Política Internacional

El mundo en tensión

Guzmán A. Ifrán

Asistimos a un momento particularmente delicado del escenario internacional, en el que las tensiones entre las grandes potencias dejan de ser episodios aislados para convertirse en rasgos estructurales del orden global. La reciente decisión de China de reformar profundamente su Ley de Comercio Exterior, dotándose de herramientas explícitas para resistir presiones externas y administrar conflictos comerciales, no es un gesto técnico ni meramente económico. Es una señal política clara: el mundo ha ingresado en una etapa en la que la competencia estratégica ya no se disimula, se institucionaliza.

China legisla pensando en el conflicto, pero también en la permanencia. Al fortalecer su marco jurídico para blindar sectores estratégicos, reducir dependencias y ganar margen de maniobra frente a sanciones o bloqueos, el gigante asiático asume que la rivalidad con Estados Unidos y con Occidente no es coyuntural, sino de largo aliento. Esta lógica no apunta únicamente a ganar batallas comerciales, sino a sostener un proyecto de poder global que se siente desafiado y que responde con planificación, paciencia y estructura.

Del otro lado del tablero, Estados Unidos continúa apelando a instrumentos tradicionales de proyección de poder. Los recientes ataques aéreos en África, ejecutados en coordinación con gobiernos locales bajo el argumento de combatir el terrorismo internacional, reabren un debate que nunca terminó de cerrarse: el uso de la fuerza como herramienta de orden en un mundo crecientemente fragmentado. No se trata de negar la existencia de amenazas reales, sino de interrogarse sobre la coherencia, la eficacia y los costos políticos de una estrategia que parece oscilar entre el repliegue y la intervención selectiva.

Ambos movimientos, leídos en conjunto, describen una escena inquietante. Las grandes potencias actúan desde lógicas distintas, pero confluyen en un mismo punto: la erosión de las reglas compartidas que durante décadas estructuraron la convivencia internacional. El multilateralismo pierde centralidad, los consensos se debilitan y la fuerza —económica, normativa o militar— vuelve a ocupar un lugar preponderante. No porque sea deseable, sino porque los incentivos actuales empujan en esa dirección.

Europa observa con preocupación, intentando redefinir su autonomía estratégica sin romper definitivamente con sus alianzas históricas. América Latina, África y buena parte de Asia enfrentan el dilema de no quedar atrapadas en una lógica binaria que las obligue a elegir bandos, cuando lo que necesitan es desarrollo, estabilidad institucional y reglas previsibles. En este contexto, la neutralidad se vuelve frágil y la soberanía, paradójicamente, más difícil de ejercer.

Desde una perspectiva democrática, este escenario plantea desafíos profundos. La competencia entre potencias no es solo económica o militar; es también una disputa por modelos de organización política, por valores y por narrativas. Cuando el mundo se ordena en función de la fuerza y no del derecho, los sistemas democráticos quedan bajo presión. La tentación autoritaria crece, se relativizan libertades y se normaliza la idea de que la eficacia justifica cualquier medio.

No estamos, por tanto, ante una simple transición de poder. Estamos frente a una crisis de referencias. El orden internacional que conocimos, con todas sus imperfecciones, ofrecía al menos un marco común de reglas, instituciones y expectativas. El que comienza a emerger es más incierto, más competitivo y menos indulgente con los países pequeños y medianos. En ese contexto, la defensa de la democracia, del derecho internacional y del multilateralismo deja de ser un gesto retórico para convertirse en una necesidad estratégica.

En definitiva, el mundo está en tensión porque sus principales actores han decidido prepararse para el conflicto antes que para la cooperación. Comprender esta dinámica es el primer paso para no resignarse a ella. La historia demuestra que los períodos de mayor inestabilidad global suelen anteceder a redefiniciones profundas. La pregunta es si esas redefiniciones se harán desde la razón, el diálogo y las instituciones, o desde la fuerza y la imposición. Esa respuesta, todavía abierta, marcará el destino de las próximas décadas.

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