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La supremacía de la realidad: el voto a voto

César García Acosta

Repasar al vuelo los números de estas gráficas permiten observar la votación de octubre y noviembre, para valorar –políticamente- el peso del voto a voto que marcó la diferencia en el balotaje en favor del Frente Amplio, abatiendo un perfil de pérdida hasta alcanzar una diferencia histórica en valores relativos. 93 mil votos revelan una crisis en la interna blanca donde varias de las Intendencias nacionalistas no lograron mantener las expectativas políticas de un gobierno nacional de su color. Si bien la caída de Cabildo Abierto se relaciona directamente con el crecimiento del Frente Amplio en varias localidades del interior, la caída de los caudillos locales ante la embestida de sus pares montevideanos, por un lugar de más privilegio en las listas, actuó como un desincentivo que sacó de la contienda del voto a voto a muchos connotados dirigentes: el marcado en una sola lista en vez de una sumatoria de listas afnes, resulta un escudo que esconde reacciones impredecibles.

Los que pasamos la barrera de los sesenta fuimos testigos no sólo de los cambios de las tecnologías de la información con sus celulares inteligentes, capaces de conectarse con bases de datos infernales e apenas unos segundos, sino también por haber sido testigos de la presión social como cincuentones que fuimos desde principio del siglo, de pagar los platos rotos de una ley jubilatoria imperfecta, redactada por muchos de los que hoy dictan cátedra desde la derecha hasta la izquierda, que nos contaron historias que nunca llegaron al estado de panacea anunciado que mejoraría los males de un sistema previsional que no pudo mantenerse firme al menos durante dos generaciones.

Sin embargo, la erudición jurídica de los de ayer -que no es muy distinta- a la escasa imaginación de quienes hoy nos anuncian que mantendrán el cálculo jubilatorio en los 60 años para acogerse al derecho al retiro, aunque te aseguran que 65 es lo mismo, nada dicen de las tasas de remplazo, y hasta omiten referirse que, al jubilarse –de un día para el otro- sus ingresos caerán al menos 40% respecto de lo que ganaba en actividad.

Fijáte que sin darnos cuenta sobrepasamos sin mucho hastío varias páginas de la historia. La única fortaleza es la de cree en la existencia de algo superior, y eso que parece ser una regla, debería ser una revolución. Como bien dice Pablo Milanés, el poeta de la “nueva trova cubana”, aquél mismo que adoraba el comunismo al que renunció convencido de su hipocresía, escribió:

“El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos

Y el amor no lo reflejo como ayer…

Vamos viviendo, viendo las horas que van muriendo

Las viejas discusiones se van perdiendo entre las razones

A todo dices que sí, a nada digo que no para poder construir

Esta tremenda armonía que pone viejos los corazones”

En estos seis versos del querido Pablo, puede resumirse la actitud del pueblo uruguayo en esta etapa comicial que terminó: no se trata de cuántos votos se perdieron entre octubre y noviembre; se trató, sin excusas, de entender qué es más necesario en política, si un programa elaborado por mil técnicos, o una buena idea pincelada por un artista de la comunicación política. Primero hay que sentirse ilusionado, después hay que construir una imagen y casi al mismo tiempo, una idea. Pero la suma de las ideas no equivale a la suma de los votos. ¿Alguien que no estuviera predispuesto al amor, podría enamorarse? ¿Alguien sin ilusión, podría votar por quien desconfía hasta de sí mismo? ¿Quién en su sano juicio estaría dispuesto a creer en el enemigo sólo porque éste diga que cambió, y que ahora piensa igual que uno?

“Las viejas discusiones se van perdiendo entre las razones”, decía el poeta.

Y es así.

Para el pueblo uruguayo, tal y como reflexionó el ministro José Luis Falero hace apenas unas horas: “la gente necesita plata en el bolsillo”. Pero el gobierno mejoró las carreteras y atendió la infraestructura urbana de un interior que venía de 20 años de trasos. Lo que dijo Falero proviene de la frase del latín “panem et circenses” («pan y espectáculos del circo»), que para los romanos refería al olvido de su derecho de nacimiento de los ciudadanos a involucrarse en la política.  Aludía a la costumbre de los emperadores romanos de regalar trigo o entradas al legendario circo romano, para distraer la atención del pueblo de los cruciales problemas sociales o conflictos políticos que azuzaban en su momento.

No toda la gente optó por la ilusión, pero alcanzó que unos 93 mil uruguayos captaran lo que vendió el candidato del Frente Amplio en su justo afán por desacreditar un gobierno que en obras y en servicios otorgó mejoras sustanciales.

Todo esto, también es necesario reafirmarlo, en un contexto de pandemia, crisis regional y guerras de gran porte.

Políticamente nadie pretendió refundar el Uruguay. Sólo somos conscientes que la marca registrada del batllismo no es la misma que la del Partido Nacional o el Frente Amplio: sabemos que se necesita de una estructura política –una coalición- a la que aún le faltan años de maduración, y de liderazgo, sea circunstancial o coyuntural, que refleje la humildad del uruguayo medio en un país en el que sólo será posible la revolución si proviene del centro. No se trata de colorados, blancos, independientes o frenteamplistas, se trata de ser o no un radical. Y, sin excusas, cada día más lo que se dice es un compromiso, lo que se hace un desafío, y lo que se promete una obligación.

El Partido Colorado debe ser inteligente en todo sentido: pelear por una secretaría general en un partido colegialista, es como pedirle a los blancos despojarse del poncho, la lanza y de sus clásicas consignas. Nuestro partido es reflexivo y analítico; es el Estado en su más amplio sentido. Restituirlo a su lugar de origen supone convencer a esos 93 mi uruguayos que la opción colorada es la socialdemocracia conjugada con los valores de la clase media uruguaya. Poner sobre la mesa de las ideas soluciones a los problemas de la vida cotidiana es una condición necesaria que no debemos resignar.

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