Editorial

Una opinión

al servicio

de la libertad

César García Acosta

En todos los partidos políticos ocurren contradicciones que atentan contra su propia esencia: mientras unos veneran a sus ancestros al límite del falso relato, otros, casi en un estado de desaprensión y franca negación, caen en un contexto de humildades suicidas donde desprotegen desde sus imágenes, estereotipos y hasta de valores, para reinventarse desde bases esquivas respecto de su propia ideología.

Si bien me complacería meterme en la interna de otros partidos políticos, donde habría mucha tela para cortar, no mirar al partido Colorado primero sería como barrer la basura debajo de una alfombra.

Más de 90 años gobernando quizá hayan cansado a la sociedad. Pero ciertamente no creo que sea eso lo que está en tela de juicio. La realidad es que jamás habría decaído el batllismo colorado si no fuera por la propia acción casi destructiva de muchos de sus correligionarios que, ya por e año de 1964, alineados a un liberalismo internacionalista desapegado de nuestra tradición, decidieron sacarnos en el marco de –la muerte de Luis Batlle Berres- del eje social en el que ta bien encajaban voceros como Zelmar Michelini, Alba Roballo, o Aquiles Lanza.

No se pasa del mote de “Comunismo chapa 15”, al alineamiento de derechas profesado por amplios sectores colorados. Muchos menos justifica mirarse en el espejo de la historia apegados a la ignorancia de no ver que las formas del batllismo van cambiando –y quizá en su cuarta versión- de la escala histórica, deba rescatar el eje imaginario del “sobretodo” de don Pepe y su visión reformista del Estado. Es muy cierto –y no hay debate que lo resista- que Jorge Batlle fue quien provocó el viraje del partido Colorado hacia una orientación menos convencional batllismo, más adherida a las políticas económicas internacionalistas de claro corte economicista. Seguramente eso dará para nuevos debates que estamos dispuestos a abordar.

Y conste que no se trata de criticar a Jorge Batlle, con quien comparto algunas de sus ideas, sino de encontrar el eslabón perdido que nos separó del sentir popular de un país que nos tuvo por respecto y tradición, como su más sentido punto de referencia.

En lo personal los gobiernos de Julio María Sanguinetti, sin dudas, fueron esencialmente batllistas. Ni siquiera el sistema casi coaligado de gobierno de la época lo obligó a transitar espacios separados de su ideología. De forma valiente Sanguinetti asumió roles inequívocos para sacar al país del peligro institucional o del desastre económico.

Hoy resulta posible que un fiscal laude por declaración contradictoria de las partes, y hasta pueda pedir prisión efectiva para un viejo militar de la dictadura acusado de participar en actos de tortura o desaparición forzada de personas, sin que existe dudas sobre su legitimidad; en 1986, por ejemplo, no era así. Por aquellos años las citaciones judiciales terminaban en el cofre del general al mando, quien cogobernando desde el ministerio de Defensa tallaba a fuego las reglas como si las labrara en pergaminos imaginarios.

En ese tiempo un vicepresidente como Enrique Tarigo bregaba en el parlamento por la libertad,  a sabiendas que la verdad y la justicia pasarían a los entretelones de un teatro social que no estaba preparado para un nuevo estado de guerra interna.

Los años de fines de los ochenta ya no eran los tiempos sesentistas, ni siquiera eran parte de los silenciosos años setenta, carentes de la esencia necesaria para comandar las verdaderas acciones de cambio.

Y lo que triunfó fue un sentimiento: el “cambio en paz”, el que en gran medida estuvo marcado por la acción sobresaliente de Sanguinetti. Después sobrevino lo demás: los plebiscitos como la voz del pueblo, y más acá en el tiempo las nuevas teorías del derecho penal internacional que determinaron la imprescriptibilidad de los delitos de “lessa humanidad”.

En estos dos hechos contradictorios a los que aludimos en esta columna, los colorados quedamos encerrados: por el giro autárquico del batllismo ideológico al liberalismo económico, y por la defensa inaudita del silencio ante lesiones a los derechos humanos que había provocado la dictadura.

Y observe el lector que para la sociedad el debate por la defensa de los derechos humanos no nos tiene como referentes, como tampoco ante los casos de ruptura con el batllismo social que tanto nos dio como partido y como país.

¡Si habrá que debatir sobre la esencia de las cosas! ¡Si hará que reclamar reflexión y autocrítica!

Para Domingo Arena “la política, como la ciencia, debe de estar en perpetuo movimiento si quiere responder a las necesidades de todos los momentos, y el Partido Colorado que no debe dejarse vencer (…) tiene que estar constantemente alerta, en perpetua vibración; su programa tiene que ser vivo”.

Cuando nos enfrentemos los colorados a esta realidad y convoquemos como tantas veces en el pasado, a todo quien quiera participar, sin la necesidad del rótulo de diputado, senador, edil o convencional, para poder opinar libremente sobre la política y el batllismo, recién en ese momentos, seremos libres.

Compartir

Deja una respuesta