¿Educamos personas para la vida o para acumular papeles y fotos?
David Auris Villegas
Hace unos días viajé a conferenciar en una provincia e inesperadamente viví una experiencia conmovedora. Los niños y los campesinos me saludaban muy amables al cruzarnos por las calles; sin embargo, ningún tipo de traje y corbata me saludó. Estoy seguro de que muchos de esos campesinos apenas han asistido a la escuela, mientras que los tipos elegantes ostentan títulos universitarios, son funcionarios y lideran el destino de la provincia.
Es cierto que la falta de empatía no implica necesariamente incompetencia profesional, pero es una competencia vital de convivencia. A pocos días de despedirnos del 2025, me fastidia la triste imagen mundial de que Perú tiene cuatro expresidentes encarcelados: Toledo, Humala, Vizcarra y Castillo. Fujimori falleció poco después de abandonar la cárcel. García se suicidó antes de ser enmarrocado, y Kuczynski cumple arresto domiciliario. Curiosamente, casi todos con doctorados por prestigiosas universidades. Entonces, ¿por qué están en desgracia?
La respuesta apunta a nuestro sistema educativo que privilegia a los diplomas sobre la formación ciudadana del bien común y en muchos lugares todavía actúa de espaldas a la realidad. Por ello, es urgente que el sistema educativo asuma el reto de educar para la vida, y no para acumular papeles que poco contribuyen al desarrollo del país. Educar es, como nos advirtió Alvin Toffler, enseñar a aprender a desaprender y reaprender juntos.
En este reto, la educación básica necesita abocarse a desarrollar el pensamiento crítico en la mente de los niños, como propone el pedagogo canadiense Peter McLaren. Un pensamiento crítico que enseñe a valorar a los demás, a respetar la pluralidad y a vigorizar la convivencia, aprendiendo a ser empáticos y críticos propositivos no solo en la escuela, sino en la vida cotidiana.
Asimismo, la educación superior, que hoy nos abruma con ofertas de grados académicos y promesas de éxito, debería dejar de ver a los estudiantes como clientes y asumir su responsabilidad pedagógica. Las universidades están llamadas a educar personas capaces de resolver problemas de la vida real, con sentido ético y compromiso social, y no solo profesionales obsesionados por los títulos y la foto.
Es tiempo de que la educación potencie la conciencia crítica, más allá de la acumulación de grados académicos, porque servir a los demás es el más alto grado que todo ser humano puede alcanzar.