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Puchero a la uruguaya

Chico La Raya (Especial OPINAR)

En estos días, la escena política uruguaya nos regaló un espectáculo digno de matiné infantil.

Los uruguayos asistimos a sendas puestas en escena del secretario de Presidencia el Pacha Sánchez y la vicepresidenta de la república Carolina Cosse, que se quejan de que la oposición los sigue demasiado, que no los deja respirar, que todo el día los tienen en la mira.

No puedo evitar imaginar la postal: dos referentes del Frente Amplio con el ceño fruncido, brazos cruzados y labios temblorosos, como quien hace un buen pucherito porque le sacaron el juguete favorito.

La democracia, se supone, es ese juego en el que unos gobiernan y otros controlan. Pero en el libreto del “pucherismo político” parece que el control molesta, incomoda, raspa. Entonces aparecen los discursos sentidos, casi en tono de telenovela venezolana: “Ay, nos persiguen, ay, no nos dejan tranquilos, ay, qué maldad”.

El problema es que mientras tanto el ciudadano de a pie mira la escena y piensa: “Pero, ¿no era justamente ese el trabajo de la oposición?”.

¿Usted señor Sánchez no fue uno de los principales críticos que tuvo el gobierno del Dr. Lacalle desde el 2 de marzo de 2020, un día sí y el otro también? Haga memoria…

Si se critica porque no se controla y se llora porque se controla demasiado, ¿en qué quedamos? Parece que lo que se busca es una oposición silenciosa, obediente, que actúe como “foca aplaudidora” en los momentos oportunos y, de ser posible, que traiga pañuelos descartables para secar las lágrimas del oficialismo sensible.

Lo curioso es que el pucherito como estrategia política no es nuevo. Desde los patios escolares hasta los plenos parlamentarios, siempre hubo quien creyó que victimizarse era una forma eficaz de sumar simpatía. Pero claro, en un país acostumbrado a ver políticos curtidos en mil batallas, los sollozos mediáticos de personajes como Sánchez o Cosse, suenan más a sketch de revista que a firmeza de estadista.

Si la política fuera un jardín de infantes, ya sabríamos quién pide la mamadera y quién corre a buscar la maestra.

El problema es que acá no se juega a la rayuela: se gobierna un país. Y para eso, convengamos, no alcanza con hacer pucheros.

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