El horno no está para bollos
Pablo Caffarelli
En Uruguay, la respuesta casi automática de los gobiernos ante los problemas económicos ha sido siempre la misma: crear impuestos. Se gravan el comercio exterior, el consumo, la propiedad, la renta y las importaciones. Todo parece recaer, una y otra vez, sobre los mismos hombros.
El gran problema es que, en lugar de revisar críticamente el sistema tributario y buscar soluciones que impulsen la inversión, generen empleo y promuevan la innovación, cada administración opta por el camino más fácil: recaudar más. Crear o aumentar impuestos se ha vuelto el reflejo condicionado del poder político.
El gobierno de coalición del período pasado marcó una excepción alentadora. Cumplió su promesa de no crear ni aumentar tributos, e incluso redujo algunos, como el IRPF, que castiga con fuerza al trabajador. Esa decisión, más simbólica que fiscal, demostró que es posible gestionar sin recurrir al aumento constante de la carga impositiva.
Sin embargo, el actual gobierno, que también prometió no hacerlo, apenas iniciado su mandato ya creó nuevos impuestos, como el llamado “impuesto TEMU”. Este gravamen, que pretendía proteger a los pequeños empresarios frente a las importaciones digitales, terminó siendo un IVA encubierto, con topes más altos y un único beneficiario: el Estado. Además, se proyectan nuevas cargas para los llamados “grandes contribuyentes”.
El problema de fondo es que a muchos les parece justo un nuevo impuesto mientras no los afecte directamente. Pero la economía —como el derecho, la ciencia o la naturaleza— es un sistema interconectado. Cada nuevo tributo tiene efectos secundarios: al tirar de la frazada, inevitablemente se descubre otro lado de la cama.
Uruguay ya no resiste más impuestos. El horno no está para bollos. Somos uno de los países más caros de Sudamérica y, en varios rubros, del mundo. Seguir aumentando la presión tributaria solo ahoga la producción, el consumo y la inversión. La solución no pasa por recaudar más, sino por recaudar mejor.
Necesitamos una estrategia opuesta: reducir impuestos, ofrecer incentivos a quienes generen empleo, atraer industrias y capitales, abrirnos como puerto libre al comercio regional. Si potenciamos nuestro papel como centro logístico y de servicios, el movimiento de bienes, personas y tecnología puede ser el motor que reactive nuestra economía.
Uruguay tiene todas las condiciones para transformarse, por ejemplo, en el gran hub de movilidad eléctrica de América Latina. Energía 100% renovable, tamaño territorial manejable y estabilidad institucional. Si impulsamos las exoneraciones adecuadas, podríamos atraer a las grandes automotrices que hoy producen en Asia, convirtiéndonos en un centro de ensamblaje y distribución regional.
Es hora de abrir la cabeza. Bajar precios, bajar impuestos, bajar el costo de vida. Hacer de Uruguay un país competitivo, atractivo y dinámico. Tenemos las condiciones para ser, como alguna vez se soñó, la Suiza de América. Pero para eso, hay que entender que no se puede seguir haciendo más de lo mismo.