Editorial

“Somos mucho más que dos”

César García Acosta

Esta frase que pertenece al poeta, novelista y periodista uruguayo Mario Benedetti, se relaciona tanto con el pasado reciente como con las vidas de algunos sobrevivientes de aquellos hechos originarios, que no lograron traspasar el umbral de las sombras del radicalismo uruguayo. Flaco favor le hace el presidente Yamandú Orsi al proclamarlo como un «imprescindible» a Mauricio Rosencof, porque será imposible olvidar que sus acciones criminales acontecieron en un país al que ni el mismísimo Ché Guevara censuró por su calidad democrática. Rosencof es uno de los que jamás se arrepintieron de haber apelado a las armas, secuestrado y matado, habiendo sido, precisamente él, uno de los protagonistas principales de la subversión tupamara. El periodista Alejandro Bluth, en su cuenta de Facebook, revela sentimientos ineludibles para la paz social que no deben olvidarse ante la batalla cultural.

La visión política de Benedetti, alineada a su raigrambre de izquierdas, no impide sentirme afín a su mirada periodística de las cosas, a su humanismo, su sentir tan montevideano como el viejo bar que lo acogía frente al cine Metro, en la esquina de las calles San José y Cuareim, donde por las tardes tomaba su café siempre en una misma mesa. Su idea de la socialdemocracia era la misma que profesaba el escritor y también periodista, Juan Carlos Onetti. Después vinieron otros -también de izquierdas- quienes fomentando el radicalismo en sus acciones contra un gobierno legitimado por los votos en las urnas, agredieron a la democracia que creían defender, lesionándola de muerte y abriendo paso a una dictadura también criminal. Es justo decir, más allá de esto, que otros periodistas de la época, como el director de Cuadernos de Marcha, Carlos Quijano, reconocieron su error de fomentar acciones radicales que rompieron la democracia.

El poema «Te quiero» de Benedetti, que contiene esta frase, habla del amor como una unión, complicidad y lucha compartida, especialmente en el contexto de las dictaduras latinoamericanas de la época en que fue escrito. Su contexto lineal fue «y en la calle codo a codo, somos mucho más que dos», que se interpreta como una referencia a la solidaridad y la resistencia colectiva, tanto en el amor de pareja como en la lucha social.

ROSENCOF: EL IMPRESCINDIBLE Todo esto viene a modo de reflexión sobre el homenaje realizado a Mauricio Rosencof por su rol de prominente tupamaro, cuya virtud fue poner en jaque a la democracia al final de los años sesenta.

El periodista Alejandro Bluth, en un comentario magistral en Facebook, dijo que, «Hace años, redacté un prólogo breve para una edición de El bataraz, una excelente novela corta de Rosencof sobre la vida y la imaginación en los calabozos de la dictadura. También trabajé junto a Rosencof, Maggi, Medina, Beisso y muchas otras personas notorias y notables; concebimos, creamos e implementamos programas de integración social. La iniciativa, integradora contra viento y marea, se llamó Infancia Patrimonio Nacional (Inpan) y su siembra concreta aún fructifica hoy, décadas después. Ahora, la Junta de Montevideo, homenajea a Rosencof, ex convicto por atentar contra las instituciones y la democracia cuando todavía no había comenzado la dictadura militar. Con el presidente Orsi de cuerpo presente. Antes de febrero del ´73, en la democracia que quiso erosionar, Rosencof robó, secuestró y mató, además de escribir varias obras de teatro y poesía, algunas destacables. Siempre fue carismático, culto y persuasivo. En la revista Tres tuvo una columna, a veces simpática y siempre escrita con gracia. Ahora, erróneamente, elude cualquier análisis revisionista y hondo sobre su vida militante y su peripecia real: se esfuerza en la edificación del mito tupa, escamoteando el error del horror propio. Su oferta como referente siempre dispuesto a opinar grueso con pincel fino sobre un mundo que se le escapó hace tiempo. Eligió refugiarse en la opacidad y pudo hacer otra cosa…»

LA ESENCIA DE LA BATALLA CULTURAL Si algo ganó la izquierda durante más de cuatro décadas, y desde antes de 1973, fue precisamente la batalla cultural. Alcanza con recordar el ejemplo de la UdelaR y el estado de su sede central por aquellos años: siempre ocupada en reivindicación de un mayor presupuesto y bajo la ineludible excusa de «obreros y estudiantes, juntos y adelante». El canto popular alineado a la protesta, los bancarios protagonizando las huelgas, y el periodismo militante a la orden para generar un estado del alma donde la guerra era un paso inevitable.

A las sombras, los tupamaros: robos a bancos, bombas, secuestros, comunicados de prensa, y mucho miedo. Por su parte, una derecha desbordada con la policía temerosa de la represalia inevitable de la subversión, era la moneda corriente. Benedetti 10 años antes ya había escrito el libro «El país de la cola de paja» en 1960, en el que critica los prejuicios y la hipocresía de la sociedad uruguaya de la época, especialmente la corrupción y la burocracia estatal.

Hoy 60 años después, el presidente Yamandú Orsi salido de la entraña del MPP que integran los tupamaros, lo califica a Ronsecof como un «imprescindible», aunque su gobierno contrate como embajadora a una funcionaria cesada por el affaire de los pasaportes y el presunto engaño al parlamento, después que su abogado, hoy devenido en prosecretario de la Presidencia de la República la haya promovida como recompensa por su arrepentimiento.

Orsi, que se presume socialdemócrata y de centro, que es el mismo que aseguró que no bajaría los impuestos que hoy ajusta al alza, debería repensar su estrategia política de desconcierto, dejando de prender el señalero para la izquierda, cuando lo que pretende es doblar para la derecha.

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