No le tenemos miedo a la vanguardia
Gustavo Gómez Rial
Podría parecer que hoy cualquiera se golpea el pecho repitiendo: Con el Batllismo ni ofendo ni temo. Nunca brotes o esquejes se han llevado. Como mucho, ramas desgajadas como huyendo de algún temporal. Solo pájaros rotos que proclaman habérselo adueñado. Cuervos rojos, tordos, dodos, loros, avutardas de otro nido. Ni que nuestro Batllismo, ese acervo político de esta fuerza histórica y renovadora, fuese un simple atuendo para carnaval en la escena de un cuplé diverso, en una murga que quisieran integrar de cualquier modo porque llena el teatro de verano.
Y es don Pepe remedado entre puños levantados, junto al Che tan típico de camiseta que se vende en todos lados. ¡Tierra pobre, yerma, extraña, donde insisten una y otra vez sin éxito para sembrarte!
Reconozco, lo admito, mi capacidad de asombro no es tan limitada como escasos han sido mis recursos políticos para comprender; ¿cómo alguien que ha escrito para esta casa se golpea el pecho, gesticula y grazna a viva voz proclamándose “Luisista” (no de aquél tan grande) y, a la vez, insiste en ser Batllista?
Si este Luis, el de ahora, que surfea olas y habla con orgullo sobrio de un legado ajeno que es de todos (mi Uruguay Batllista), hoy se decidiese, a ser Batllista, a confesarlo, les prometo que a él sí le creería. Pero aquí, para esta casa. A sembrar en nuestra tierra vengan los migrantes y a jurar por nuestros himnos y por nuestras leyes.
Porque aquí hay tierra para todos, porque aquí seguirá creciendo el olivar, la viña. Porque aquí habrá libros para los que nazcan.
Porque no le tememos a la vanguardia, porque usamos el fuego para alumbrar, las piedras para levantar puentes y casas, y porque usaremos toda la tecnología a nuestro alcance para hacernos más humanos, y aun prósperos y tan felices como orgullosamente uruguayos.