V de Vendetta
Ricardo Acosta
Una jugada de poder que no perdona olvidos ni concesiones. La política, a veces, se parece demasiado a un tablero donde cada movimiento deja cicatrices, algunas visibles y otras silenciosas.
Por eso no sorprende, aunque igual indigne, que la Secretaría de Derechos Humanos haya dado otra de esas “lecciones” que tanto abundan en los pasillos del poder.
María Elisa Areán, dirigente del sector PAIS del Frente Amplio, fue cesada de su cargo como adscripta en la Secretaría semanas después de que Collette Spinetti fuera expulsada del sector por “diferencias políticas” con ciertas decisiones de gestión. A Areán ni siquiera le dieron explicaciones formales; la decisión simplemente cayó, seca y sin anestesia.
Un recordatorio de que, en determinados espacios, la arbitrariedad no es un accidente: es la regla.
La propia Spinetti resolvió el cese de Areán y de otros cuatro funcionarios que estaban en comisión. Desde la dirección de PAIS se argumentó que la Secretaría “debía tener una visión más amplia” y que Spinetti no aportaba financieramente al sector ni al Frente Amplio. Pero detrás de los comunicados prolijos se ve la lógica que domina estos episodios: quien no se ajusta a la línea oficial, quien ejerce autonomía o cuestiona decisiones, paga el precio. Nada de esto fue improvisado; cada movimiento estaba calculado para mandar un mensaje claro.
Y aquí la ironía se vuelve amarga.
Una Secretaría que debería ser faro de valores y principios termina reproduciendo prácticas que, en otro contexto, denunciaría sin dudar.
La defensa de los derechos humanos se transforma en tablero de ajustes internos, donde la lealtad partidaria y la obediencia pesan más que la ética o las convicciones personales.
Es imposible no recordar lo ocurrido hace apenas semanas en la Torre Ejecutiva: aquel episodio “cultural drag” que dio origen a nuestro artículo de La Torre de Babel (edición 795). Un espacio que debería simbolizar institucionalidad y seriedad terminó convertido en escenario de provocación y espectáculo, con resultados confusos y resonancias inesperadas. La conexión con lo que sucede hoy en la Secretaría es evidente: los excesos y la falta de límites siempre tienen consecuencias, aunque aquí no haya público ni luces, sino decisiones internas silenciosas pero igual de contundentes. La frivolidad de entonces se reemplaza ahora por venganza política, y la lección es la misma: quien se mueve fuera de la línea establecida lo paga caro.
Lo que duele es que, en un organismo destinado a proteger derechos, estas tensiones internas no solo desdibujan el mensaje, sino que también exponen cómo se administra el poder. Una Secretaría que debería proyectar madurez y liderazgo ético termina funcionando como un microcosmos de rivalidades y ajustes de cuentas. Los valores se subordinan a la política interna, y la “justicia ética” se convierte en instrumento de control.
La sociedad observa, muchas veces sin poder intervenir, cómo los espacios destinados a proteger derechos terminan reproduciendo dinámicas que combaten en el discurso. La lealtad, la obediencia y la estrategia de “Vendetta” se imponen sobre principios, y quienes intentan mantener autonomía quedan en la mira. Este episodio demuestra que incluso en la Secretaría de Derechos Humanos, donde la coherencia debería ser sagrada, la política de castigos y la venganza pueden eclipsar cualquier causa noble.
Vendetta. Venganza.
Palabras que resumen un episodio donde las reglas del juego cambian según quién tenga el control y donde defender convicciones propias puede transformarse en un lujo peligroso.