC le cayó encima un referéndum para derogarla, que más que ir conceptualmente contra esta ley “tren” –así definida por la vastedad de los temas que aborda-, se transformó en la excusa perfecta para que el Frente Amplio a nivel de todos sus estamentos, lograra reorganizarse y unirse en medio de sus propias fracturas.

Pero ¿hacia dónde van los republicanos?; ¿hacia la confirmación de una coalición electoral de corte parlamentario, o hacia una coalición de gobierno con perfil programático?

Por eso es tan importante que la polaridad derecha-izquierda sea observada desde todos los lados posibles, y que se la observe como la sumatoria de varios conceptos que aislados serían solo actos individuales, mientras que sostenidos por una estructura política consensuada podría transformarse en una verdadera política de estado: ese debe ser el concepto que los republicanos deben afianzar: los acuerdos.

Consensuar se logra sólo a partir de diferencias manifiestas que mediante el diálogo podrá constituirse en los vértices de los acuerdos a construir, con el fin de no lesionar la esencia o el alma de cada partido político que integra la coalición, logrando consumar la utopía de cogobernar con bases comunes tan solo achicando las diferencias.

Superando derechas e izquierdas

Por eso, más allá de derechas y de izquierdas, hay que limar asperezas en el proceso para alcanzar el desarrollo homogéneo de los temas que conforman la agenda de la coalición. El debate no debe pasar solo por reducir el desarrollo del crecimiento del PIB, porque eso sería una consecuencia más o menos automática del aumento económico. Deben estar en la agenda todos los temas sociales, culturales, económicos, de salud y no se deben perder de vista que esas dimensiones (sociales, políticas y ecológicas), son patrimonio de todo el espectro político y no de una visión hemipléjica de las cosas. La cuestión de fondo no es la inexistencia de alguno de estos parámetros, sino de todos ellos.

Sobre el Mercado y el rol del Estado no puede haber confusiones: «tanto mercado como sea posible, tanto estado como sea necesario». Eso admite el criterio liberal de la economía, de la cultura y de la organización de la sociedad. Des Por eso la unificación de un contexto único en cuanto al modelo de distribución debería ser el camino: ni el mercado es la institución que mejor asigna los recursos, ni el Estado debe corregir ex post facto las asimetrías que arrojan los mercados primarios: de tierras, de capitales, de empleo y de bienes.

En cuanto al modelo de ciudadanía no debe admitirse la dicotomía de la libertad del productor y la soberanía del consumidor.

Los derechos de acceso a los bienes públicos de alta calidad, al margen del mercado y con la calidad de los derechos universales, deben perseguir el propósito de cubrir todos los riesgos sociales de los habitantes, desde que nacen hasta que mueren, en un contexto de construcción de esa ciudadanía social como lo hizo probadamente el Estado de bienestar.

En materia de desregulación o regulación del Estado, todo debería pasar por la conceptualización del Estado en sí mismo: no entremos en el debate sobre si la desregulación para hacer cumplir los contratos debe ser el eje de una gestión, ni que la regulación estatal es central en los mercados de bienes, de capitales, de empleo y de tierras. Las reformas deben ser tan racionales como estructurales y no deben temerle ni al sistema impositiva cruzado, ni a cobrar menos por un servicio para cobrar más por el otro. Todo resulta en la vida sujeto a la oferta y la demanda, y la sociedad como componente de estas realidades, no está exento de esto.

El Estado de bienestar aggiornado es la clave de la coalición republicana y así debe ser observada. Las derechas y las izquierdas ciertamente difieren sobre el alcance a dar al riesgo social.  Mientras para unos defender la existencia de un Estado de bienestar de tipo residual, es un imperativo, es necesario redefinir la concepción del riesgo social. No debe admitirse la existencia de `riesgos buenos´ para afrontar la atención médica, educación y cuidados, p que nada de esto se haga por el interés general. El Estado debe vigilar todo el escenario social y no sólo una parte de él. Debe cubrir los `malos riesgos´, y asumir el costo de quienes cayeron por debajo de un mínimo. La intervención del Estado lejos de ser subsidiaria, debe darse como factor de equilibrio y garantía para los mercados.

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