Editorial

Más allá del horizonte

César García Acosta

La actividad política supone en su esencia confrontar ideas y posiciones.

Esto no es nada nuevo. La filosofía política esta plagada con ejemplos.

Por eso es que construir un montaje para hacer ver lo que no es, además de falso puede resultar lo que en política se conoce como la máxima recurrente: la de la verdad a medias. Cuidado con los relatos que con sus insistencias nos imponen historias que levantan más que polvaredas tremendas tormentas políticas carentes de contenido real.

Esto lo entienden claramente quienes deben aplicar la negociación como un instrumento político.

El objetivo debe ser acercar las posiciones contradictorias en la búsqueda de acuerdos, dejando invariablemente la voluntad de querer hacer algo por el bien común como su fueran un “leti motiv” y no una simple casualidad.

Esto es un factor determinante que se forja en el comportamiento individual de quien es visto por sus pares con la capacidad de hacerlo, de trascender, de organizar y de asumir las más difíciles responsabilidades. Pero esto no recae en cualquiera. Unos pocos son los llamados por el destino por su capacidad de ser escuchados con claridad para ser entendidos: sólo unos pocos logran el debido respeto que exige la política para trascender. Los demás, la mayoría, sólo llegan a los estrados del debate para ser circunstanciales oponentes de muchos otros que en sus mismas circunstancias, se ponen en un sitial de relieve, aunque el destino los aloje en el círculo de la discusión y del debate en forma temporal.

La coalición política que el Partido Colorado construyó tuvo por objetivo plasmar en políticas una visión que estaba dormida por la ascendencia del Frente Amplio en la historia institucional del país. Quienes se veían oponentes en esencia, se sumaron a otros que alejados de los partidos fundacionales por discrepancias internas, permitieron ilusionar a unos pocos más que proviniendo hasta de la izquierda moderada del país, sumaron para marcar la diferencia, abriendo paso a una nueva coalición capaz de cogobernar, y cohabitar en un mar complicado de muchas mareas, y con reglas de juego en pleno proceso de construcción.

En ese contexto, unos barren debajo de la alfombra y otros sólo lo hacen hacia adentro con las cosas que caen al piso imaginario de la vida, con críticas y pérdidas de momento. Son muy pocos los que lo hacen trayendo de afuera nuevas adhesiones conquistadas por razones, más que por confrontaciones.

Si algo debe quedar en claro hoy lunes 23 de agosto, es que los colorados no estamos viendo con claridad las formas que deben tenerse en cuenta para lograr las adhesiones de sus votantes, e incluso para confirmar que sí representamos con hidalguía a algo más de un 10% de la población que fue quien le permitió ser en esencia una coalición circunstancial capaz de poder ser un sistema con un complejo funcionamiento interior, pero con tantas ansias de superación como lo es la condición de representar a la mitad del país que desde unos 15 años quedó bajo la impronta de un Frente Amplio que, con practicó una mirada hemipléjica sobre un país sin debates, requiere hoy de más entendimientos que antes. Las cosas esta vez deben provenir de actitudes no confrontativas.

Estamos a punto de encontrar una salida digna para que el Ministro de Turismo provenga no sólo del Partido Colorado, sino de uno de los dos sectores que permitieron –por unirse en el momento preciso- que el batllismo haya retornado al gobierno con su filosofía política. Si algunos directivos colorados, no dirigentes ni representantes, sino sólo personajes mandatados por la coyuntura, hacen prevalecer sólo barrer abajo de la alfombra, nos daremos cuenta que poco o nada habremos entendido sobre que la designación de un ministro es la búsqueda de una construcción para superar una realidad adversa en un parlamento atomizado que sólo confronta por cualquier motivo, porque esa es la razón de su existencia.

Los medios de comunicación y las emisiones en directo de las sesiones parlamentarias nos permiten acceder a un contexto nuevo, donde un twitter puede más que una crónica periodística, a partir de lo cual, tanto los unos como los otros, se desgastan y se limitan en sus capacidades por hacer prevalecer aquello en lo que creen.

Son demasiadas las debilidades a que está sometido el “mundillo” político como para no darnos cuenta que el tema no pasa por si quien asumirá una banca en el Senado. Si es de tal o cual fracción del batllismo, no es el centro de la discusión, porque el verdadero dilema debe ser el compromiso de llenar un vacío en el Gobierno como consecuencia de tener que ocuparse de un cargo de gobierno relevante.

Asumir el Ministerio de Turismo es hacerse cargo de uno de los desafíos políticos más complejos en los tiempos de pandemia, porque la emergencia lejos de haber terminado está en un impasse que pocos parecen advertir. No habrá protocolo sanitario con garantías si no hay conciencia del estado de la situación. Esta coyuntura sólo puede ser administrada por alguien conocedor del país de manera integral, cuyo ser interior debe provenir de la tranquilidad de los objetivos cumplidos.

Pocos hablan que los hoteles están cerrados en Uruguay desde más de un año; menos son los que miran con claridad la incertidumbre que vendrá, y menos aún son los capacitados para encontrar una salida ante la primera insinuación de temporada turística a la que parece que empezamos a enfrentarnos. Para que su gestión sea un éxito debe haber imaginación y certidumbre política. No hay muchos para este contexto. En realidad hay muy pocos. Para innovar ya transitamos este tiempo de desafíos sin la debida preparación. Quizá por eso y por el futuro, sea la hora indicada para mirar más allá del horizonte.

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