Sin polémica en el bar
Guzmán A. Ifrán
El viernes 12 de setiembre de 2025, el presidente de la República, Yamandú Orsi, compartió un almuerzo informal con Nicolás Olivera, presidente del Congreso de Intendentes e intendente de Paysandú, en el bar Santa Catalina de la Ciudad Vieja de Montevideo, a pocos metros de la Torre Ejecutiva. Lejos de los protocolos habituales, el encuentro fue una señal de cercanía y diálogo político.
Ambos líderes conversaron sobre la coordinación entre el Poder Ejecutivo y las intendencias, la aplicación de políticas públicas en el territorio y la relación del gobierno con ministerios y empresas públicas. En un ambiente distendido, Orsi eligió ravioles con estofado, mientras que Olivera optó por churrasco con ensalada: un detalle que, aunque menor, acentúa el carácter cotidiano de la reunión.
Este tipo de instancias, alejadas de la formalidad rígida, son las que más valor tienen en una democracia madura. Uruguay necesita que sus dirigentes se reúnan no solo en actos protocolares o negociaciones tensas, sino también en ámbitos donde se puedan tender puentes sin el peso de los flashes ni las tribunas.
Lo destacable es que tanto Orsi como Olivera se ubican en franjas políticas de centro, que tienden naturalmente al diálogo y a la búsqueda de puntos en común. Esa disposición permite que se genere un clima favorable a la cooperación y que se privilegie la construcción de acuerdos sobre la confrontación estéril.
Cabe recordar, además, que esta actitud de Nicolás Olivera no es nueva ni aislada. Muy recientemente, en la polémica generada por la compra del campo denominado María Dolores por parte del Instituto Nacional de Colonización, Olivera discrepó con la mayoría de su propio partido, el Partido Nacional. En ese episodio, dejó en evidencia una línea de conducta congruente entre su retórica y su accionar: mientras buena parte de su colectividad política optó legítimamente por una oposición más dura, frontal y enfocada en remarcar errores del gobierno, él eligió mantener un perfil distinto, proclive a tender puentes, buscar denominadores comunes y promover políticas públicas en conjunto para el desarrollo nacional.
Otras señales recientes refuerzan este perfil. Por ejemplo, cuando le preguntaron por la interpelación impulsada por Sebastián Da Silva al ministro Alfredo Fratti —relacionada con la compra de María Dolores— Olivera opinó que “se saltó algún paso en la gradualidad y se fue a lo duro”, sugiriendo que la oposición podría ejercer su rol de contralor con firmeza, pero también con reflexión y escalas en la forma de intervenir.
En este mismo sentido, la impronta de Olivera lo ha colocado ya en la agenda nacional como una posible figura de renovación dentro del liderazgo político del Partido Nacional, en una corriente alternativa a la abrumadoramente mayoritaria que lidera hoy el expresidente Luis Alberto Lacalle Pou. Considero que ello es tremendamente positivo, ya que la síntesis de ambas corrientes puede terminar fortaleciendo a la coalición republicana en su conjunto. Al mismo tiempo, me congratula que emerja una línea más cercana al centro del espectro político dentro del Partido Nacional, porque entiendo que allí se encuentra en definitiva la mayoría del pueblo uruguayo. Esto no significa, bajo mi opinión, que Lacalle Pou haya sido un presidente de derecha o conservador: muy por el contrario, derribó muchos mitos al respecto y encabezó un gobierno más tendiente al centro que a cualquier otro lugar. Sin embargo, en el imaginario popular, y sobre todo en la narrativa frenteamplista, resulta mucho más cómodo ubicarlo en la derecha. Por eso, cuanto más figuras de centro emerjan en los liderazgos de la coalición republicana, más chances habrá de retomar el nuevo rumbo de libertad y desarrollo comenzado con éxito en 2020, hoy simplemente interrumpido por un insulso período frenteamplista en el cual, a las claras, no se vislumbran grandes cambios para el Uruguay ni una visión de país que enamore corazones ni convoque voluntades, más que, tristemente, las refractarias de siempre mayormente capitalinas, que tienen a Montevideo entre la mugre, el desfinanciamiento y el atraso hace más de 20 años.
En definitiva, el país gana cuando sus líderes apuestan por coincidir en los grandes objetivos, por encima de diferencias partidarias coyunturales. Los ciudadanos no esperan de sus gobernantes enfrentamientos viscerales por cuotas de poder temporales, sino capacidad para encontrar denominadores comunes que mejoren la calidad de vida y fortalezcan la institucionalidad.
Vale señalar, asimismo, que este almuerzo tiene un antecedente inmediato: el muy reciente acuerdo alcanzado entre el Congreso de Intendentes y el Gobierno Nacional de cara al próximo presupuesto nacional, sobre el cual escribí en Opinar un artículo denominado «Un triunfo en la alta política». En aquel marco, se destacaron los principales puntos del acuerdo y cómo este fue posible en gran medida gracias a las improntas personales tanto de Olivera como de Orsi. Por eso, considero que este nuevo encuentro es la continuación natural de una relación política entre dos dirigentes que, en mi opinión, enaltecen la actividad pública desde su praxis, trascendiendo las tentaciones siempre presentes de la crítica rápida, fácil y destructiva.
Así las cosas, entiendo que el almuerzo entre Yamandú Orsi y Nicolás Olivera fue más que un gesto de cordialidad: constituyó una práctica política saludable, que fortalece la gobernabilidad democrática y reafirma la convicción de que el bien común debe estar, siempre, muy por encima de los oportunismos políticos coyunturales o las diferencias partidarias menores.