Política

El lugar que damos a nuestros mayores

Fátima Barrutta

El miércoles 15 se celebró el Día Mundial de la Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato a la Vejez. Pensando en cuánto nos falta trabajar en contra de esa terrible realidad, me vino a la memoria un interesante artículo escrito por el filósofo compatriota Miguel Pastorino y publicado el año pasado en el semanario Voces. Ya su título lo dice todo: “Gerontofobia, un maltrato aceptado”. Recomiendo googlearlo para leerlo y aquilatar hasta qué punto una actitud regresiva, antihumanista, sigue campeando en la vida cotidiana.

¿Qué lugar damos a nuestros viejos? Ellos son nuestros padres y abuelos. Somos nosotros mismos, que lentamente transitamos nuestra adultez rumbo a ese destino inevitable.

¿Amparamos a nuestros padres como ellos lo hicieron con nosotros, cuando éramos bebés? ¿Les devolvemos ese amor comprensivo e incondicional, sacrificado pero a la vez maravillosamente gratificante? Creo haberlo hecho con mis padres y abuelos y estoy segura de que muchos de los lectores podrán decir lo mismo. Pero a quien no haya cumplido con esa misión generacional, no debe acusársele de ser una mala persona. Apenas de dejarse arrastrar por el vértigo de las urgencias cotidianas y por una suerte de filosofía utilitaria y pasatista que forma parte de la cultura contemporánea, aunque no nos demos cuenta de ello.

Como bien dice Pastorino, vivimos en una sociedad que premia el rendimiento: somos valorados en la medida en que somos útiles. Transcurrimos nuestra vida en un permanente proceso de esforzada competitividad. De niños y adolescentes, estudiando y capacitándonos. De grandes, trabajando sin descanso para crecer social y económicamente, mantener a nuestras familias y realizarnos profesionalmente.

¿Qué pasa cuando llega el retiro y con él, la mengua de nuestras capacidades físicas e incluso racionales? ¿Dejamos acaso de sentir? Al revés. A falta de incentivos directos y prácticos, nuestra sensibilidad se torna más fina y quebradiza. Es allí donde necesitamos, como contrapeso, la comprensión y el amparo generoso de las nuevas generaciones.

El reconocimiento de que aún tenemos mucho para darles, por la experiencia de vida acumulada.

Pero ese reconocimiento muchas veces no se produce. Jóvenes y adultos manifiestan en no pocas oportunidades una solidaridad intergeneracional que es más de forma que de fondo. Tratan a sus viejos con tolerancia pero sin empatía. Y estos últimos lo perciben intensamente. Por eso, suelen sentir culpa de ser un peso, una carga para sus hijos y nietos. Es la angustia de haber abandonado la condición de proveedor y pasar a la de protegido. Pero es también una regla de la vida a la que nadie escapará nunca.

Hay un camino de salida de este conflicto que pasa inevitablemente por el de la educación y la cultura, en tanto instrumentos que enriquecen el intelecto, afinan la sensibilidad y mejoran la empatía. No todo pasa por lo económico, aunque nuestro país tenga un sistema previsional pionero en América Latina (gracias, como siempre, al Batllismo). También pasa porque el objetivo de ser “escudo de los débiles” sea más que una declaración de principios y se consolide en la cultura del país.

En la tardecita del viernes 17, organizamos en la Casa del Partido Colorado un encuentro al que llamamos “Café con ambiente de tertulia” donde intercambiamos ideas personas de distintas afinidades partidarias e ideológicas. Allí estuvo presente, prodigando su sabiduría de siempre, el secretario general del Partido y dos veces presidente Julio María Sanguinetti.

He ahí el ejemplo de cuánto tiene para darnos un hombre que ya pasa los 80 años y es el fiel reflejo de todo lo que podemos recibir de quienes transitan por esa edad.

En la carrera loca de la vida cotidiana, no deberíamos desapegarnos nunca del afecto y reconocimiento a las personas que nos heredan su inteligencia y generosidad. No es que ellos merezcan nuestro cariño: somos nosotros quienes merecemos ser mejores personas, anteponiendo siempre el espíritu solidario a las urgencias prácticas de una vida carente de sentido.

Compartir

Deja una respuesta