Partido Colorado (1)
Jorge Nelson Chagas
El expresidente Julio María Sanguinetti, en un artículo titulado “El batllismo es colorado”, publicado en Correo de los Viernes, criticó los dirigentes batllistas que se incorporaron al Frente Amplio por usar la imagen de José Batlle y Ordoñez. “Están en su derecho, porque la democracia ampara las libertades de todos. Pero no pueden, no deben, alejarse del Partido Colorado, identificado históricamente con el batllismo como concepción ideológica, y seguir invocándolo”, señaló. No es mi intención comentar el artículo de Sanguinetti. Lo que sí me parece muy interesante que, más del hecho en sí, es tratar de comprender por qué no pocos batllistas sienten que es el Frente Amplio quién representa mejor sus ideales e intereses y no el Partido Colorado. Esto nos lleva a punto neurálgico del problema: las causas por las cuáles el Partido Colorado se ha ido debilitando y parece correr el riesgo de extinguirse. El reconocido sociólogo César Aguiar solía decir que los votantes colorados “se iban al cielo” y esos votos no se reponían. En otras palabras: el Partido Colorado tenía una notoria incapacidad de incorporar nuevos votantes a sus filas. ¿Cuál es la causa de este fenómeno?
Haré una afirmación un tanto polémica. Aún en el 2024, a casi sesenta y seis años de lo ocurrido, el Partido Colorado aún no se ha recuperado de la derrota de 1958. A mi entender, uno de los problemas más graves de aquel episodio fue la ruptura entre la elite universitaria – que tantos buenos cuadros de gobierno le proveyó – con el batllismo. Tengo la convicción que es por esta causa que el batllismo no ha contado con profesionales de la historia que reconstruyeran su trayectoria entre los años ’40-’50 y revitalizaran su mística.
Por cierto, el agotamiento del modelo de sustitución de importaciones también influyó. Luis Batlle representó la última edad dorada de aquel mundo donde reinaba el estatismo y el dirigismo económico. Un mundo que ya no volvería. Esto tiene una dimensión simbólica: el votante batllista se transformó en un ser nostálgico de un pasado mítico que no se pudo adaptar bien a los cambios – en cierta medida vertiginosos – de la década del ’60.
En los años ’20 ser batllista implicaba una actitud contestaría y desafiante con los códigos imperantes en la sociedad: desde casarse por civil (los más radicales eran partidarios del amor libre), mandar a los hijos a la escuela pública, ser solidarios con el feminismo, el “obrerismo” y partidarios del divorcio por simple voluntad de la mujer y republicanos a ultranza. Sin embargo, ya a principios de los ’60 el votante batllista si bien mantenía su perfil democrático republicano aparece concentrado mucho más en el tema del orden. Esto tiene su explicación. En los años ’60 aparecieron nuevos actores en la escena pública. Para empezar, el movimiento sindical unificado (la CNT) en un contexto de conflictividad creciente, que hizo desaparecer la anterior prédica obrerista. La CNT, controlada por la tendencia comunista, no era aliada del batllismo y si bien siempre hubo espacios de diálogo y negociación, las relaciones no fueron óptimas.
La otra cuestión fue el estudiantado. La rebelión juvenil de los ’60 – que implicó un cuestionamiento al mundo a los valores del mundo adulto – hizo que el votante batllista viera con malos ojos las manifestaciones, ocupaciones, pedreas, peajes y contracursos. El mundo, aparentemente plácido de los años cuarenta y cincuenta, se desmoronaba.
También estaba el aspecto económico. El gobierno de Pacheco representó, con la congelación de precios y salarios, el canto del cisne del modelo de sustitución de importaciones. (El pachequismo no aplicó nunca el liberalismo o neoliberalismo económico. Hizo un ajuste duro para contener la inflación, pero no fue antiestatista). Además se propuso restablecer el principio legítimo de autoridad. Algo que no es precisamente contrario al batllismo, ya que considera que la integridad del Estado es sagrada. Pero es indudable que hacia 1968 el votante batllista poseía un talante conservador, que veía mal encaminada a la juventud de la época, que consideraba que los gremios son manipulados, que si bien en un principio tuvo simpatías con Revolución Cubana, ahora la miraba con desagrado por la implantación un régimen similar al soviético y como si fuera poco era, en gran medida, la responsable de la agitación permanente en que vivía el Uruguay.
A esto hay que agregarle el surgimiento de los tupamaros. El MLN-T fue lo más alejado, a nivel nacional, del ideario batllista. Una fuerza insurgente clandestina que por medio de las armas quería derrocar a un gobierno legítimamente elegido. Sus acciones – asesinatos, secuestros, robos, atentados con bomba – aumentaron exponencialmente el clamor por orden y seguridad.
Creo que no le erro al afirmar el batllismo hacia principios de los ’70 lucía como una fuerza conservadora. No se trata que lo fuera realmente – de hecho, los rasgos democráticos, humanistas y de justicia social permanecían latentes – sino que ante la intensidad de las amenazas que se cernían, su discurso y práctica no coincidieron con las expectativas de muchos votantes, en un principio, urbanos.
Es ahí donde comenzó el declive.