Los problemas educativos del siglo XX y la reforma por competencias
Claudio Rama
La educación en el siglo XX en Uruguay ha estado marcada por varios debates y discusiones, cuyas raíces e impulsos aún hoy son parte de la agenda de las políticas educativas. Uno de los debates actuales en la palestra pública actual de la transformación educativa de la ANEP, remite a una discusión sobre los enfoques y orientaciones generales de la educación, o sea sobre los fines de la educación, y especialmente de la educación media. En este sentido, se ha planteado un nuevo marco curricular común desde la ANEP, cuyo documento final se ha aprobado la semana pasada, que remite finalmente a introducir en el currículo y la dinámica educativa el enfoque por competencias. Es esta una definición general para la orientación de la educación en general y concretamente de la educación secundaria, y que contribuye a redefinir y superar definiciones erróneas del siglo XX. Es en este sentido un problema heredado, que si en algún tiempo hubiera podido tener alguna razón, hoy es totalmente obsoleto para encarar este complejo siglo XXI. En tal sentido, es necesario poner en perspectiva histórica la orientación general y las formas institucionales de organización de la educación secundaria o de la educación post-primaria en el Uruguay. Fueron definiciones conceptuales y políticas que marcaron en el siglo XX, una orientación con un enfoque de enseñanza de cultura general en la educación media, y que hoy se conforma como una de las causas de la fuerte deserción y la muy baja capacidad de empleabilidad de los bachilleres. Ha sido un enfoque tradicional centrado en el saber frente al saber hacer, y que además se vincula a una tradición de separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, y que hoy es totalmente obsoleto ante los cambios en las tecnologías y los conocimientos.
El país introdujo un enfoque de la educación secundaria durante el siglo XX que fragmentó y dividió la educación post-primaria entre un recorrido centrado en una formación de cultura general y en otro recorrido centrado en una formación práctica, especializada y técnica más vinculada al mundo del trabajo. Ello se expresó en el desarrollo institucional por un lado de un tipo enseñanza secundaria, en su inicio a cargo de la Universidad de la República y luego en 1935 del Consejo de Educación Secundaria, y por el otro, de otra formación media, técnica y especializada con origen en las Escuelas de Artes y Oficios y que luego desde 1942 se integraron en la llamada Universidad del Trabajo, la UTU. Durante aquellos tiempos ello se reafirmó en tanto funcionaban como Consejos separados e inclusive con el tiempo se hicieron más autárquicos hasta el establecimiento en los años setenta del inicio de algunas formas de coordinación institucional.
Durante el siglo XX, la formación post-primaria, o sea la formación media o secundaria, fue el centro de la dinámica educativa, como una derivación de la propia reforma de Varela y de Latorre que desde 1877 impulsó la educación primaria obligaría, laica y gratuita, y que finalmente derivó en la búsqueda de mecanismos de expansión y masificación durante el siglo XX de la enseñanza secundaria. Fue un proceso de transformación acicateado por la creciente urbanización, la expansión de las capas medias y la conformación del Estado, que crearon la fuerte demanda de bachilleres. Sin embargo, esta se estructuró en forma fragmentada entre una formación de cultura general en los organismos de enseñanza secundaria, y otra formación técnica especializada en las Escuelas de Artes y Oficios que se fueron creando. La primera de éstas Escuelas se había sido creada por Latorre en 1878 dentro de un predio militar, siendo en sus inicios los alumnos, jóvenes detenidos o huérfanos, y donde la enseñanza técnica cumplía la finalidad de su reinserción social. Este enfoque correccional marcó en el futuro una mirada estigmatizada sobre la formación técnica, y reafirmó el paradigma de separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, que caracteriza la educación en el país.
Este fraccionamiento de la educación media en dos niveles y en dos instituciones, fue objeto de un debate entre dos proyectos educativos, cuando Batlle en 1911, propuso la creación de 18 liceos departamentales. Figari consideró que era un error llevar al interior la enseñanza secundaria, abstracta, teórica, sin posibilidades prácticas, cuando lo que se necesitaba era capacitar gente que pudiera vincularse a la producción en el interior. Figari proponía una enseñanza práctica y técnica, e incluso en lo pedagógico sostenía que las clases se debían basar en la presentación de problemas por el docente y los alumnos plantear soluciones, para luego analizarlas cualidades y defectos de estos, y con ello buscar incentivar la iniciativa y el interés estudiantil.
Figari planteaba la conveniencia de unificar esos diferenciados enfoques que separaban por un lado las teorías y la formación general, de la formación técnica. Figari fue nombrado posteriormente por Viera como Director de la Escuela de Artes y Oficios y presentó su Plan General de Reorganización de la Enseñanza Industrial, en marzo de 1917, planteando la necesidad de una educación media integral y centrada en el desarrollo de competencias. Su propuesta no tuvo éxito, y la educación secundaria mantuvo ese enfoque gestionada desde el interior de la Universidad de la República. Ese fraccionamiento, por un lado bajo con una formación humanística y generalista y por el otro una formación secundaria técnica, se expandiría y consolidaría con la creación del Consejo de Secundaria en 1935 y de la UTU en 1944. El enfoque de Grompone con la creación del Instituto de Profesores Artigas (IPA) en 1949, propendía a una formación de los profesores tanto teórica como práctica en las aulas, buscando articular ambos paradigmas. Años después, en su libro “Pedagogía Universitaria” (1963), Grompone, planteó que era necesario librarse de “dos enemigos” educativos que el definía como la dependencia de las ideas y de las teorías ajenas repetidas servilmente, y de la subordinación a la especialidad.
Figari y Grompone tuvieron razón en esta línea de propender a una enseñanza articulada de contenidos, actividades y prácticas. Ambos entendieron claramente las debilidades de una formación sólo cultural y general, así como una formación solo práctica. El siglo XXI está, en todos los niveles educativos en esta búsqueda de articular teoría y práctica, siendo su expresión el enfoque por competencias. Hoy es claro que el saber debe ser el saber hacer, saber comunicar, saber resolver, etc, y que no existe hoy saber, sin saber actuar. Este es la base finalmente de la transformación educativa y que sin duda hace ya varias décadas que debería haberse establecido. Otro siglo no se puede perder.