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Alzheimer y Salud Cerebral  

Ignacio AMORÍN COSTÁBILE

Médico. Director del Programa de Salud Cerebral

Ministerio de Salud Pública

Ignacio Amorín Costábile

La Enfermedad de Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa que afecta progresivamente la memoria y otras facultades intelectuales, llevando a la Demencia. Las neuronas no pueden eliminar las proteínas toxicas que producen, que se acumulan dentro y fuera de ellas (“ovillos” y “placas de amiloide”). Más de 50.000 personas la padecen en Uruguay, y casi 50 millones en el mundo. Debido a que el principal factor de riesgo es la edad, se trata de una patología frecuente en la senectud. En los países con tendencia demográfica al envejecimiento y alta esperanza de vida, como Uruguay, la prevalencia del Alzheimer será cada vez más importante, generando gran carga de enfermedad en términos de muerte y de discapacidad, con los costos económicos que ello conlleva a los sistemas sanitarios y de cuidados. La enfermedad distorsiona toda la vida del individuo, pero también de la familia y su entorno, obligando a unos cuidados especiales que a menudo sobrecargan psíquica y físicamente a quienes lo proveen.

Lamentablemente, no existe aún cura para el Alzheimer.  Los fármacos que mejoran algunos síntomas están disponibles en nuestro país, integrando el formulario terapéutico. Este año se autorizó en EE.UU. la utilización de anticuerpos que atacan las placas de amiloide. Aunque aún no parece ser eficaz y puede ocasionar efectos adversos importantes, además de ser demasiado costoso, los expertos opinan que a futuro podrán aparecer fármacos mejores en esta línea de investigación.

Pero la novedad más importante relativa a las enfermedades neurodegenerativas en los últimos años tiene que ver con la posibilidad de prevenirlas. Diferentes estudios epidemiológicos confirman consistentemente que determinados hábitos de vida pueden bajar el riesgo de padecer Alzheimer. Un grupo de especialistas (The Lancet Commision) ha publicado en 2017 los principales factores de riesgo modificables de demencia, ratificados y ampliados en 2020, recomendando en todo el mundo la adopción de medidas para reducirlos. Además, una serie de comprobaciones postulan que los cuidados de la salud cerebral con determinados hábitos no solo pueden prevenir estas enfermedades, sino además mejorar la salud en general del organismo, determinando un envejecimiento saludable. Esta propiedad salutogénica del cerebro parece mostrar que la vieja sentencia “mens sana in corpore sano” también es cierta en sentido inverso.

Mantener el cerebro activo es el primer pilar de la salud cerebral. Cuanta más educación formal, menor riesgo de Alzheimer. Además, es clave asumir nuevos desafíos a nivel intelectual y vital, fuera de nuestras áreas de trabajo específico. Las neuronas generan nuevas conexiones (sinapsis) y se mantienen activas de esta manera. Aprender un nuevo idioma es un ejemplo paradigmático. En un estudio realizado en una congregación de monjas en EE.UU. se comprobó que, aunque luego de fallecidas algunas mostraban en el cerebro lesiones típicas de Alzheimer, no habían desarrollado los síntomas en vida. Eso tenía que ver con el alto nivel educativo que habían desarrollado siempre en constante superación. Esta reserva cognitiva había impedido que tuvieran síntomas de demencia, a pesar de tener su cerebro afectado.

Pero no alcanza con cultivarse individualmente. El cerebro está diseñado para interactuar socialmente, y el mantenerse activo en lo social es clave para mantener el cerebro saludable. La soledad enferma al cerebro y mata, llevándonos paulatinamente al deterioro psíquico y físico. Las personas que se congregan en agrupaciones de diferente naturaleza (religiosa, política, cultural, deportiva, etc), interactuando a lo largo de su vida tienen menos riesgo de demencia.

Tener un propósito en la vida que le dé sentido a nuestra existencia, es uno de los elementos en común que algunos investigadores encontraron en las “zonas azules” del planeta, aquellas donde hay un alto porcentaje de personas centenarias con buena salud. En Okinagwa (Japón), una de las zonas azules, llaman a ese sentido de la vida “Ikigai”, que los neurocientificos llaman a encontrar en nuestras vidas.

Además de mantenernos activos intelectual y socialmente, debemos mantenernos activos físicamente. El ejercicio físico y el deporte hacen segregar neurotrasmisores cerebrales que además de provocarnos sensaciones de placer y bienestar, provocan el crecimiento de las estructuras neuronales (neurotróficos), disminuyendo el riesgo de enfermedades cerebrales.

Así como mantenernos activos es fundamental, también lo es poder descansar adecuadamente. Dormir 8 horas sin interrupciones es una clave de la salud cerebral. Casi un tercio de nuestra vida transcurre durmiendo. Ocurren durante el sueño procesos claves a nivel cerebral que permiten consolidar la memoria. El mecanismo de eliminación de proteínas tóxicas del cerebro ocurre durante el sueño. 

La vida moderna determina muchas veces una sobre actividad manteniendo a nuestro cerebro siempre alerta. Esto es muy negativo. Debemos darnos nuestro tiempo de relajación y distracción, de “pensar en nada”, antes que, por ejemplo, recorrer permanentemente las redes sociales en nuestros momentos de descanso. El cerebro tiene una área o red “por defecto”, que se activa precisamente cuando no pensamos “en nada”, y que es fundamental para reordenar (“resetear”) toda la información cerebral y asentarla. Si no dejamos que se active provocamos una disfunción progresiva de su funcionamiento.

La alimentación saludable es esencial para el buen funcionamiento cerebral. Determinados patrones alimentarios contienen abundantes sustancias antioxidantes que contrarrestan a los radicales libres, moléculas que provocan el envejecimiento cerebral. Estudios científicos recomiendan priorizar las frutas (al menos tres por día), las verduras (la mitad del plato), las legumbres, los frutos secos, el pescado, el aceite de oliva o canola, entre otros. El café, el mate y el té son beneficiosos. Debe moderarse el consumo de sal, azúcar, harinas y alimentos o bebidas ultraprocesadas. Tóxicos como el alcohol o el cannabis deben evitarse. Estos consumos son altos a nivel de adolescentes y jóvenes, cuyo cerebro termina de desarrollarse recién a los 21 años, produciendo importantes daños. Deben evitarse y controlarse los factores de riesgo vascular como la hipertensión, diabetes, tabaquismo y el colesterol alto.

Como vemos, la mayoría de estos factores de riesgo son modificables con nuestras conductas. Aunque el tiempo pase inexorablemente para todos, aumentando el riesgo de estas enfermedades, o, aunque otros factores sean determinantes (por ejemplo, una gran carga genética), buena parte de la posibilidad de un envejecimiento saludable pasa por nuestras decisiones y hábitos de vida.  

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