Política nacional

Sergio Molaguero como víctima olvidada

Washington Abdala

Yo no suelo escribir de personas por las que tengo afecto. No en esta etapa de mi vida. Menos meterlos en líos. Pero me duelen cosas y como me duelen saco a luz lo que me duele. Que queda claro, entiendo el dolor de los detenidos desaparecidos en Uruguay. Me opuse a la dictadura y no pasó bien nadie de mi familia ese período. Los reconozco y creo que les asiste todo al sentido común en sus reclamos. Si yo tuviera a mi padre o hermano en ese grupo, pelearía lo mismo que ellos. Punto. Nunca negué esta sensibilidad, los que me conocen saben que es así, le gustara a quien le gustara.

Pero Sergio no peleó nada, lo raptaron y lo tuvieron privado de libertad durante meses y no se murió de chiripa. Otros la quedaron. Lo hizo quien lo hizo. Ya no paso revista nominal. Estoy grande, pero me duelen tanto ciertas cosas que, a veces, vuelven a la mente.

Allí anda Sergio por la vida, sin inculcar odio, sin pedir venganza, solo sintiendo que no se repara su capítulo existencial como debe y el de otros inocentes que algún día sin comerla, ni beberla la guerrilla -o como la quieran llamar- los sacudió y a muchos les destrozó la vida.

En general, las organizaciones de los derechos humanos no son sensibles con esta causa. Supongo tienen una lectura preventiva o temerosa por el rugir de las izquierdas que tienen un monopolio de la sensibilidad nacional. Se equivocan, Sergio y todas las víctimas de ese terrorismo (que no es de Estado, pero es horrible igual) no merecen ese aislamiento. No estoy seguro de que los puedan mirar a la cara sin sentir algo de remordimiento: por ellos no se hace mucho, o muy poco, casi nada, ellos parecen no merecer el recuerdo como si fueran culpables de algo. Penoso y poco digno.

Igual no importa mucho lo institucional, nunca importa demasiado cuando lo institucional no suele resolver casi nada, es la sociedad la que se tiene que reconciliar y reencontrar…tampoco en esto se cierran heridas, o nadie busca eso. El juego de polarizar y tensar el pasado termina por no reparar el presente y lo excita de manera errada. Yo, como estoy grande, ya no me oculto nada. Y me gusta andar por la vida ligero de equipaje.

Ojalá me de la vida para ver a Sergio y a tantos dolientes de la violencia terrorista (no de Estado, por suerte para ellos tiene  su organización y apoyo político) con algún grado de respeto, apoyo y consideración. Me temo que está brava esa patriada.

Creo, estoy convencido, se lo merecen, pero son “mala palabra” para mucha gente que mira de reojos todo y que tienen temor a todo.

No es mi forma de ver el mundo, nunca lo fue, ni lo será. Escribo esto porque siento que se es injusto con el dolor de mucha gente que se comió: muertes, torturas, locuras por parte del primigenio grupo revolucionario que hoy remasterizado es una organización política legal y gobierna el Uruguay. Cuando no lo eran, mataban y lastimaban. ¡Ganó la democracia porque los envolvió en sus códigos! Perdiendo, ganamos los liberales con su victoria.

Insisto, no me quedo en el pasado, respeto el presente y me inclino ante el decisor soberano. Pero el dolor de Sergio y varios más, está allí, duele allí, y si duele lo de los desaparecidos, también debería doler esta injusticia.

Y no soy facho o de derecha (tampoco me duelen esas calificaciones) por sostener esto, es solo un mínimo de decencia y dignidad que hay que tener ante lo salvaje cuando irrumpió.

En fin, no mucho más, voy a insistir hasta morirme en esta causa, hay una ley que algo hace para reparar el dolor de estas víctimas, pero falta lo de fondo, lo real, el encuentro y el respaldo verdadero.

O seguiremos enfrentando abuelos y padres sin que lo entiendan los hijos y se les inculcará a los hijos un dolor del ayer.

Un error de un país que no se para con más empatía de todos para con todos.

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