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No nos comamos los mocos…  (perdón)

Washington Abdala

No pensé que viviría para ser testigo de tanta obscenidad permanente en el lenguaje político planetario y eso que a mí me gusta el lunfardo que es una forma de expresión o jerga rioplatense con modismos propios y declinaciones populares. Es probable que demasiadas cosas hayan acontecido para que toda comunicación acotada haya explotado en mil pedazos y las malas palabras (¿hay “malas palabras” o son las que usamos todos en la vida y en público están prohibidas?) ganaron el terreno planetario por razones de ira ante el discurso protocolar de la corbata. ¿Será eso? ¿Será que aburrió el cassette del político diciendo nadas? Será que la gente no aguanta más porque ahora tiene imágenes de la vida misma de todos. No lo sé.  Será lo que será, pero la evidencia rompe los ojos. El mundo está más burdo a la vez más sincero. Los presidentes se detonan en palabrotas, o se les escapan, o las piensan para conmover, da igual, el resultado es el estruendo inicial y luego todo se banaliza y las palabras se quedan en el umbral de lo inverosímil y allí quedan alimentando enojos, broncas y consecuencias poco detectables en primera instancia.

En general, nos argumentan que el hartazgo, el odio hacia la élite política y sus auto privilegios y el enojo dentro de la sociedad -con lo que sea que pase allí adentro- son los disparadores que verbalizan la narrativa iracunda de los dirigentes políticos que lanzan los dardos envenenados. Porque esto es lo paradojal del juego, todos se blasfeman, desde los programas de televisión donde el panelista de turno siente que llega su epifanía y enloquece vomitando estiércol, hasta viejos embajadores rompen con sus protocolos de toda la vida (lo vi en la tele argentina ayer) y se transforman en la vedette herida de un programa de farándula y, obviamente, hasta presidentes que se sienten en titanes en el ring. No nos olvidemos que un expresidente uruguayo fue un ejemplo consagrado a la ofensa verbal: por detrás de su coloquialismo no dudó en decirles “hijos de puta” a los miembros de la FIFA y otras lindezas a cuanto personaje deseaba desmerecer con la palabra. La ofensa ad hominem siempre funciona, repararla es un asunto tardío y lo dicho, queda. Por eso cuando nos muestran expresiones fuertes de Milei o Trump, cabe recordar el adelantado del sur que preconizaba con la palabra (antes lo hacía con la violencia, algo mejoró no lo neguemos).

Es un dato que la política vive una mutación gigante, el doble discurso agoniza, el discurso formal y leído como testamento pierde sentido, la impostura se detecta con la imagen milimétrica de la cámara y el mensaje o conmueve o -cada vez menos veces- es lo que hacen los representantes del Consejo de Seguridad en la ONU: leen informes sobre muertes, tragedias y todo con una solemnidad como si aquello fuera un acta notarial de la venta de un apartamento. Un espanto que el sentido común aborrece. Es notorio que mensajes como los de la ONU van a contramano de la sensibilidad de la gente. Lo advierte hasta el más abombado y no importa de qué lado esté usted en los conflictos que allí se abordan, casi nadie asume lo trágico de lo que sucede con sentido humano, demasiados informes políticos tendenciosos que no ayudan ni a la verdad, ni a la sensibilidad. Y negación del terrorismo siempre como si esa fuera una posibilidad, luego se llora cuando a alguien lo vuelan en mil pedazos por atentados así. Siempre es tarde el juego.

Volvamos, ¿cómo llegamos a esta jaula de las locas donde todos gritan, todos se pisan, nadie oye a nadie, donde el hilo narrativo se va perdiendo en el día a día y permanentemente una explosión retórica es hundida por otra más espectacular y rimbombante? Es probable que sea una época de mutaciones donde se juntó mucha cosa, donde estemos en alguna síntesis que nadie advierte aún como será. Es notorio que los buenistas han perdido terreno porque eran así con el dinero de los otros, es probable que los Estados estén en zona límite porque están exhaustos, es probable que los discursos de las minorías -con razón- se empiezan a tocar con el de otras minorías (¿o mayorías?) y no da para todos la fiesta de cupones, es probable que el cinismo se agotó porque la información pasa por todos lados, es probable que el “acting” ya no le alcanza a nadie y eso hace que la pudrición, la bronca y el enojo ante el que orienta mal sea enorme.

La gente no se come los mocos y eso es un dato.

Ténganlo presente, amigos, porque es una época revolucionaria, no con sangre, pero con cambios.

Yo no creo que la gente piense igual que ayer, creo que los cansancios en todos lados son demasiado grandes.

Hay que estar muy atentos, los pueblos cansados le pueden errar al bizcochazo, luego es tarde siempre…siempre.

Es para pensar, no tengo claro lo que vendrá…pero me preocupa.

Solo eso.

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