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La identidad ideológica no está en debate

César García Acosta

después de 2007 cuando decidimos reeditarlo, una fuente para la doctrina colorada, y en particular, batllista. Mientras unos prefieren revitalizar a los partidos intactos en su forma y contenido, otros buscan apoyarse en las coaliciones para poder armar gobiernos. Hoy hay dos bloques nítidos en Uruguay: uno lo integran demócratas, comunistas y ex guerrilleros; otro, republicanos con partidos con existencias centenarias. El camino del medio se construye con liderazgos cada más volcados a los centros de la opinión. Encontrar ese espacio parece ser la clave de todo. Quizá por eso las señales necesarias deben buscarse en nuestro pasado, sin perder de vista que los gobiernos se ganan con votos.

Si por doctrina entendemos al conjunto de enseñanzas, principios o ideas que sostienen a una corriente política, la prédica de su historia, más que su relato, es la base de un presente que mirado hacia al horizonte, es puro futuro.

Este concepto de «doctrina» proviene del latín, y refiere precisamente a las enseñanzas de un «maestro» o escuela, para que sean guía para la acción y el pensamiento. La conmemoración histórica de los sucesos del 16 de diciembre, en un día como mañana, que se conocieron como `la revolución de las lanzas´, recuerdan una guerra civil ocurrida durante dos años desde 1870, que nos deja para la reflexión algunos conceptos importantes de rescatar en estos tiempos de coaliciones necesarias.

Al decir magistral de Miguel Lagrotta, en la contratapa de esta edición de Opinar, ‘la revolución de las lanzas´ «no se trataba solo de una rivalidad partidaria, sino de dos modelos de país en tensión: uno urbano, institucional y comercial; otro rural, caudillesco y territorial». Sin tapujos ni contrastes, los unos y los otros defendían sin condicionamientos ni limitaciones sus dramáticas realidades.

A partir de ese 16 de diciembre todo cambió: se aceptó que en las urnas el que -gana, gana- pero se habilitó que gobernar también implica participar legislando y controlando las acciones de gobierno.

‘La revolución de las lanzas´ fue la última versión de la lanza como el arma principal; de ahí en más, todo cambió, el rifle Remington hizo lo suyo, y el concepto de la gobernabilidad fue adoptado en el interior del país a imagen y semejanza que se la proyectaba desde la capital.

La idiosincracia política marca a tal extremo a las personas, que resulta fácil deducir, apenas viéndolos, -quién es quién- desde lo ideológico. Hace unos días escuchaba a Carmelo Vidalín, cuatro veces Intendente y también legislador blanco, decir en el programa de streaming «La Fórmula» que él «no era coalicionista». Sin embargo, no dudo en aclarar a renglón seguido que, «en octubre no soy coalicionista; después, sí».

A nivel colorado muchos padecen -como en la época de ‘la revolución de las lanzas´- el desasosiego por gobernar desde la oposición, sin advertir que los modelos en pugna son apenas esquemas de administración y de gestión que, indisolublemente, conllevan en sí mismos la capacidad para nada excluyente de legislar y negociar. Ser administradores no es lo mismo que constituirse en dueños de la cosa pública: es representar y validarlo mediante un programa de gobierno votado en las elecciones. Lo demás son dichos y puro cuento.

He escuchado en los últimos días voces dramáticamente críticas cuando se votó la ‘Ley de Ingreso de los funcionarios Municipales´. Sin embargo, oposición y oficialismo lograron plasmar en parte sus posiciones como sucede en cualquier democracia. Lo raro fue ver a algunos colorados rasgarse sus vestiduras defendiendo la idea inicial de Adrián Peña, que pedía concurso para todos los ingresos, incluso, paradojalmente, hasta para los directores políticos. Y a tal extremo se empecinaron en la crítica habiendo logrado el 96% de lo que pedían. ¿Resignar un 4% de lo pedido, ante un 96% de lo ganado, no es razón suficiente para sentirse triunfador?

Pero el epicentro del problema, claramente, no fue si un proyecto de ley se modificó al extremo de desvirtuarlo, el centro del debate era el poder que no es lo mismo. En Canelones, donde Peña concibió su idea, lo que visualizaba no era la igualdad de todos ante la administración de turno para conseguir un empleo, era no quedar rezagado por su falta de poder. El cambio inteligente buscado por Peña miraba la limitación de la Intendencia como objetivo primario, y visualizaba la evolución de las alcaldías como la base para la caída del gobierno frenteamplista de Canelones son como caldo de cultivo que anuncia para algún momento no muy lejano, un cambio de signo.

Como reflexión final, tengamos en cuenta el dicho del árbol y el bosque: no sea cosa que una nueva versión de ‘la revolución de las lanzas´ nos prive de reeditar la coalición republicana. Cada vez más se impone la razón sobre la pasión, porque si bien las ideas son importantes, los gobiernos se arman con votos.

La coalición no destruye. Mantiene por su sola existencia, las ideas y los principios.

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