Política Internacional

De George Wallace a Donald Trump

Jorge Nelson Chagas

Cuando me enteré del atentado a Donald Trump me vino a la mente el intento de asesinato al racista gobernador de Alabama George Wallace en 1972.  Generalmente se ignora que, en un principio, Wallace era un político moderado en cuestiones raciales. Su cambio de postura ocurrió al perder la nominación a gobernador en 1958. A partir de ahí adoptó una postura duramente segregacionista, oponiéndose a la política de derechos civiles.

La explicación de este giro es obvia: no apostó a continuar luchando a largo plazo para ir modificando el pensamiento de la mayoría de los ciudadanos del Sur de los EE.UU. – una engorrosa estrategia que no tenía garantizado de antemano el éxito – sino que se plegó al sentir de la mayoría y le fue muy bien. 

Wallace se presentó de nuevo a las elecciones a gobernador en 1962 y las ganó. Intento detener la integración racial de la Universidad de Alabama y ganó la notoriedad nacional al situarse frente a la entrada de la Universidad de Alabama, bloqueando el paso de los estudiantes negros. En abierto desafío al presidente Kennedy, al menos de cara al público porque en realidad hubo un pacto: Wallace haría esa escenificación y nada más. Los estudiantes negros ingresaron después a clase sin problemas.

Wallace sabía que si mantenía ese discurso de barricada belicoso, que alimentaba la fractura racial, daba réditos electorales. Durante un cuarto de siglo fue el amo político de Alabama. Pero durante la campaña electoral de 1972,  Arthur Bremer, un joven blanco desocupado de veintiún años le efectuó varios disparos dejándolo paralítico de la cintura para abajo.   Esta tragedia hizo que Wallace sufriera un proceso espiritual interno que le hizo cambiar sus anteriores posturas racistas. Pidió perdón a quienes ofendió y fue perdonado.

No pretendo sugerir que Trump es igual a Wallace. El  fenómeno Trump – mucho más exitoso electoralmente que Wallace, pese a su tosquedad- obedece a causas más vastas que la cuestión racial, al margen que es notorio que los supremacistas blancos se sienten afines a su prédica. Pero hay un punto en común en ambas prédicas: la alimentación permanente del conflicto, el ahondamiento de las fracturas sociales que existen en EE.UU., la virulencia, el gusto por plantear medidas drásticas, sin matices. Hay un agravante en caso de Trump: a diferencia de Wallace, no cree en la democracia, como bien lo demostró queriendo desconocer los resultados electorales de la pasada elección presidencial y fomentar el asalto al Capitolio.    

Curiosamente el autor del atentado, al igual que el de Wallace, fue un joven blanco, Thomas Matthew Crooks, ¡votante republicano!, de veinte años.

No siento la menor simpatía por Donald Trump. Pero repudio con todas mis energías el atentado. Y mi único deseo que este hecho lo haga reflexionar sobre lo peligroso que son los discursos incendiarios y brutales, alimentando los sentimientos más negativos que dividen a una sociedad.

Pueden convertirse en un boomerang.

Más aún en un país donde cualquier chiflado puede tener un arma.

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