Política nacional

Autocrítica

Los relatos, el flan y la batalla cultural

Gerardo Sotelo en X (ex Twitter)

Aunque pueda parecer demasiado prematuro, quisiera aportar tres elementos de reflexión sobre la campaña electoral, a la que comparecimos defendiendo al gobierno de la Coalición Republicana. No pretendo ser exhaustivo ni mucho menos objetivo; sólo aportar algunos elementos que pueden ayudarnos comprender qué pasó el domingo y, más que eso, a corregir cosas hacia el futuro.

1) Los relatos

No lo repitamos más. Definitivamente, los datos no matan los relatos. No tienen cómo.

El relato es una narrativa que se construye utilizando elementos subjetivos que buscan conectar emocionalmente con el público, y que, si se trabaja de forma sistemática, se consolida con el tiempo.

El dato es una información objetiva y verificable que sirve para respaldar argumentos o decisiones y que conecta principalmente con el cerebro.

Los relatos falsos o manipuladores se combaten con otros relatos, que reúnan la veracidad con emociones genuinas, en una narrativa coherente, transparente y honesta, que muestre empatía y proporcione contexto y perspectiva.

¿Qué porcentaje de la población del país creen ustedes que toma decisiones políticas basándose en datos, abstracciones e inferencias? ¿Y qué porcentaje en base a sentimientos, sentido de pertenencia, triunfalismo u otras cuestiones pertenecientes al mundo de las emociones?

2) El flan

La gente no sueña con rutas, puentes, empleo, escuelas ni mucho menos con comer todos los días. La gente sueña con la prosperidad, con que sus hijos puedan salir adelante en la vida y vivir en paz.

Todos somos capaces de construir en nuestra mente y nuestro corazón las escenas de esa vida ideal. Por eso, cuando llevamos la comida a la mesa, no agradecemos a nadie, sino que notamos que nos faltó el postre. El actor argentino Alfredo Casero definió esa conducta magistralmente con su expresión «quiero flan».

Las obras, los servicios y el poder adquisitivo de los salarios, son instrumentos materiales; no son sueños. Son apenas la plataforma que nos permite soñar, con cierto grado de sensatez, con un futuro de moto nueva y flan. O lo que sea.

Podrá parecernos una conducta ingrata o irresponsable, fruto del consumismo capitalista o del populismo de izquierda, tan parecido al viejo populismo de derecha. Tonterías.

La gente pagó por ese puente y por ese liceo de tiempo completo y, lo menos que puede hacer el gobierno es construirlo. Pero, además, fue soñar con un futuro mejor lo que nos trajo hasta aquí, hasta esta era en el que cada vez más personas gozan de un bienestar con el que nuestros bisabuelos no se animaban a soñar.

Anticipar esos sueños, expresarlos adecuadamente y celebrarlos en el discurso público, no es obra de los ingenieros viales ni de los estadistas sino de los fabricantes de relatos; es decir, de los políticos y los militantes.

3) La batalla cultural

En la era de las redes sociales, ni siquiera se necesita controlar el aparato ideológico o cultural tradicional, para lograr un impacto significativo en la opinión pública. Alcanza con dejar atrás el pasado, animarse a entrar en el Siglo XXI, y, sobre todo, comunicar y hacer política a la altura de las circunstancias.

Algunos le llamamos «la batalla cultural», aunque en la Coalición, hay muchos dirigentes que le tienen temor o rechazo a este asunto. Ya sea por cuestiones temperamentales, generacionales o ideológicas, creen que puede evitarse este calvario. Da lo mismo lo que crean. La realidad no se elige.

Hay también quienes no comprenden que no es una tarea que deba librarse desde el Estado (eso es, precisamente, contra lo que estamos luchando) sino desde los partidos, las personas, las redes sociales y la sociedad civil.

Si no tenemos todo eso, no tenemos más que hormigón, estadísticas y gente bien intencionada. No es poco, pero no alcanza.

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