Argentina al límite
Guzmán A. Ifrán
Esta nota ha sido redactada en la antesala de las elecciones legislativas argentinas del 26 de octubre de 2025, pero se publica una vez conocidos sus resultados. Por tanto, lo que aquí se presenta es una descripción del escenario preelectoral, con los distintos panoramas posibles anticipados por el autor en función de las tendencias económicas, políticas y geopolíticas observadas hasta ese momento. Posteriormente se evaluará si los escenarios esbozados en este análisis se verificaron o no en la realidad que los comicios finalmente delinearon.
En las próximas elecciones legislativas de Argentina — previstas para el 26 de octubre de 2025 — se juega mucho más que la renovación de bancas en el Congreso. Es un plebiscito sobre la viabilidad del proyecto reformista del presidente Javier Milei, sobre la estabilidad macroeconómica de un país que ha vivido sus cicatrices históricas, y sobre el nuevo tablero geopolítico que lo vincula directamente con potencias como Estados Unidos. El título no es exagerado: Argentina está al límite.
La economía argentina creció apenas un 2,4 % anual en agosto de 2025 — la tasa más lenta en nueve meses — muy por debajo de las expectativas del gobierno, que apuntaban al 5 %. La inflación anualizada ronda el 31,8 % en setiembre, todavía es alta aunque en significativo descenso desde los niveles anteriores. Ante este escenario, los mercados emergentes reaccionan con cautela: hay una corriente de flujos hacia activos de menor riesgo, y Argentina enfrenta un nuevo test electoral para confirmar que su plan de estabilización tiene respaldo efectivo.
Los inversores advierten que el paquete de ayuda acordado con Estados Unidos — entre ellos un swap de divisas de 20 000 millones de dólares entre el US Treasury Department y el Banco Central de la República Argentina — no es suficiente por sí solo si el resultado político no acompaña. Las apuestas de los mercados son claras: una derrota en las legislativas podría provocar un giro político que ponga en duda la continuidad del plan económico. Eso haría que la ayuda internacional se vuelva más riesgosa, los mercados más volátiles y la presión sobre la moneda local se intensifique.
El gobierno de Milei ha apostado por reformas de shock: recorte del gasto público, liberalización de mercados y cambio de la matriz regulatoria. Pero estas medidas requieren apoyo parlamentario. Sin una mayoría en el Congreso, el Ejecutivo podría quedar bloqueado, y el plan reformista sin sustento. Además, la ayuda estadounidense está condicionada al éxito electoral del oficialismo. Esa dependencia externa introduce un componente delicado: la soberanía política argentina se ve condicionada por factores externos, lo que acentúa las tensiones internas.
En la región, el resultado electoral argentino tiene consecuencias directas. Para Uruguay, la estabilidad del país vecino es fundamental: una crisis argentina puede generar fuga de capitales, depreciación del peso y efectos en la competitividad. Para Brasil, el desenlace marcará el rumbo del Mercosur y de las relaciones bilaterales, especialmente si Milei mantiene su línea de confrontación ideológica con el presidente brasileño. En el plano internacional, Estados Unidos apuesta a sostener a Milei para contrarrestar la influencia de China en Sudamérica, en una suerte de Doctrina Monroe económica adaptada al siglo XXI.
Para Washington, el rescate financiero argentino es tanto una jugada económica como geopolítica: busca mantener a Buenos Aires en la órbita occidental y consolidar su modelo liberal. Sin embargo, esta estrategia enfrenta resistencias internas en ambos países: en Argentina por el costo social del ajuste y en Estados Unidos por las críticas al uso de fondos públicos para rescatar economías extranjeras.
El desenlace de las elecciones argentinas marcará el rumbo del país y su papel en la región. Si el oficialismo obtiene una mayoría sólida, podría consolidar el plan de estabilización, atraer inversiones y reducir la volatilidad cambiaria. Pero una derrota o un Congreso fragmentado reabrirían la puerta a la incertidumbre, con fuga de capitales, presión sobre el peso y caída de la confianza internacional. En un contexto global de tensiones comerciales y reajuste de alianzas, el desenlace argentino también será observado desde Washington, Brasilia, Pekín y Montevideo.
Argentina, una vez más, se enfrenta a sí misma: entre el orden y el caos, entre el pragmatismo y la épica, entre la estabilidad y el abismo.
Nuestro querido y volátil vecino está, nuevamente y para no perder la costumbre, jugando al límite. Por una cosa o la otra nuestro anhelo será siempre su bonanza. Porque sus crisis han sido siempre las nuestras.