Raices negras
Dante Nieves Guerrero
Habitualmente hablamos, o escuchamos a otros que lo hacen, sobre la presencia de la raza negra en nuestro país, especialmente en temas concernientes al candombe.
Sobre estos temas son pocas las publicaciones, con excepción de las costumbristas y cercanas al carnaval, que han abordado con profundidad el tema.
Los antepasados negros llegados como esclavos al virreinato del Río de la Plata se constituyeron desde un principio en una nación organizada sin que siquiera el conquistador y el esclavista se dieran cuenta.
De la presencia negra en nuestro suelo, la historia oficial lo presenta como un cuasi hijo de su amo, cebaba mate, lavaba la ropa, vendía pasteles y a sus “amos” como filántropos, gente de avanzada.
Con esa teoría, hasta hoy, nos acordamos de ellos y de su descendencia cuando consideramos que hacemos lo políticamente correcto, pero no es así.
Nuestros ancestros negros fueron robados, secuestrados o comprados desde sus tierras de origen, los arrancaron por la fuerza de sus raíces, sus costumbres, su vida y en forma oprobiosa les conculcaron todos sus derechos y los trasladaron, peor que bestias, como esclavos, para que el blanco se hiciera la América.
Promotores en nuestro suelo de estas actividades humillantes y descalificadoras lo fueron muchos prohombres de la colonia.
No bien llegados a nuestra bahía eran encadenados y embozalados los más rebeldes, eran recluidos bajo el yugo en la costa de la hoy zona de Capurro en la costa oeste de Montevideo.
En esos galpones los “carimbaban” por segunda vez, es decir en lenguaje de hoy, le ponían una marca con un hierro al rojo vivo, con la identificación del esclavista local.
La primera se la habían puesto antes de embarcarlo en África.
A continuación se procedía al “palmeo”, sopesarlo, medirlo, con lo que se determinaba el valor comercial de cada uno.
Cerca del agua, en el denominado “Caserío de los negros”, actual zona de Capurro en los accesos de la ciudad por las rutas 1 y 5.
Los introducían en el Río de la plata para descostarlos y sanarlos de las “inmundicias” del viaje y luego al mercado.
Destrozaban familias, separaban padres de sus compañeras y sus hijos y a las madres de sus hijos.
Este fue un verdadero genocidio, nunca reivindicado en esta tierra.
Pero no nos estanquemos en el recuerdo oprobioso, a los esclavos desde el comienzo les fue permitido reunirse extramuros, fuera del abrigo de la muralla.
En esa zona cada grupo de esclavos, por tribu originaria africana tenía su “patio” o “cancha” donde se reunían.
Pero, cosa que nunca aprendimos en la escuela, estos esclavos a través de sus religiones sincretistas, escondidas debajo de una forzada evangelización, mantenían sus dioses, su música y sus costumbres pero aún más se reunían en la “salas de naciones” en las que juntos en una verdadera organización guerrera, se entrenaban y tomaban decisiones como grupo étnico.
La historia de “la capoeira” de los esclavos negros en Brasil es clara al explicar.
Estos grupos esclavos, detrás de sus cantos, en idiomas desconocidos, sus bailes y su música monocorde y repetitiva realmente se entrenaban para la guerra.
Cuando los “amos” los veían repetir sonidos, para ellos guturales y seguir un ritmo de música y sus bailes, que les parecían grotescos, los llevaba a decir que estos “negros están macaqueando”.
De ahí la denominación denigratoria de macaco (mono) que aún subsiste.
La realidad era otra, estos esclavos coreaban una consigna de ataque, sus palos e instrumentos eran sus armas, marchaban a pasos cortitos producto de los grilletes (como el paso de las comparsas) pero en realidad eran un batallón cerrando filas, su hoy llamado escobero no limpiaba los malos espíritus sino que dirigía la marcha del escuadrón y los guerreros que asemejaban un baile en realidad eran un grupo de ataque con golpes mortales (capoeira).
Avanzando en el tiempo de la colonia, fueron fundamentales los negros esclavos y ya algunos de sus descendientes que denominamos afrodescendientes, en la defensa de la ciudad durante las invasiones inglesas en 1806 y 7.
La historia, salvo Isidoro de María, no recoge que los que defendieron las murallas hasta la caída en “la Brecha” fueron los negros esclavos de Francisco Antonio Maciel, que murió en el combat, encabezados por su jefe conocido como “tío Juan”.
Estos negros, que repetimos la historia oficial ignora, fueron los héroes de la batalla del Cardal, en la zona de la plaza hoy de los 33 o de los Bomberos (18 de Julio y Magallanes), acción heroica que ni una chapita recuerda y menos los libros de historia.
Luego vinieron los negros de nuestro prócer José Artigas que como libertos o esclavos combatieron en todas las batallas emancipadoras de nuestra patria y que finalmente un grupo de ellos acompañaron al prócer en su exilio.
Pero con la abolición de la esclavitud, el cambio de status social no fue tal, la opción fue clara o esclavitud o ejército, en el que fueron la carne de cañón de la primera fila.
La primera ley de emancipación de esclavos expresaba en su artículo primero:
“desde la promulgación de la presente resolución, no hay esclavos en todo el territorio de la República”, para completar con su artículo segundo, “el gobierno destinará a los varones útiles que han sido esclavos, colonos o pupilos, cualquiera que sea su denominación, al servicio de las armas, por el tiempo que considere necesario”
De libres nada.
Los juntaron en batallones de 400 hombres hasta prácticamente 7000 hombres libertos y los entrenaban en el saladero de Bertrand a unos 5 kilómetros de la muralla de la ciudadela.
En el campamento del Ayuí los 83 artilleros eran afrodescendientes.
En la batalla de Sipe Sipe fue heroica la acción de 900 afrodescendientes de un batallón creado por José Rodeau al mando del General Pagola, libertos de las zonas de Minas y Maldonado.
También fueron fundamentales los conocidos como los lanceros de Bauzá creado por Miguel Barreiro a la retirada de los porteños desde nuestra patria.
Para no extendernos con datos estadísticos en todos los batallones fundamentales de nuestra independencia en su base eran los libertos, “pardos y morenos” de acuerdo a las designaciones de la época.
Finalmente como dijimos nuestro prócer José Artigas se retiró del suelo oriental con 200 afrodescendientes, los Artigas Cambacué.
Muchos de los mártires de la hecatombe de Quinteros, (1° de febrero de 1958) fueron hijos de esclavos
Entre tantos recordamos “al negro Sayago” clarín de Giuseppe Garibaldi, al Coronel Feliciano García, único que llego a este grado de oficial superior y a Jacinto Ventura Molina primer escritor afro en 1766.
Y llegamos en nuestro recuerdo, al primer Intendente de Montevideo Daniel Muñoz, que escribía bajo el seudónimo de Sansón Carrasco, que se decía que era hijo de Batlle Carrió y una negra esclava.
Especialmente dejamos constancia que Batlle Carrió reconoció en su testamento por lo menos 9 hijos “pardos” de sus relaciones concubinarias.
Quizás y sin quizás si no mediara esta razón hubiera sido impensable que un mulato del 900 fuera intendente de la capital del país.
Esta presencia se amplifica, desde el punto de vista de nuestra cultura, en la expresión a través de su música: el candombe, el tangó y el milongón.
Primero con percusión variada, para luego evolucionar hacia sonidos e instrumentos similares a los hoy por todos conocidos, chico, repique y piano más el bombo hoy caído en desuso.
Estos grupos de afrodescendientes producto de la “sala de las naciones” se nuclearon de acuerdo a los diferentes lugares de nuestra ciudad donde se concentraban.
Desde la ciudadela cada “nación” tenía su canchita donde se congregan domingo a domingo para bailar y tocar.
Se nucleaban por tribu originaria, los congos, los Mozambique, los bengelas, minas, cabildas, molembos, etcétera.
Al sonar de la tambora, del tamboril, de la marimba, del mate o porongo del mazcalía y de los palillos con sus cantos “calumba cangue, eee elumbá y otros.
Seguían con el tangó, y el chinchin chinda ebiché, nos enseña Isidoro de María en sus crónicas de Montevideo antiguo.
Todas estas danzas y sonidos diferentes, de raíz africana se condensaron a partir de 1834 bajo la denominación común de candombe.
Las salas de naciones fueron decreciendo por muerte de los esclavos originales hacia 1880 pero mantuvieron bases hasta mediados del siglo veinte.
Las salas más recordadas eran en la zona del cordón, las recuerda Marcelo Bottaro, “la de las ánimas” de los congos en la zona de la hoy calle Paraguay entre Canelones y Soriano, “de los vénguelas” en la hoy Gutiérrez Ruiz entre Durazno y Maldonado, “la de musena” en la calle Durazno y Barrios Amorin, la del pueblo “Maxi” de los magises en la actual Canelones a la altura de Blanes, la de “Lubolos” en las cercanías de Fernández Crespo y Miguelete.
Sobre esta última sala les contamos que al final del siglo diecinueve casi no quedaban miembros ni negros ex esclavos ni sus descendientes, por lo que aceptaron integrar a blancos que se tiznaban la cara de negro para participar.
Desde ahí nace la denominación, que a hoy aún identifica a las “comparsas”, negros y lubolos o sea blanco con la cara pintada de negro.
Pero los afrodescendientes ya eran y hoy aún lo son la, imagen pobre y producto de la más alta inequidad en nuestra sociedad.
Quedaron para ellos las más bajas remuneraciones, los empleos menores, el ejército pues no se les permitía ni el ingreso como policías, porteros, limpiadoras, etcétera.
Como anécdota recibida personalmente les cuento que en los años 80 un famoso Comisario de Colonia si se presentaba un afrodescendiente como aspirante a ingresar a la Policía le indicaba que mejor se dirigiera al Cuartel.
Descollaron por sus atributos físicos y deportivos, Isabelino Gradín, Rodríguez Andrade, Obdulio Varela, pero como ejemplo en un caso simbólico de nuestro Deporte el famoso “tuya Héctor” de la final olímpica solo se recuerda al Tito Borjas y a Héctor Scarone pero nadie recuerda que quién paró el ataque rival fue el afrodescendiente Juan Piriz, quien hizo el pase a Tito Borja quién dio el pase de gol a Scarone.
Tanto fue el olvido que ni Juan Piriz, campeón olímpico de 1928 y su hermano Conduelo Piriz campeón mundial de 1930 no están siquiera recordados en una calle con su nombre, al igual que el famoso Juan Delgado.
En el plano político nadie siquiera recuerda al primer diputado afrodescendiente titular en su banca Ricardo Zaballa, en el año 1929 o al primer Edil Carlos Larraura en los 60.
Por lo expresado es que trajimos nuevamente este tema para que aunque sea de esta forma los afrodescendientes pierdan la invisibilidad social y que tomemos conciencia que con su sangre y sacrificio se sustentó el estado oriental y nuestra República.
Es una Pequeña Historia que me permití contarles.