Política nacional

Laicidad: no es tan difícil de entender

Fátima Barrutta

Distintos episodios ocurridos en las últimas semanas pusieron en debate el tema de la laicidad.

Solo por mencionar un par de ellos, debemos recordar el improcedente cartel colocado en la fachada de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República, alentando el voto por Sí en el referéndum pasado.

Ya de entrada esa iniciativa marcaba una flagrante contradicción: porque el cartel invitaba a derogar la LUC “por la educación pública” a título expreso, y es más que paradójico que lo hiciera violentando uno de los tres pilares de la fundacional reforma vareliana, como lo es el de la laicidad.

Ante la comprensible protesta del diputado colorado Felipe Schipani, el decano de esa facultad, Marcelo Danza, emitió una declaración pública donde admitió que enmendaría ese error, pero criticando al mismo tiempo “la confrontación sorda y la invención de enemigos”, que para él conduciría a un “empobrecimiento intelectual sin retorno”. “No aceptaré ni estimularé el odio como algo normal, liviano o divertido”, agregó, todo a raíz de un video que grabó el diputado Schipani denunciando esa violación flagrante a la laicidad.

Invocar el respeto a los preceptos constitucionales no tiene nada que ver con el odio ni la diversión. Menos aún es “liviano”.

Quienes están acostumbrados a tolerar la prepotencia de aquellos que quieren imponer sus ideas utilizando recursos y bienes públicos, ahora acostumbran colocarse en la posición de víctimas de los otros, los que defienden los valores democráticos.

Se tendrán que acostumbrar a los videos, declaraciones y todo aquello que permita poner las cosas en su lugar, terminando de una vez con la rémora de un ciclo frenteamplista donde los sectores totalitarios se salían de cauce en su aplanadora proselitista.

Exactamente lo mismo puede decirse de otro suceso más cercano en el tiempo: cuando unos estudiantes de magisterio intentaron realizar pintadas sobre la fachada de su casa de estudios y eso les fue impedido por la policía.

Acá la reacción fue más escandalosa.

Porque no solo los estudiantes, sino también un senador como Sebastián Sabini y un medio de prensa como la revista “Caras y Caretas”, salieron a denunciar un supuesto “ataque a la libertad de expresión”.

Asentaron ese disparate en un comunicado de los estudiantes, que habla de “nuestros muros” y de la decisión “democrática” de pintarrajearlos.

Tanto Sabini, como aquella revista, como todos los que vinieron atrás, deberían recordar que los edificios públicos pertenecen a todos los uruguayos, y que un centro educativo no puede ni debe ser utilizado como soporte de proselitismo político alguno.

Esa imagen bochornosa que daba la fachada del Instituto de Profesores Artigas, a escasos metros del Palacio de las Leyes, plagada de grafitis mamarrachescos y consignas revolucionarias, ahora ha sido felizmente recompuesta, lo que tiene muy enojados a estos depredadores del paisaje urbano.

Durante años, ningún gobierno dio paso alguno para detener esa violación a la laicidad.

El argumento era que “los muchachos son jóvenes y tienen derecho a expresarse”, dejando de lado que como ciudadanos de un país democrático tienen tanto derecho a hacerlo como obligación de no vandalizar edificios públicos.

En el mundo de las redes sociales, donde cualquiera puede publicar cualquier mensaje y alcanzar a miles de destinatarios, los grafitis callejeros deberían pasar a mejor vida, pero es más grave aún cuando se los realiza en centros de estudio donde la laicidad debería ser una regla de oro.

Por eso debe aplaudirse al gobierno por terminar con este dislate, que es todo lo contrario a un desborde de autoridad.

¡Al revés! Es poner un freno, por fin, al desborde de los que no respetan los valores más elementales de convivencia, esos que hacen de la democracia construida por Batlle y Ordóñez una referencia mundial.

Como frutilla de la torta, organizado por el Presidente de la Cámara de Diputados, Dr. Ope Pasquet, el pasado 7 de abril se realizó un conversatorio sobre el Día de la Laicidad, cuyas ponencias vinieron como anillo al dedo para refrescar estas verdades.

Las exposiciones de impecable solidez técnica que hicieron los doctores Diego Gamarra y Pablo Fucé, se complementaron con comentarios penetrantes de los doctores Paula Garat y Jaime Sapolinski, junto al filósofo Horacio Bernardo y el maestro Juan Pedro Mir.

Este último destacó de la exposición del Dr. Fucé que “la laicidad en cierta forma es un elogio a la mesura, en medio de las crispaciones y polarizaciones”.

“Cuidar la infancia de los conflictos adultos” parece ser una clave, que hace del respeto a la laicidad un valor inmanente de la sociedad contemporánea.

Ojalá todo el espectro político tenga la capacidad de comprenderlo.

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