Política nacional

Por qué.

Guzmán A. Ifrán

Hace 25 años que el Frente Amplio no baja del 40% de los votos como expresión electoral en las sucesivas elecciones nacionales desde 1999 a hoy. Hasta ese entonces no había parado de crecer, habiendo encontrado su cenit en las elecciones de 2004, ganándolas con más del 50% de los votos y en primera vuelta. De modo que, en lo referente al piso electoral vigente por partido, duplica al Partido Nacional (22% en 1999) y cuadriplica al Partido Colorado (10% en 2004).

Lógicamente, una fuerza que convoca tamaña magnitud de adhesión en clave permanente ha de despertar -como mínimo- la curiosidad de quienes anhelamos conocer y decodificar el comportamiento electoral de los uruguayos y las uruguayas, como reflejo inmediato de su idiosincrasia dominante. Es decir, su por qué.

Grandes caudales electorales se suelen recoger profesando y difundiendo una retórica demagógica que sea miel al oído de quienes buscan culpables externos por las miserias propias y soluciones rápidas a problemas complejos. Ejemplos de estos sobran en el mundo y la historia. Pero son efímeros. Duran hasta que su inviabilidad se torna evidente tras el ejercicio efectivo del poder. Y no es el caso.

También hay movimientos con enclaves territoriales de densa capilaridad y fuerte penetración en el entramado social de las comunidades, que desde prácticas clientelares y lógicas prebendarias captan grandes volúmenes de la voluntad popular a través de la fidelización electoral bien con base en la dependencia material o el sincero agradecimiento. Tampoco es el caso.

Cuál es entonces el motivo, o probablemente los motivos, que hacen al aparente impenetrable arraigo del Frente Amplio en la mayoría de la consideración ciudadana? Sólo buscando, encontrando y luego comprendiendo las respuestas a esta llana pero también compleja interrogante, podremos desencriptar el acertijo hasta ahora esquivo para quienes ostentamos previamente ese sitial de privilegio y aspiramos seria y eventualmente a recuperarlo.

En aras de aventurar a la consideración pública lógicas, dinámicas y mensajes diferentes a los invocados hasta ahora, para de una vez y por todas cambiar la pisada, y siempre desde una mutación sincera en clave de evolución política y no una pose conveniente con meros fines electorales, deberemos entonces los colorados revisarnos filosóficamente y repensarnos tácticamente. Pues lo hecho hasta ahora ha fallado. Nuestros abanderados hasta ahora han fracasado.

Lejos aún de conocer las respuestas a la interrogante capital planteada, pero en el camino de su encuentro, nos invitó a todos los colorados a eso. A cuestionarnos. A interpelarnos. A sincerarnos. A juzgarnos. A poner en acción el revulsivo interno que desde adentro nos grita que estamos haciendo demasiada cosa mal, y que sólo por eso estamos tan mal. Nos convocó a revelarnos intelectualmente, a sublevarnos cívicamente y a reivindicarnos espiritualmente. Porque haciendo lo que hasta ahora con los que hasta ahora, a las claras tenemos el

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