VOLTAIRE: La vigencia de su pensamiento
Tolerancia y librepensamiento
Daniel Manduré
Un 21 de noviembre de 1694 nacía en París, Francia, uno de los principales exponentes de la Ilustración. Escritor, filósofo, historiador, abogado. Una obra rica y profusa lo distingue, pero quisiéramos destacar en este caso un elemento que lo movio durante toda su vida, su lucha constante a favor de la tolerancia, el librepensamiento y libertad de cultos.
Enfrentó con todas sus fuerzas al fanatismo imperante, lo hizo a través de sus valiosos escritos, pero también en la acción, defendiendo a quienes fueron acusados infamemente producto de la intolerancia religiosa.
Voltaire consideraba que nadie debe ser atacado por defender una idea y menos aún morir por defenderla. La intolerancia es una enfermedad que debe combatirse y extirparse decía Voltaire.
En su “Tratado sobre la tolerancia” lo explica con rigurosa claridad. Si bien se educó parte de su vida en escuelas jesuitas, Voltaire enfrentó el fanatismo religioso, en especial el jesuita, al que conocía muy bien.
Este libro fue incluido por la Iglesia católica entre los libros prohibidos en 1766.
Intervino en el caso Jean Calas, un modesto comerciante que fue perseguido por su condición de protestante y acusado injustamente de matar a uno de sus hijos, porque este se habría convertido a la religión católica. Con un juicio de dudosa credibilidad y pruebas falsas fue condenado y asesinado posteriormente en la rueda para luego ser quemado en la hoguera. Su familia desterrada y sus bienes expropiados. Tiempo después Voltaire probaría su inocencia limpiando su memoria y el honor de su familia. Fue el primer escritor francés implicado en asuntos jurídicos. Participaría también en otros casos similares como en el de Pierre Paul Serven, logrando un tiempo después revocar su condena.
En un tiempo se enviaba a la hoguera a quien pensaba diferente, también fueron los libros las víctimas, pensando que quemando libros iban a matar las ideas.
Libros de alquimia fueron quemados en Alejandría en 292 por mandato del emperador de la época. En 1497 se llevó a cabo lo que se conoció como la “hoguera de las vanidades” quemando libros y obras de arte por considerarlas “inmorales”.
La quema de libros de Hitler en la Alemania nazi, sobre todo los de escritores judíos y marxistas y hablando de un “ritual purificador”.
En la guerra civil española y durante la época franquista se hizo lo propio.
Varios regímenes dictatoriales aquí en Latinoamérica quemaron libros, la de Pinochet en Chile, en Argentina, quemando escritos de García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Neruda o Saint Exupery. También la nuestra requisó y expropió libros considerados “peligrosos”.
El libro pasaba a ser ese gran enemigo a combatir, porque el que lee, piensa, analiza y cuestiona y eso no era “conveniente”.
Más acá en el tiempo, en 2016 las autoridades rusas quemaron más de 50 libros y retiraron más de 500 volúmenes, con el argumento de que eran libros con sentimientos ajenos a la ideología rusa.
Sigmund Freud al enterarse que libros suyos serían quemados dijo irónicamente «¡cuánto ha avanzado la sociedad!, en la edad media me hubieran quemado a mí”.
Vargas Llosa fue censurado por la dictadura militar por sus libros “La tía Julia y el escribidor” y por “Pantaleón y las visitadoras” y luego la izquierda populista lo censuró nuevamente, prohibiéndole participar de una feria internacional del libro.
Con esa idea, también presente al día de hoy, donde lo distinto, lo divergente incomoda y no es conveniente, hay que hacer de cuenta que no existe. Pretendiendo tener el monopolio de la opinión, la hegemonía del pensamiento. Los que solo admiten un relato, los que cuentan ellos. El pensamiento único.
Para ello todo es válido y la historia, hasta nuestros días está plagada de ejemplos: inquisición, quema, censura, prohibiciones, persecuciones, presos políticos, destierros, exilios, listas negras.
Hace muy poco, aquí en nuestro país, un actor y escritor era expulsado de un ensayo en el Teatro El Galpón por declaraciones que incomodaron a sus autoridades, declarándolo “persona no grata” y hasta sugiriendo que otras empresas no lo contraten. “El Galpón es un Gulag donde si no les gusta lo que opinas te mandan a la Siberia” declaraba el actor en aquella oportunidad. “Antes los militares te ponían la letra C, ahora te la pone El Galpón” terminaba diciendo ese actor, cuyo pecado fue opinar diferente.
En otra oportunidad un comunicador y conocido empresario gastronómico comenzaba a realizar declaraciones muy discrepantes hacia una fuerza política, a quien a partir de allí se le inició una campaña para boicotear y no comprar los productos que el patrocina. Además de catalogarlo de traidor porque esa fuerza política fue quien impulsó una ley con la cual este comunicador se vio beneficiado (Ley de matrimonio igualitario) Parece que por sacar una ley que favorece a un sector de la sociedad hay que rendirles pleitesía de por vida. Con esa lógica hay un partido en la vida del país que no podría perder nunca una elección.
Hace unas semanas un librero anunció que no venderá más los textos de una escritora por formar parte de un movimiento que impulsa una iniciativa a la que este librero se opone radicalmente.
En los ejemplos recientes, si bien han sido notorios y todo el que lee identifica a quienes nos referimos, no mencionamos nombres, porque creemos que la censura, la prohibición, no tienen nombre y apellido. No importa si compartimos esas ideas o estamos en las antípodas de quien las emite. Porque lo importante y lo que está en juego es escuchar todas las voces, la libertad de pensar y de expresar también en forma libre esas ideas. Nos gusten o no, las compartamos o no.
Por ello, por lo que tanto luchó Voltaire, hoy sigue más vigente que nunca. Por aquello de “No comparto tus ideas, pero moriría por defender tu derecho a expresarlas