Cambio de receta
Guzmán A. Ifrán
En estos días volvió a instalarse en la agenda pública una propuesta que ya conocemos demasiado bien: crear una sobretasa al impuesto al patrimonio de las personas físicas para financiar políticas sociales. La idea es sencilla en apariencia: quienes superen determinado nivel patrimonial deberían pagar más para que el Estado cuente con nuevos recursos destinados a la infancia. Pero detrás de esa consigna hay algo mucho más profundo, y no precisamente nuevo. Se repite el reflejo histórico del sindicalismo y de la izquierda: cuando el país enfrenta un problema grave, la primera reacción es inventar otro impuesto.
Pareciera que no se ha aprendido nada de las experiencias pasadas, aquí y en el mundo. Cada vez que se castiga al que invierte, al que arriesga, al que produce, el resultado termina siendo el contrario al prometido. Se frena la inversión, se enfría la economía, se frena el empleo y, al final del camino, se termina perjudicando justamente a quienes se dice querer ayudar. Es el círculo vicioso de siempre: más impuestos, menos crecimiento; menos crecimiento, más pobreza; más pobreza, más presión para crear nuevos impuestos. Una espiral conocida, vieja y profundamente estéril.
La pobreza infantil es un tema demasiado serio como para repetir recetas agotadas. No se resuelve atacando el patrimonio, ni asfixiando al aparato productivo, ni castigando a quienes generan empleo. Se resuelve creciendo. Se resuelve con un país que produzca más, exporte más, invierta más y atraiga más capital. El bienestar no nace de la recaudación, sino de la creación. Antes de repartir, hay que generar. Y para generar, hay que dejar de ver al que trabaja y arriesga como un enemigo fiscal.
Mientras sigamos creyendo que la salida está en cobrar más, vamos a seguir atrapados en un país chico, encerrado en sí mismo y condenado a discutir siempre lo mismo. Hay que cambiar la receta. Hay que dejar de inventar impuestos y empezar a apostar por el crecimiento. Porque ningún impuesto sustituye a una economía que funciona. Y ningún parche fiscal reemplaza a un país que se anima a desarrollarse en serio.
El futuro no se construye castigando a quienes generan valor, sino liberando la energía productiva que tenemos como nación. Si repetimos la receta, repetiremos el fracaso. Es hora de hacer exactamente lo contrario.