Mucho relato, poca frazada
Ricardo Acosta
Las muertes por hipotermia dejaron al descubierto lo que muchos prefieren tapar: la diferencia entre lo que se predica desde la oposición y lo que se hace desde el poder. El frío no perdona discursos tibios.
El frío no tiene ideología.
Golpea parejo. Y cuando se instala como lo hizo estos días en Uruguay, no distingue banderas, ni discursos, ni relatos.
Simplemente, congela.
Y a veces, mata.
Seis muertes en situación de calle.
Seis vidas apagadas por la intemperie, la indiferencia, la desidia. Y esta vez no hay un gobierno de derecha a quien culpar.
Esta vez, el Frente Amplio está en el poder.
Y esta vez, las respuestas no llegaron a tiempo.
Se declaró la alerta roja.
Se activaron operativos de emergencia.
Se habilitaron refugios en gimnasios, cuarteles, clubes barriales. El Estado se movió, sí, pero con demoras, con titubeos, con burocracia.
Y con explicaciones incómodas.
Pero lo hizo tarde. Después de las muertes. Después del reclamo. Después del ruido.
Se aprobó una ley que permite internar a personas en situación de calle con problemas de salud, pero tampoco se aplicó.
A lo sumo se admitió que “estuvieron cerca” de usarla.
Otra oportunidad perdida.
Se movilizaron equipos, se agregaron vehículos, se abrieron más cupos.
Bien.
Pero todo eso llegó después del daño.
No es la acción lo que se critica, es la demora.
No es la capacidad, es la voluntad.
Y mientras tanto, algunos sectores aún debaten si actuar puede vulnerar derechos.
Como si el derecho a dormir en la vereda pesara más que el deber de evitar que alguien muera ahí. Como si la intervención fuera un atropello, y no una obligación del Estado cuando la vida está en juego.
Dentro del Frente Amplio hay una concepción instalada hace tiempo: que no se puede obligar a una persona a abandonar la calle si no lo desea. Que la libertad de elegir, incluso en la miseria, está por encima de la intervención estatal. Porque cuando la prioridad es no parecer autoritarios, se termina renunciando a salvar vidas.
No es casual que desde el PIT-CNT, esa misma central que defiende al FA, hayan surgido ahora críticas durísimas. Acusaron al gobierno de actuar tarde, de no tener planificación, de reaccionar solo cuando los cuerpos ya estaban en la morgue. Y no lo dijeron desde la oposición, lo dijeron desde adentro. Porque no se puede hablar de justicia social con el discurso, y al mismo tiempo mirar hacia otro lado cuando el termómetro baja de cero.
El MIDES, bajo presión, habilitó refugios obligatorios. Pero fue después del desastre.
No antes.
No con prevención.
Con urgencia y remiendo.
Con improvisación, no con estrategia.
Y mientras tanto, se multiplicaban los argumentos sobre el respeto a la autonomía, a la libertad personal, a los derechos humanos entendidos desde un lugar casi dogmático. Esa versión del progresismo que prefiere evitar el conflicto a enfrentar la realidad.
Que habla mucho, pero no hace nada.
La situación de calle no es nueva. Tampoco es culpa exclusiva de este gobierno. Pero sí es responsabilidad de quien hoy tiene la herramienta del Estado en la mano. Y si durante años se usó como símbolo del fracaso ajeno, hoy debe asumirse como parte de una gestión que no estuvo a la altura.
El Frente Amplio prometió un gobierno más humano. Pero la humanidad no se declara.
Se practica. Y cuando esa humanidad es selectiva, cuando depende de lo que conviene o no conviene, entonces deja de ser una virtud y pasa a ser parte del problema.
El invierno 2025 vino a recordar algo esencial: que el relato no abriga.
No alcanza con decir que sos coherente, hay que serlo.
Y que la sensibilidad, cuando no se acompaña de acción, se transforma en hipocresía.
La gente no muere de frío solo por el clima. Muere también por la tibieza de quienes podían haber hecho algo… y no lo hicieron.