Apóstoles del Odio
Nicolás Martínez
La presente, es una de esas columnas que uno nunca quisiera escribir, de esas que implícitamente especifican una grieta en la sociedad, un abismo entre la humanidad. Es válido preguntarnos ¿Falló el ser humano? ¿Falló la educación? O quizás, tan solo existan humanos demasiados humanos, y humanos que no son tan humanos.
El dolor que invade estas palabras desemboca en un mar de resignación, de incomprensión, de rechazo y deslegitimación por esos seres, inhumanos, que victoriosamente celebran una perdida humana como si fuese un logro más, un escalón más en su carrera pseudointelectual por demostrar la supremacía de su pensar, de su ideología y de su miseria humana.
¡Miserables!
No existe otro calificativo que este, penosas almas que murieron antes de nacer, suspiros que se extinguieron al alba de la cornisa de los deseos mas oscuros, oscuridad perpetua de fétidos corazones extintos en un mar de sal, dolor y resignación. El opio de los pueblos convive en sus entrañas mas intimas, mercaderes del desprecio, falsos filósofos, escoria de la sociedad. ¡Apóstoles del Odio!
Cuenta una vieja fabula, que, en la historia de la humanidad, un gran rey llamado Odio, respetado y temido por todos, convocó a una gran reunión de carácter urgente. El Rey de los defectos y todos aquellos sentimientos malos, proclamaría en esta, su más profunda voluntad.
Una vez reunidos en la oscura sala todos los mas oscuros sentimientos de la existencia y los deseos mas terroríficos y perversos del corazón, el bullicio comenzó a danzar entre el silencio estridente suspirando y especulando por el propósito de tamaña convocatoria.
Presentes en su totalidad, el Rey Odio haciendo gala de sus majestuosos ropajes de las tinieblas, se acerco a todos y exclamo lo siguiente: “Reunidos están aquí, por mi naturaleza oscura y mi deseo de dar muerte a uno de vosotros”
Una vez pronunciadas estas palabras, los asistentes no sintieron extrañeza por aquella voluntad, pues el Odio, desde siempre manifestaba ese deseo de matar, de arrebatar alguna vida por mera diversión.
Mirando fijamente a cada uno de ellos, luego de un silencio oscuro y cómplice, reafirmo su voluntad: “Deseo y os ordeno que se de muerte inmediata al Amor”.
Sonrisas, augurios y odas de alegría se hicieron presente ante tales palabras, pues el Amor, contaba con muchísimos adversarios y algunos autoproclamados enemigos. Entre ellos, un primer voluntario dio paso al frente, Mal Carácter, férreo defensor y fiel sirviente del Rey, se asomó a este y dijo: “Sera esta mi empresa. En el plazo de un año me habré encargado de dar muerte al Amor, será tan grande la discordia que provocare en él, que no lo podrá soportar”.
Una vez transcurrido el plazo solicitado, se hicieron presentes nuevamente los invitados en los aposentos del Rey. Las expectativas por escuchar el informe de Mal Carácter eran muy altas. Luego de haber hecho uso de su oratoria, la decepción y la indignación resonaron como ecos en aquel salón.
Aquel servidor sentenció las siguientes palabras con muy profundo pesar: “Os ruego piedad, todo lo intente. Una y otra vez la discordia sembré, pero el Amor siempre lo logró superar”.
Un nuevo voluntario subió al estrado y tomo la palabra: “El fracaso de Mal Carácter es mi oportunidad, me conocéis y la victoria mía será. Con mi influencia lograre destruirlo desviando su atención y sus deseos hacia el poder y la riqueza” dijo Ambición.
Transcurrido un año más, otra derrota hubo que lamentar, pues el Amor, volvió a triunfar. Un nuevo plan habría que planear, y esta vez no se podía fallar.
El Rey, furioso por las fallidas empresas, convocó a sus tropas, los Celos, de naturaleza perversa y burlona, serían los responsables de entablar batalla sin tregua con sus armas más temibles: artimañas, dudas y sospechas. La valentía se impuso una vez más, no se lo pudo despistar, lastimar ni infundir confusión alguna. El Amor volvía a ganar.
Año tras año se repetía el ritual, sirvientes de cada rincón del mundo acudían al llamado de su Rey sin éxito y sin gloria. Frialdad, Egoísmo, Indiferencia, Pobreza, y Enfermedad fueron algunos de los valientes guerreros que entablaron dicha empresa. Siempre, punto de desfallecer, Amor recobraba fuerzas y superaba cada una de las trampas mortales.
Transcurridos los años, Odio empezó a creer en la posibilidad de la invencibilidad de su enemigo. Aquel día, por primera vez la desesperanza se hizo presente en el salón: “Queridos asistentes, ya no queda más por hacer. Ya son muchos los inviernos enfrentando a nuestro enemigo y muchas más las derrotas en la piel. Tal parece que, a el Amor, vencerlo no se podrá”.
De pronto, un grito se impuso desde un rincón del salón, vestido de negro, con un gran sombrero que cubría la totalidad de su rostro y con lento andar, un desconocido sentimiento pidió hablar: “Vosotros no me conocéis, pero yo daré muerte al Amor”. El Rey asintió: “¡Mátalo de una vez!” De aspecto funesto, y de apariencia similar al de la Muerte, transmitía maldad y seguridad con su mirar. En el se jugaban la última oportunidad
Un año más tarde, con inmensa alegría el Rey los volvía a convocar. La empresa estaba culminada. La muerte de Amor se había consumado, Odio había triunfado.
La felicidad retumbaba en cada rincón de aquel salón, por fin se había hecho justicia, solo quedaba brindar en virtud de aquella victoria. Sentado a un lado de su majestad, se puso de pie quitándose el sombrero: “Tal como lo prometí, muerto el Amor está” Odio lo felicito y dijo lo siguiente: “Sin ti este reino no gozaría de felicidad. En honor a tu servicio, en tu nombre se brindará. Dime como te llamas fiel servidor.” El extraño de sombrero y mirad oscura dijo: “Todos me conocéis. Por el nombre de Rutina me llamáis”.
Así termina esta historia, una historia más, una historia cualquiera, una historia de la humanidad. Una lucha entre Amor y Odio, un combate entre Luz y Oscuridad, entre lo Mejor y lo Peor de nosotros mismos. ¡Seamos humanos! Y como diría el divino Platón, aspiremos a lo Bello, lo Bueno y lo Justo.