¡Basta!
Gustavo Toledo
Antes de que las urnas hablaran, los líderes del Partido Colorado ya tenían la excusa en el bolsillo. “¿Vieron? Esto pasa porque no fuimos juntos en todos los departamentos”. Dueños de una lógica que desconcertaría hasta el mismísimo Descartes, el secreto del éxito -según ellos- está en que blancos y colorados compartamos un mismo paraguas electoral, y que, por simple aritmética, ganemos las próximas elecciones nacionales y departamentales con la fusta bajo el brazo. Tesis a la que se afilian desde el secretario general del Partido, que se refirió (mate en mano) a que es “estridente” la necesidad de la Coalición hasta un senador que dice estar a “muerte” con que se extienda a todos los departamentos, pasando (¿cuándo no?) por el padre de la criatura, para quien lo primero es la familia (ideológica).
Un consenso de facto, en el que no parece haber cabida para otra opción más que esa. ¿Formar cuadros? ¿Reafirmar la identidad colorada? ¿Cultivar las tradiciones? ¿Actualizar ideas y propuestas? ¿Apuntalar a la militancia y pensar a mediano y largo plazo? Nada de eso. ¡Coalición o muerte!
Ahora bien, uno de los problemas que subyacen a ese razonamiento me recuerda el yerro que recorre el pensamiento de los mercantilistas, para quienes la riqueza era fija y limitada, y por lo tanto el propósito de todo buen burgués o de todo Estado moderno era apropiarse de la mayor parte de ella o sentarse sobre sus reservas de oro y plata para siempre. Nuestros líderes creen lo mismo con relación a los votos. Suponen que la ciudadanía es una foto estática, en la que X es blanca, Y es colorada y Z es frenteamplista, y que la suma de X más Y va a superar a Z. Error. Gravísimo error. No ven que desde 1985, por lo menos, Y se reduce paulatinamente producto de los dictámenes de la biología y de una incesante sangría de votos y militantes en favor de otras fuerzas políticas, y en especial del… ¡FA! Conclusión ya no somos “ricos” ni tenemos reservas de las que jactarnos, apenas nos quedan unas chirolas y ni siquiera las cuidamos, por lo que si piensan ir a buscar la «diferencia» ahí para ganar futuras elecciones, están fritos.
Segundo problema, nuestros próceres de plastilina creen que se puede armar un Frankenstein sin cabeza. Es decir, sin pienso. ¿Qué programa, qué ideas, qué proyectos compartirían estas fuerzas políticas? Dicho de otro modo, ¿para qué se juntarían? ¿Sólo para que no gane el FA? ¿O para que tal o cual consiga conchabo en la Intendencia? En Salto, Canelones y Montevideo, ese pequeño “detalle” brilló por su ausencia. Y a nadie pareció importarle.
Tercer problema, nosotros. Es decir, ese puñado de colorados que en todo el país (algunos poniendo el cuerpo, otros a través del voto) reafirmamos nuestra lealtad a la vieja divisa de nuestros mayores. Sí, nosotros somos el mayor de los problemas, porque sabemos de dónde venimos y qué queremos ser. Por eso, cabe que nos preguntemos en voz alta, ¿vamos a seguir votando candidatos que, en los hechos, no nos representan, y que tienen más en común con nuestros adversarios que con nosotros mismos? ¿Vamos a seguir haciendo la vista gorda cuando presentan proyectos que poco o nada tienen que ver con nuestros valores y principios, secundan ideas ajenas o proponen candidatos para los entes autónomos que considerábamos fuera de carrera? ¿Vamos a guardar silencio luego de los chanchadas y faltas de respeto que padecimos, viendo cómo algunos de ellos hicieron campaña por nuestros adversarios y en contra de nuestros candidatos? ¿Vamos a seguir diciendo amén, cuando lo que cabe es lanzar un necesario e impostergable ¡basta!? Quiero creer que los colorados de a pie, los que seguimos sintiéndonos arropados por el sobretodo de Batlle (el gran ausente en este ciclo electoral), vamos a frenar esta agonía, y a devolver al Partido su condición de escudo de los débiles y defensor de la república, que, en esencia, es su razón de ser.
Parafraseando al indio Aguilar, saquémonos los ponchos, que del otro lado no hace frío.