No seamos tan estructurados
César García Acosta
La columna de la semana pasada la titulé “¿somos idea? En realidad, lo que pretendí fue muy simple: era una visión más que permita entender las contradicciones de la conflictividad cultural que supone coaligarse con otros partidos y poder competir en igualdad de condiciones, como bloque, con el Frente Amplio.
Las izquierdas en los años sesenta ya habían versionado su formato de coalición.
Para el país tradicional, esta visión se recreaba bajo el “cielo del 69”, y era vista como una “colcha de retazos” que se integraba con visiones antagónicas provenientes de todo el espectro político del país.
A finales de los años sesenta esa conflictividad derivó en el desprendimiento del coloradismo de figuras como Zelmar Michelini y Alba Roballo. Jorge Batlle, por su parte, iniciaba su periplo “liberal”, profundizando su viraje de la tradición colorada hacia la derecha.
Lo que vino después es bien conocido: primera la radicalización económica y después el estancamiento del país en todos sus frentes.
Para imaginar el estado de conflictividad social del Uruguay d ellos sesenta alcanza con tener de referencia que se llegó a una elección con tres militares comandando a los partidos políticos: Oscar Gestido (Colorado), Mario Aguerrondo (Blanco) y Líber Seregni (Frente Amplio). Esta era la evidencia plena de que había una cultura popular que mientras buscaba incesantemente oponerse a la corrupción y a la inflación, no vacilaba en los cambios de partido para lograr incidir en el gobierno. Por un lado, el ruralismo de Benito Nardone (chicotazo), junto a una fracción colorada, logró formar un gobierno de fracturas. A la postre el partido de gobierno, el Colorado, ingresó a un período de reconversión sustancial cuando Jorge Batlle se definió “liberal”, y en franca oposición con la visión de su padre, Luis Batlle Berres, el último exponente del batllismo clásico, cruzo la vereda ideológica pretendiendo ligar al partido con postulados alejados de su tradición.
En su libro Zelmar Gerardo Caetano relata un hecho significativo: “, En octubre de 1959 Michelini formó parte de la delegación de legisladores que emprendió una larga gira por varios países de Europa y Asia, por lo que no participó de la extensa discusión que precedió a la aprobación de la Ley de Reforma Cambiaria y Monetaria que modificaría sustancialmente el rumbo de la política económica de Uruguay. ·Sin embargo, tuvo oportunidad de exponer su posición sobre el tema en la sesión del 20 de julio de 1960, en ocasión de discutirse un aumento de cuota del Fondo Monetario Internacional y del Banco de Reconstrucción y Fomento. Su exposición reforzó los argumentos dados por sus compañeros de sector Glauco Segovia y Luis Hierro Gambardella y no se redujo a un diagnóstico técnico, sino que abordó temas relativos a la soberanía, la dependencia y el imperialismo estadounidense. A su juicio, lejos de ser un cuerpo estrictamente bancario, el FMI respondía a los intereses políticos de Estados Unidos, que encontraba perjudiciales para el desarrollo económico y social de los países latinoamericanos. A modo de ejemplo expuso con detalle el contenido de los programas de estabilización que este organismo había implementado en Argentina y Chile, provocando un aumento en la desocupación y en la pobreza, y cuestionó su aplicación en Uruguay.”
Sobre la visión batllista de Michelini, dice Caetano: «Cada vez que el FMI ha tenido que acudir a América Latina, ha tenido en cuenta esto cuatro puntos: primero, la transferencia al sector agropecuario -en este caso del Uruguay fundamentalmente al sector ganadero, carnes y lanas- de una mayor porción del ingreso nacional mediante el aumento de los precios de los productos agropecuarios, el encarecimiento de los productos de importación, la liberalización de los controles de precios y la congelación de salarios. Segundo, un amplio concurso al capital extranjero bajo la forma de empréstitos, comenzados generalmente con los institutos internacionales. Tercero, una política desinflacionaria tendiente dólar impidiendo la concreción de acuerdos ventajosos. Se trataba de un proceso similar al que se había dado en otros países subdesarrollados que ya habían entablado vínculos con estos organismos de crédito.”
En síntesis, el comentario de la historia vista por Gerardo Caetano es elocuente: ”Para Michelini no quedaban dudas de que se estaba ante un contramodelo que apuntaba a desmantelar el sistema proteccionista y con él la industria nacional, valorada especialmente como fuente laboral. En este sentido destacó las virtudes del sistema de cambios múltiples que había regido las relaciones comerciales hasta la aprobación de la reforma cambiaría y recordó la férrea defensa que los gobiernos colegiados de la década anterior habían mantenido a propósito de los «tops», término que designaba a la lana lavada y peinada y que representaba uno de los pocos rubros exportables del país.» En este marco, la aceptación de las condiciones impuestas por el Fondo era percibidas en términos de claudicación.”
La perspectiva de los hechos del pasado, y el mérito de la realidad del presente, nos llaman a la reflexión: nada puede ser tan estructurado como para no entender que ante lo que se está no es una “fusión”, sino ante el ajuste a la forma de presentarse a una elección: reivindicar el espíritu colorado, y más aún, el batllista, supone no apegarse a un solo esquema porque eso nos privaría de participar, negociar y sobre todo, incidir en las acciones de un gobierno. No ver esto, o no entenderlo, podría ser tan equivocado como renunciar a nuestra ideología en vez de perpetuarla en la plataforma política de la competencia electoral.