Una marca llamada «batllismo»
César García Acosta
En esta edición varios columnistas analizan alguna arista de la seguridad pública. En particular, se pone el foco en la cárcel como generador de la atención social. La reclusión es donde la convivencia es ineludible; siempre es difícil mejorarla como objetivo para atemperar las penas y la recuperación de los que incursionan en el delito. A nivel social, nadie va a poner la otra «mejilla», y eso también es entendible. Por eso resulta clarísimo que, no habiendo soluciones efectivas para rescatar a los caídos en la agonía del delito, sea como víctimas o victimarios, la perspectiva legislativa que tampoco evidencia ser la excepción a esta regla, no ofrece alternativas para la reducción del número reclusos que se estima habrá en 2030, algo más de 20 mil, cuando el actual gobierno entregue su mandato a quien lo suceda. Si se pretende un cambio habrá que asumir -costas y costos- y entender que rescatar del peligro a quienes mañana podrán ser un instrumentopara el delito, impone de inversiones más caras que las que previstas.
Seguramente las claves para resolver estas contiendas no se encuentren en la persona de un sólo gobernante. Como uruguayos debemos entender que la clave está en la filosofía política que se instale como alternativa para el país. Eso sucedió, por ejemplo, durante los gobiernos de José Batlle y Ordóñez en Uruguay (1903-1907 y 1911-1915), las cárceles experimentaron cambios significativos como parte de las reformas sociales y legales impulsadas desde su gobierno. Se buscó con acciones conjuntas mejorar las condiciones de detención, implementando sistemas de rehabilitación y promoviendo una justicia más humana.
Batlle, en aquellos años, impulsó un enfoque progresista en la justicia y en el sistema penitenciario: buscó alejarse de los modelos represivos y punitivos apelando a la razón y no a la contradicción que es moneda corriente en el debate parlamentario. Por eso se promovieron reformas que incluían: la mejora de las condiciones de detención; realizándose obras para mejorar la infraestructura carcelaria, lo cual provocó enfrentamientos, dificultades y resistencias, pero logró, en el marco de los sistemas de rehabilitación, que se implementaran programas de trabajo y educación dentro de las cárceles, con el objetivo de reinsertar a los reclusos en la sociedad. La Justicia se perfiló más humana: se buscó una aplicación más justa de las leyes, con un enfoque en la prevención del delito y la rehabilitación del delincuente, aunque la realidad a menudo se distanció de estos ideales. El parlamento si bien no fue el protagonista, igualmente implementó leyes para regular el sistema carcelario, incluyendo la creación de la Inspección General de Cárceles, encargada de supervisar y controlar las instituciones penitenciarias. Y obviamente que hubo inversión pública con la construcción de nuevas cárceles que incluyeron la Cárcel Central de Montevideo, aunque su finalización se dio en gobiernos posteriores.
Jorge Batlle desde la oposición ideológica al batllismo ortodoxo, y aunque muy frecuentemente a la esencia del liberalismo, en campos más humanos insistía en el “estado del alma”. Sobre estos sentimientos, el historiador Carlos Demasi, en los cuadernos “Vivián Trías”, en la edición Nº 25, explicaba: “La presencia de un Estado interventor no aparecía como una evidencia en su época, y el rastreo de los antecedentes decimonónicos del intervencionismo batllista ha sido más el resultado de la reconstrucción historiográfica que de los testimonios de la época. Es decir que, los contemporáneos, percibían en el batllismo un intervencionismo de carácter diferente, y ese dato tiene relevancia porque nos muestra hasta qué punto los antecedentes invocados pudieron haber incidido sobre los actores. Lo inverso parece ocurrir con el “socialismo” de Batlle, que no era tal cosa, pero así aparecía en la época: visto a la luz de las ideas, el discurso de Batlle tiene pocos elementos que lo identifiquen como socialista.”
Yendo al fondo del tema, sostenía Demasi: “… lo curioso es que aquellos antecedentes que estaban frescos y vivos ante los ojos de los contemporáneos desaparecieron del debate de la época y aún de la memoria social, y aunque la figura de Batlle ocupaba todo el espacio del “intervencionismo”; sin duda, lo llamativo para los contemporáneos era el impulso innovador y no la continuidad, y esto es un dato que no es posible descartar sin más.”
Concluyendo Demasi argumentaba: “Tal vez en este momento esté quedando a la vista que aquella visión que identifica el batllismo con el Estado ya no resulta tan poderosamente explicativa, y que hoy parece más interesante subrayar la imagen de innovación social antes que el posible error de concepto en que habrían caído los contemporáneos de Batlle al considerarlo novedoso. Aún en 1928 el batllismo era definido como `un partido reformista´ (Giudice), y si bien la explicación resulta insatisfactoria en cuanto centraliza excesivamente la argumentación en la acción personal de Batlle y Ordóñez, no debemos olvidar que en esa definición se encierra el aspecto más importante del batllismo como movimiento histórico. En la búsqueda de explicaciones del batllismo como fenómeno histórico se ha echado mano de los análisis estructurales, y con ello se ganó en profundidad y se ampliaron las dimensiones en análisis. Pero, para retomar la metáfora de Real de Azúa, lo que permanece inexplicado es `el impulso´ del batllismo y no `su freno´.”
Retomando la idea de esta columna, y a la luz de los hechos que polarizan la visión del Frente Amplio en el gobierno, con la de los blancos en la oposición, más que nunca la necesidad social de un gobierno de entonación batllista se observa en cada diálogo y ante cada oposición de ideas que se plantean, tanto en la mesa de un bar, como en los estrados parlamentarios.
La marca del batllismo a más de un siglo de ser impresa a fuego en el devenir de la sociedad uruguaya se mantiene casi inalterada como la ideología socialdemócrata. Como en las imágenes del rostro de don Pepe que acompaña esta nota, lo que expresa cada uno es tan materialmente necesario para la esencia del ser uruguayo, que se confunden a diario con la idiosincrasia de un país que se construyó sobre estas mismas bases.